Probablemente el secretario de Estado americano no fue muy diplomático cuando reconoció hace unas horas que la tesonera actitud francesa de boicotear en el Consejo de Seguridad o fuera de él la política de la “coalición anti-Saddam” iba a tener consecuencias, máxime cuando el ministro de Asuntos Exteriores galo aprovechó la oportunidad para envolverse en la bandera del patriotismo y la soberanía reivindicando que su país defenderá siempre la “legalidad internacional” (¿qué país no la defiende?) para a renglón seguido ordenar a su embajador en la ONU que votara lo que Estados Unidos quería, es decir, el levantamiento del embargo contra Irak.
Arropado en una popularidad tan inesperada como inmerecida, el presidente Chirac dio muestras en las últimas semanas de una inconsecuencia asombrosa precisamente en lo que constituye su “jardín secreto” –las relaciones exteriores, el primer ministro Raffarin, ni las huele– promoviendo irresponsablemente el antiamericanismo primario de una población que debe tener pésima memoria y ha olvidado con asombrosa celeridad quién liberó al país del yugo nazi y cuantos miles de “boys” murieron en Francia para conseguirlo.
Primera inconsecuencia: haber amenazado en el Consejo de Seguridad con el veto a la resolución sobre Irak presentada por tres países supuestamente amigos (USA, España y el Reino Unido) tras haberse concertado con Alemania y Rusia. Lo que fue una maniobra de circunstancias se ha convertido ahora en un pacto tripartito concertado en San Petersburgo entre los gobernantes de países democráticos (Chirac y Schröder) y un ex policía convertido en exterminador de Chechenia. Segunda inconsecuencia.
Tercera y última inconsecuencia: mientras Chirac y Villepin echan leña al incendio antiamericano (jaleados, eso sí, por la izquierda socialista y la extrema derecha de Le Pen) sugieren que Blair sirva de mediador con Bush. Y piden vela en la reconstrucción de Irak, por ONU interpuesta. ¿Es de extrañar que Bush y sus muchachos no celebren mucho estas escaramuzas?
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