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Antonio Golmar

¡Tonto el último!

Si algo resulta estúpido e incivilizado es impedir que las personas comuniquen a los demás sus buenos deseos de forma pacífica, tal y como lo están haciendo tanto ateos como evangélicos en sus respectivas campañas.

"La teología reducida a panel publicitario consagra la estupidificación del mundo en el cual vivimos". Así sentencia Gabriel Albiac en La Razón la campaña financiada por la Unión de Ateos y Librepensadores en un puñado de autobuses de las principales ciudades españolas. Para el filósofo, la anteposición de la palabra "probablemente" al célebre "Dios no existe" no es propio de gente civilizada. Opino que es justamente lo contrario. Es más, si Gabriel conociera la campaña original, quizá estaría de acuerdo conmigo.

Molesta por los mensajes religiosos que llevan apareciendo en el transporte público de Londres en los últimos 125 años, a la periodista Ariane Sherine se le ocurrió responder de forma amable y simpática. Nada que ver con el fuego del infierno que algunos herejes les desean a los no creyentes. Bien distinta es la doctrina católica al respecto (Vat. II, LG 16 y CIC., can. 847), pues en principio en el cielo romano hay sitio para todos. Por tanto, la inclusión del vocablo "probablemente" fue una cuestión de cortesía. Además, temían que la legislación británica, que restringe la libertad de expresión para aplacar a los islamistas, censurase la campaña.

Es comprensible que a más de un ateo la incorporación de la probabilidad le parezca un insulto a la inteligencia. Sin embargo, no fue una cuestión de necedad o de complejos, sino una combinación de buenas maneras y prevención ante las prohibiciones que lo políticamente correcto ha impuesto a la libertad en Gran Bretaña. A juzgar por la airada reacción de los de siempre, así como por la negativa del Ayuntamiento de Zaragoza a que sus autobuses luzcan el mensaje ateo, la opción por el "probablemente" me parece una muestra de prudencia.

Si algo resulta estúpido e incivilizado es impedir que las personas comuniquen a los demás sus buenos deseos de forma pacífica, tal y como lo están haciendo tanto ateos como evangélicos en sus respectivas campañas. Confieso que ambas me gustan por el buen rollo que transmiten. No está mal que de vez en cuando se hagan anuncios que ni piden dinero ni sirven para justificar lo mal que lo gastan quienes nos gobiernan.

No sé si será una cuestión de edad –no sufrí las inclemencias del franquismo– o de falta de experiencia –nunca fui partido de ideologías totalitarias, algo que algunos consideran una tara mental– pero sospecho que en esta cuestión algunos actúan igual que los niños del recreo cuando algún listillo grita ¡tonto el último! o el editor de turno decreta que Rosa Díez es una roja peligrosa. Lo mismo me da que me da lo mismo.

Los que no me hacen ni pizca de gracia, y probablemente a Gabriel tampoco, son los ateos que pretenden catequizar al personal haciéndole creer que son de misa diaria (también los hay que se avergüenzan de su fe y la niegan hasta en privado). ¿Acaso lo que es bueno para uno mismo es malo para todos los demás? ¿Por qué no dicen la verdad? Eso sí que es una estupidez, y además una indecencia.

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