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Amando de Miguel

Onomástica

Ya de paso, don Carlos me señala que los nombres extravagantes que se ponen a los niños en algunos países iberoamericanos es ya una costumbre admitida. "Pronto la veremos extendida a todos los rincones de España". No es ningún consuelo.

Pedro Blanco (Málaga) se pregunta ¿por qué al profeta Mohammed (así se dice, más o menos, en varios idiomas europeos) en español se dice Mahoma? Quizá sea una virtud del español, la de adaptar los nombres extranjeros a una grafía más pronunciable. Así, Aquisgrán, Almanzor, Guillermo o Santiago.

Luis Lavado (Houston, Texas, USA) recuerda que su madre, en Salamanca, lo llamaba de chico "sansirolé de La Habana". Está muy cerca del "sansirolé bendito" que decía mi madre en Zamora. Está claro que el tal Sirolé era un santo un tanto pasmado. Espero que algún libertario curioso nos dé cuenta de las andanzas de San Sirolé. Habría que recuperarlo para entender la política actual.

Ignacio Frías está de acuerdo con mi interpretación de que Sansirolé "es una corrupción de un fantasioso San Ciruelo, tenido por necio". Si será tal que su festividad se celebra el 30 de febrero. De ahí el refrán "el día de San Ciruelo te pagaré lo que te debo". Don Ignacio añade que hay toda una nómina de "santos bobos, imprevisibles enemigos del Maligno, beatamente inmunes a sus venenosas astucias". En su opinión, "el más glorioso representante de la sorprendente categoría sigue siendo sin duda San José de Copertino (1603-1663), llamado Bocabierta por su mandíbula abierta y su insuperable estolidez, pero célebre por sus raptos místicos, sus levitaciones y sus auténticos vuelos". Añado que el franciscano José de Copertino sufrió lo indecible tratando de ocultar sus poderes taumatúrgicos.

Enrique Sáez García observa una incongruencia en un comentario mío, al escribir "China y la India". La verdad es que ambos países irían mejor con el artículo, al igual que el Japón, el Perú, la Argentina y algún otro. Pero preciso es reconocer que la tendencia periodística actual es la de suprimir el artículo en los países que lo merecen. En este caso, como en otros muchos, yo practico la ambivalencia de poner o quitar el artículo según me lo pida el cuerpo en cada momento. Ya sé que mi ambigüedad exaspera a los libertarios puristas, pero nada puedo hacer.

José María Navia-Osorio interviene en la polémica sobre los hipocorísticos. Su opinión es que Pepe procede del italiano (Giuseppe, Beppe). No me convence, pero no puedo demostrarlo.

Tiene interés la apreciación de Fernando Mendoza respecto al hipocorístico Paco: "En latín clásico las abreviaturas se señalaban con una línea horizontal encima de la palabra. Así, el nombre Phranciscus se escribía Phco con una línea horizontal encima que indicaba que estábamos ante una abreviatura […] Así, la abreviatura de Phranciscus se leía Paco". Resulta ingenioso, peor yo me atengo más a la explicación de los hipocorísticos como derivados de la pronunciación infantil. De todas formas, me encanta la ambigüedad de que haya distintas teorías para explicar un mismo hecho.

Santiago Roig Mafé se suma a la teoría de la influencia italiana para explicar lo de "Pepe" (de "Giuseppe") y lo de "Concha". En italiano "Concepción" es "Concetta", tan cercano a nuestra "Conchita". A pesar de lo cual sigo confiando más en la teoría de la pronunciación de los niños.

Manuel Herrera Jerez acepta la interpretación del lenguaje infantil para algunos hipocorísticos, como el de "Paco, Frasco o Frasquito", derivados de "Francisco". Pero no se le alcanza de dónde puede venir el hipocorístico de "Curro" para llamar a "Francisco". Tampoco doy yo con ello. Espero alguna ayuda.

Carlos Iradier me reprocha que llame "maracuchos" a los habitantes de Maracaibo (Venezuela). "Se trata de un término despectivo, como el llamar gochos a los andinos. Es más correcto decir maracaiberos o maracabinos". No fue mi intención ofender a nadie, pero las palabras están vivas. Es la intención lo que puede resultar ofensivo.

Ya de paso, don Carlos me señala que los nombres extravagantes que se ponen a los niños en algunos países iberoamericanos es ya una costumbre admitida. "Pronto la veremos extendida a todos los rincones de España". No es ningún consuelo.

Juan Díaz-Laviada recuerda el nombre de una amiga de la infancia: Hortensia del Oro Pulido. Otra se llamaba Ángela Mesa Cordero, por lo que su madre podría pasar por "XX Cordero de Mesa". Recuerdo que Camilo José Cela anotaba en una libretita los nombres extravagantes que llegaban a su conocimiento. Yo mismo le proporcioné el de Cojoncio. Por lo visto, en un pueblo de Asturias ese nombre es bastante común. Don Cojoncio era un médico muy conocido, originario de ese pueblo asturiano. Lo divertido fue que una paciente, al tener que llamarle por su nombre, se aturulló un poco y soltó lo de "Don Jodoncio".

Sobre los nombres divertidos circula por estos días un chiste político. Es el intento de un hijo del ex ministro José Bono que se ha propuesto casarse con una hija del presidente George W. Bush. De celebrarse el enlace los hijos de ese matrimonio se apellidarían Bono Bush, o españolizado, Bono Bus.

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