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El veterano líder sindical, Marcelino Camacho, ha afirmado: “No son los empresarios los que nos dan de comer a nosotros, somos nosotros los que les damos de comer a ellos”. Pero con las cosas de comer, don Marcelino, no se juega.

Por un lado, su declaración es un excelente resumen de la más monstruosa pero también más perdurable tontería económica: la idea de que la riqueza no se crea sino que se transfiere (o roba). Según esta filosofía la cuestión es o los empresarios alimentan a los trabajadores, o los trabajadores a los empresarios: jamás se le ocurre al señor Camacho que se puedan alimentar mutuamente, que creen riqueza conjuntamente y que la competencia y el mercado distribuyan sus frutos con justicia.

Por otro lado, y como subyace en la bobada de Camacho una obvia condena al sistema capitalista, es también muy interesante ver lo que sucede cuando tan odioso régimen desaparece, cuando los trabajadores no tienen que alimentar a ningún capitalista holgazán, porque no hay empresarios, ni capitalismo, ni propiedad privada, ni comercio, ni mercado.

El mundo atesora (es un decir) una larga experiencia de esa alternativa, puesto que una parte nada desdeñable de sus habitantes ha vivido desde 1917 bajo el sistema comunista. Esto tiene mucho que ver con el problema de quién da de comer a quién, que tanto preocupa al señor Camacho. Ese problema ha sido muy claramente resuelto por el comunismo: allí no hay comida.

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