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Por qué lo llaman deporte cuando quieren decir sexo

Varios atletas olímpicos han contado sus experiencias, más allá del deporte, en la Villa.

Una de las estrellas del deporte italiano en los Juegos Olímpicos se rebelaba contra su novio: "¿Nada de sexo antes de la competición? ¿Estamos locos", clamaba Federica Pellegrini contra su pareja, Filippo Magnini, que quería "tranquilidad" antes de competir. La jugadora de fútbol femenino, medalla de oro en Pekín, Hope Solo, aseguraba que "había visto mucho sexo en la Villa Olímpica". Estas declaraciones eran solo un aperitivo de un reportaje de la revista de la ESPN en la que se desgrana el sexo en los Juegos Olímpicos.

Bajo el subtítulo "los juegos reales en la Villa Olímpica no serán televisados", la revista desgrana algunas experiencias divertidas de deportistas durante los Juegos. La premisa es clara: "Lo que ocurre en la Villa se queda en la Villa", decía Summer Sanders, doble medallista olímpico en Barcelona en natación.

Las experiencias sexuales no son nada aislado: "Diría que un 70 o 75 por ciento de los olímpicos", explica Ryan Lochte, uno de los nadadores estrella de los Juegos. "A veces tienes que hacer lo que tienes que hacer", dice Lochte resignado.

La marca de preservativos Durex ha aprovechado el tirón y será uno de los proveedores oficiales de los Juegos Olímpicos. La marca suministrará 150.000 profilácticos a los 16.000 atletas que se alojarán en la Villa Olímpica. Porque el sexo, como el deporte, cuanto más seguro, mejor.

Facilidad para ligar

Uno de los problemas que se les presenta a los deportistas es la privacidad. Las habitaciones son compartidas y es difícil hacerse con un espacio para uno mismo. Josh Lakatos, olímpico en Sydney, cuenta a la revista cómo consiguió hacerse con un suite individual para él solo, pero se corrió la voz entre los deportistas: "¡Estoy dirigiendo un burdel en la Villa Olímpica! Nunca he sido testigo de tanto libertinaje en mi vida", asegura Lakatos, en alusión al ir y venir de deportistas que usaban su habitación.

Miles de jóvenes, con cuerpos diez, se juntan en pocos metros cuadrados. "Es como el primer día de Universidad", dice Tony Azevedo, olímpico en Pekín. Los campos de entrenamiento, no solo sirven para practicar deporte: "Las chicas llevan pequeñas bragas y sujetadores y los chicos calzoncillos", dice Breaux Greer, lanzador de jabalina. "Incluso si la cara es un 7, su cuerpo es un 20".

Si el físico es atractivo, la conversación no es un problema: "Al contrario que en un bar, no hay problemas para iniciar una conversación porque tienes algo en común. Sólo hay que empezar con, ¿qué deporte practicas", explica Solo. En ligar los italianos tienen un arte especial: "Dejan las puertas abiertas, así que ves a los chicos en tanga corriendo en círculos", recuerda Jill Kintner, bronce en Pekín en BMX.

De repente, la Villa Olímpica se convierte en "Alicia en el País de las Maravillas, donde todo es posible. Puedes ganar una medalla de oro y dormir con un tío realmente cachondo", dice Carrie Sheinberg, esquiadora alpina en los Juegos de Invierno de 1994.

Las mejores fiestas

Los grandes afortunados en los Juegos son los nadadores. Éstos compiten la primera semana y después tienen vía libre para conocer la ciudad, lo que significa "ir a un pub local y beber con los hinchas del fútbol", recuerda Lochte. Algunos, eso sí, sienten algún remordimiento: "Me marchaba a casa a las seis o las siete de la mañana y me hacía sentir mal por los atletas. Ellos iban en el autobús y nosotros estábamos borrachos, vistiendo sombreros y hechos un desastre", asegura Dominik Meichtry, nadadora suiza. 

La sensación de la novedad y de la oportunidad única juega un papel muy importante. El choque cultural, la ilusión por conocer nuevas culturas mueve a los atletas a confraternizar, incluso entre atleta de Estados Unidos y la Unión Soviética en plena Guerra Fría: "Una vez que se acabaron los eventos, nuestra dieta fue caviar, vodka y champán ruso. Fue una locura", cuenta Greg Louganis, medallista en los Juegos de Montreal 1976.

Pero si hay una fiesta que nadie se puede perder, ésa es la ceremonia de Clausura. "Básicamente, nos lanzaron al estadio y nos dijeron: ‘Sólo ir a por ellos, hacer una fiesta dura, emborracharos y hacerlo a oscuras’. Lo que hicimos con algunos canadienses", rememora Alicia Ferguson, jugadora australiana, olímpica en Sydney.

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