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Antonio Robles

Asturias, poder querido

Una vez más, la política es una cloaca donde los ideales y el servicio al bien común del Estado son una disculpa, no una finalidad.

Le he escuchado en la entrevista de Carlos Herrera. Le he leído en carta dirigida a Mariano Rajoy. Dicen y cuentan. Está en boca de todos quien lo fue todo en el PP. Álvarez Cascos no hace sangre, pero desvela la maquinaria implacable de la dirección nacional de su ex partido. Una cúpula al servicio del poder de la propia cúpula y sus adláteres regionales. Tiene razón Álvarez Cascos cuando denuncia el impresentable comportamiento de sus adversarios políticos en Asturias y aún con más razón cuando denuncia a la dirección nacional del PP por ampararlos. La demostración palpable de que las normas estatutarias están al servicio del caciquismo burocrático de la cúpula dirigente. Nulo respeto a la democracia, burla a las normas estatutarias, incluido el "Comité Nacional de Derechos y Garantías", que en lugar de atajar el abuso de poder, lo ampara.

Sabe de lo que se queja, habla con acierto porque él mismo utilizó el aparato para aplastar cualquier atisbo de democracia interna cuando era secretario general del PP con Aznar. Rara coherencia. Se lo recuerda Alejo Vidal-Quadras en su blog con la cadencia de quien saborea la venganza contra quien le defenestró en Cataluña sin más cálculo que el poder.

No es nada nuevo ni privativo del PP la falta de democracia interna de los partidos. El mal está enraizado en todos y sus consecuencias son letales para la democracia misma. Ella es la causa directa de la corrupción política. Hay corrupción porque la existencia de cúpulas oligárquicas cohesionadas por la adhesión incondicional al grupo alimenta el corporatismo y la impunidad. A falta de contraste y dialéctica política crece el amiguismo, el mangoneo, el nepotismo y la arbitrariedad. Las normas sólo sirven para aplicarlas a los militantes excluidos del perímetro del poder. Esta rancia manera de dirigir los partidos, siendo indeseable, no es la peor de todas, la más impresentable es la de los partidos que dicen nacer para combatirla, servirse de los réditos que da la apuesta por la regeneración democrática y actuar en la práctica con idéntico caciquismo.

Hasta aquí la aportación de Álvarez Cascos a las buenas prácticas en política. Las razones que le han llevado a quejarse ahora de esa deficiencia democrática y a embarcarse en una aventura política no pueden ser más deplorables. Como un nacionalista más, pretende recuperar el poder perdido a costa de explotar agravios de su "pequeño y alejado país". Por eso quiere "recuperar el orgullo de ser asturiano" y "construir una nueva Asturias". La misma jerga, el mismo victimismo de los nacionalistas que hoy exigen soberanía. Envuelto en una atmósfera romántica repite compulsivamente la palabra Asturias. Ese camino se sabe cómo empieza... nunca dónde nos lleva. Pero de lo que no hay duda es de que ese camino es la coartada para todo aquel que hoy día quiera medrar en política y vivir a costa del erario público.

Una vez más, la política es una cloaca donde los ideales y el servicio al bien común del Estado son una disculpa, no una finalidad. Al final, ese hombre de partido nacional que parecía Cascos, sólo lo parecía. Detrás de la fachada, aparece un tiburón más de la política que, con tal de llegar al poder, no duda en excitar las emociones localistas, aún a costa de socavar España. Asturias, patria querida, ese himno que lo cantan todos los españoles cuando van por el tercer vino, Cascos lo quiere convertir ahora en orgullo nacional de Asturias. Exigencias del poder, diría un cinéfilo.

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