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Carmelo Jordá

El escritor, los ebooks e internet

Ahora, con sus libros presentes en los escaparates de las librerías en la red, el escritor debe preocuparse por qué dice sobre él en los foros, Twitter o Facebook, qué valoración reciben sus obras y de qué forma puede comunicarse con sus lectores

Un panorama editorial significativamente nuevo en el que los ebooks son uno de los protagonistas implica cambios radicales en la tarea del escritor que los profesionales harían bien en plantearse.

No me refiero, por supuesto, a que se cambie la vieja Olivetti por un flamante Mac (aunque si alguien todavía no lo ha hecho ya puede ir dándose prisa), ni tampoco a que la irrupción de la lectura electrónica necesite de una escritura electrónica específica para los nuevos soportes (esto es una opción, pero no una necesidad: seguirá habiendo novelas y libros como los de toda la vida, letras negras sobre fondo blanco o sepia).

En lo que estoy pensando es en que el mundo de los libros digitales, de las tiendas digitales, de las redes sociales y, en suma, en un escenario en el que buena parte de la vida editorial se desarrollará en internet, el escritor pasa de ser un hombre público a ser un hombre en la red, si me permiten la horripilante expresión, y es en el entorno digital en el que debe gestionar la parte más importante de su "imagen corporativa".

Hasta ahora un escritor de cierto nivel vivía periodos de intensa exposición pública y otros, la mayoría, de más aislamiento: excepto aquellos con una labor habitual como periodistas los escritores presentaban un libro, daban algunas entrevistas, esperaban las críticas y, como mucho, hacían lecturas públicas o firmaban ejemplares en El Corte Inglés y la Feria del Libro.

Por supuesto, el escritor participaba en coloquios, firmaba (y firma) manifiestos o cualquier otra cosa que pegase con su condición de "intelectual", pero eso no era parte del trabajo dedicado al cuidado de su obra o, si quieren utilizar un término que suena algo peor, de la promoción.

Ahora, con sus libros permanentemente presentes en los infinitos escaparates de las librerías en la red y con un modelo de intercambio de información en el que cuentan, y no poco, los blogs, las puntuaciones de lectores, los foros, Twitter o Facebook, el escritor debe (o al menos debería) preocuparse por qué se dice sobre él en todos estos espacios, qué valoración reciben sus obras y de qué forma puede establecer una comunicación más sana y rica con sus lectores o sus potenciales lectores.

Obviamente, no se trata de pasarse el día en Google mirando las veces que alguien te menciona, pero sí de estar también en esos ámbitos, de poder influir en la conversación, quizá de poder contrarrestar al menos en parte lo que pueda surgir con un matiz negativo... En suma, de convencerse de que probablemente es más rentable invertir tiempo en tener una cuenta en Twitter que dinero en mandarle un jamón al director de la editorial.

Y no, no estoy hablando de un futuro lejano e hipotético: autores españoles ya lo hacen y muy bien. Les citaré dos ejemplos de los que ya hemos hablado por aquí en alguna ocasión: Lorenzo Silva y Juan Gómez - Jurado, activos tuiteros y capaces hasta de lograr que muchos dejen de piratearte... dando permiso para piratearte.

Brillante, ¿No creen?

 

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