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Álvaro Bardón

Vergüenza cultural

El ministerio de la cultura debe ser rechazado por variadas razones, siendo la más importante que se trata de una práctica totalitaria, al estilo de Stalin, Hitler y Franco. La cultura es todo, desde sentarse en un baño, como la niña de la casa de cristal, hasta escribir un poema o un libro, pasando por comer con cubiertos en lugar de con las manos. Son todos procesos de creación personal que no deben ser presionados por políticos iluminados, a los que financiamos para que mantengan el orden y garanticen los derechos individuales en un ambiente de libertad que permita el progreso y desarrollo, que sólo se pueden alcanzar por el esfuerzo interrelacionado de los seres humanos. Éstos tienen el conocimiento y la capacidad de crear, y la injerencia planificadora sólo los distorsiona, inhibe o anula.

Ya tenemos un ministerio de represión, el de Educación, que impone pésimos programas oficiales, pruebas nacionales inútiles, distorsionantes y caras, y que vive sumamente molesto con la relativa libertad lograda en la educación superior. ¿Para qué queremos otro que modele la inmodelable cultura, definida de alguna manera indefinible?

Todos estos gastos de pretensión y arrogancia intelectual son perfectamente inútiles y los recursos tributarios que nos quitan deberían ser devueltos a la gente o usados en otros propósitos, como la demanda libre de educación por los pobres. La ingeniería educacional, del tipo mil horas de clases, doble jornada, 77 mil becas de viajes, 100 mil computadoras y 47 mil jocas con preservativo no es el camino para mejorar la calidad, la que se logra con gestión de las personas, competencia y libertad plena.

Los planificadores ignoran el futuro y tienden a preferir lo que conocen, es decir, a los amigos y al pasado. Quizás por esto los fondos públicos han favorecido un cine anticuado, al decir de los "entendidos", u operativos llamativos, como desnudamientos, el cuadro del Bolívar afeminado y otros "trabajos" que consideran atrevidos y progresistas, pero que sólo son modas políticamente correctas y esencialmente cambiantes.

Al final, la promoción cultural es dinero para los amigos y copartidarios de los gobernantes, como se ha visto en las variadas premiaciones oficiales. Es otra práctica fascistoide corporativista, en este caso para defender los intereses de "intelectuales" que se ponen a la altura de ciertos agricultores llorones o de los socialistas del Colegio Médico.

Las dictaduras culturales pueden llevar, como en el paraíso socialista de la URSS, a prohibir el arte moderno, el uso de las matemáticas en la economía o determinadas investigaciones en biología. O a persecuciones religiosas y raciales. En Chile ya tenemos textos obligatorios y variadas insinuaciones de regalos, pero sólo para educadores que se sometan. Contamos con un canal de televisión estatal y un consejo nacional de censura para esta área, impropios de una democracia libre y moderna. Quizás nos falta un ministerio del culto, que aclare los misterios que tanto gustan a los religiosos "oscurantistas".

El arte, la ciencia, la filosofía, el cine, el deporte, la religión y la cultura requieren de libertad y no de dictaduras. Los funcionarios son tontones iguales que nosotros, y su pretensión de saber lo que nos conviene en arte o en deporte nada vale. Mire usted el fútbol, donde mientras más plata le ponen los políticos, nos va peor.

Hay que dejar que la gente con su libertad y su plata fomente lo que entienda por cultura. Sólo las exenciones tributarias son aceptables. Todo, o casi todo lo demás, es inaceptable, totalitario, acultural, cuasi robo y picante. Y el apoyo unánime del Senado chileno, una vergüenza nacional.

© AIPE

Álvaro Bardón es profesor de economía, Universidad Finis Terrae, y fue presidente del Banco Central de Chile.

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