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Alberto Míguez

¿En qué quedamos?

Hace varias semanas, algunos países de la UE, con Francia y Alemania a la cabeza, lanzaron una polémica ofensiva para que Turquía entrase en la Unión con los mismos derechos que Hungría, Serbia o Rumanía. Un asunto sin duda polémico porque, mientras la ministra de Asuntos Exteriores de España, Ana Palacio, se adelantó a todos advirtiendo que la Unión no podía ser “un club cristiano exclusivo” y que le parecía una contradicción que los turcos estuvieran en la OTAN como aliados de pleno derecho y que se les excluyera de Europa como socios. Otros países y otros líderes europeos creían en cambio que los turcos ni habían sido ni eran europeos, de modo que su presencia en la Unión planteaba más problemas que resolvía, si es que resolvía alguno.

Francia y Alemania se adhirieron entonces a estas tesis proturcas, como mínimo algo aventuradas y desde luego políticamente discutibles. Chirac y Schröder dieron la barrila con los derechos de Turquía a ser tan europea como Grecia, hasta que lograron una fecha para que los turcos se integrasen en la UE previa una serie de reformas no cosméticas en asuntos como los derechos humanos, el respeto a las minorías, etc. Ahora resulta que los mismos gobernantes franceses y alemanes que antes se derretían con los turcos en la UE, se oponen a que la Alianza Atlántica a la que pertenecen –Turquía es país fundador y aliado fidelísimo– pueda recibir apoyo de la OTAN ante la guerra que se avecina porque el gobierno de Ankara considera que peligra su “integridad territorial” y su seguridad”. Para eso los turcos han invocado por primera vez en la historia el artículo IV del Tratado del Atlántico Norte, pidiendo a los países aliados ayuda y garantías que les eviten un ataque de Sadam Husein y sus armas de destrucción masiva –que haberlas, haylas, aunque los inspectores de la ONU no las han visto.

El veto alemán y francés contra la ayuda a Turquía se ha producido porque, según el representante francés, aceptarlo sería entrar en la lógica de guerra. Algo –la lógica– que horroriza a Chirac y a su mozo de espadas el ministro Villepin. Francia y Alemania han roto con este gesto irresponsable y sectario la unidad de la Alianza, como días antes hicieron mangas y capirotes con la llamada política exterior y de seguridad común de la UE acusando a los 18 países restantes de la Unión de hacer lo propio. ¿En qué quedamos? ¿Son los turcos aliados y futuros socios o apenas centinelas de servicio del flanco oriental de la OTAN a los que puede negárseles ayuda según convenga a los gobiernos de Paris, Bruselas y Berlín? ¿En dónde quedan la solidaridad atlántica y demás zarandajas líricas y epicas?

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