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Carlos Semprún Maura

Alí Babá y sus ladrones

¡Milagro! Esta mañana he recibido cartas, por primera vez desde hacía una semana, y con un retraso equivalente. Esto nada tiene que ver con el ántrax, que provoca pánico sin motivos —salvo falsas alarmas y bromas muy pesadas. No, se debe, sencillamente, a una de esas endémicas huelgas clandestinas —e ilegales—, ya que la ley prescribe que se anuncie previamente la intención de ir a la huelga. Huelgas parciales como la que acabo de sufrir, manejadas por grupos “revolucionarios” que consideran este servicio público (lo mismo ocurre en los transportes, educación nacional, etc), no cómo una ayuda elemental a la comunidad ciudadana, sino como instrumento de lucha contra la mundialización neoliberal —¿contra quién iba a ser?— Mientras tanto, los vejetes que esperan el chequecito de su pensión, que esperen. Y no hablemos de los enamorados, alejados por las circunstancias, y que prefieren confiar sus ardores (se supone) por carta, y no por fax o e-mail. Pero claro, ni amor, ni pensión, ni servicio, ni público, cuentan ante la lucha de clases.

Al constatar, estupefacto, la avalancha de propaganda pro islámica que nos inunda desde el 11 de septiembre, yo me sitúo —triste privilegio de la edad— en los años treinta, y me pregunto qué hubiera pasado si ante la amenaza nazi se hubieran desarrollado tantos esfuerzos para exaltar la cultura alemana —Goethe, Bach, Beethoven, Kant, Nietzsche, Thomas Mann, Heine y muchísimos más. Algo de eso hubo, desde luego, pero infinitamente menos que el indecente derroche pro islámico actual. Se venía a decir: teniendo en cuenta que Alemania es un país civilizado y culto, los nazis no pueden ser tan malos como algunos los pintan. Pues sí, ambas cosas eran ciertas. Hoy, mayoritariamente, se dice lo mismo, con la considerable diferencia de que para hablar de cultura islámica hay que remontarse siglos atrás, porque lo que existe actualmente de cultura árabe o persa, etc, no es islámica. El Islam integrista y guerrero, que nos ha declarado la guerra, tiene la cultura del libro único. Como, por cierto, la revolución cultural china con aquel librito rojo, compendio de ilustres sandeces del Gran Timonel.

La izquierda, y no sólo la francesa, tiene una portentosa caradura, y la derecha, acomplejada, le pone miel sobre hojuelas. Con motivo de la lápida a la memoria de las víctimas argelinas de una manifestación en 1961, que el alcalde de París ha inaugurado estos días, surgió un rifirafe en la prensa y el Parlamento, del que se desprendía que la derecha hizo la guerra de Argelia y la izquierda la terminó, cuando ocurrió exactamente lo contrario; fue la izquierda —Mollet, Miterrand, el PS, los radicales-socialistas, apoyados por el PCF, etc.— quienes iniciaron la guerra, y la derecha, con de Gaulle, la paz. Esa lápida, conmemora sólo una de las muchas barbaridades que se cometieron, y por ambas partes, en Argelia, Francia e incluso París. Sin quererlo, el alcalde del PS expresó la verdad: “esta lápida no va contra nadie, ni contra los parisinos ni, sobre todo, contra la policía”. La realidad es que fue un acto contra Bush. Recuerden que el señor Delanoe es uno de los pocos alcaldes europeos que no ha expresado nada, ni indignación, ni dolor —ni siquiera se ha atrevido a manifestar alegría— por los atentados del 11 de septiembre.

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