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Charles Krauthammer

Un indulto de libro

Scooter Libby ha sido hallado culpable de cuatro delitos que en teoría podrían costarle 25 años de cárcel por... ¿qué? Declarar falsamente el momento en que escuchó por primera vez una información concreta, a saber, la identidad de la mujer de Joe Wilson.

Hay mentiras y hay lapsus de memoria. Bill Clinton negó bajo juramento tener relaciones sexuales con Monica Lewinsky. A menos que usted sea Wilt Chamberlain, el sexo no es algo que uno olvide con facilidad. Sandy Berger negó meterse documentos clasificados en sus pantalones, un acto quizá no tan elaborado como el sexo, pero que todavía implica una gran memoria motriz, y es improbable que sea olvidado honestamente.

Scooter Libby ha sido hallado culpable de cuatro delitos que en teoría podrían costarle 25 años de cárcel por... ¿qué? Declarar falsamente el momento en que escuchó por primera vez una información concreta, a saber, la identidad de la mujer de Joe Wilson.

Piense en ello. ¿Puede recordar cuándo fue la primera vez que escuchó el nombre de Joe Wilson o Valerie Plame? Vale, de modo que este asunto no es algo que lo preocupe en exceso. Pero sí que era la mayor preocupación de muchos periodistas en Washington y de los funcionarios del Gobierno llamados a declarar en el juicio de Libby, y sus recuerdos eran parte del juicio. El anterior secretario presidencial de prensa Ari Fleischer testificó bajo juramento que no había hablado al reportero del Washington Post Walter Pincus acerca de la señora Wilson. Pincus testificó bajo juramento que Fleischer lo había hecho.

Obviamente, uno de los dos no está diciendo la verdad. Pero no hay motivo para creer que ninguno de ellos esté mintiendo deliberadamente. Pincus y Fleischer son tan imperfectos como cualquiera de nosotros. Pasan sus días recibiendo y dando información. No se puede esperar que no sólo recuerden cada información, sino exactamente cuándo y de quién la reciben.

¿Debería recordarlo Scooter Libby? Se sabe que gestionaba un gran número de asuntos nacionales y de seguridad, recibiendo cientos de informaciones todos los días procedentes de docenas de fuentes. Pero el fiscal especial Patrick Fitzgerald eligió la declaración errónea de Libby en la que precisaba el momento en que recibió cierta información –la identidad de la señora Wilson– como el gran premio gordo de su multimillonario proceso de acoso y derribo.

¿Por qué? Porque sobre el encargo esencial por el que se le nombró fiscal especial –encontrar y castigar a quién filtrara el nombre de Valerie Plame– no tenía nada. Ninguna conspiración, ningún delito, ningún crimen, ni siquiera era cierto que fuera una agente encubierta amparada por la ley de protección de información confidencial. Fitzgerald sabía quién era el filtrador desde el principio. No fue Libby, sino Richard Armitage. También sabía que "la filtración" por parte del número dos del Departamento de Estado –un burócrata detractor acérrimo de la Casa Blanca, sobre todo del vicepresidente– fue una revelación inocente hecha sin pensar, cuyo objetivo era explicar por qué la CIA había hecho elegido a alguien tan improbable como Wilson para una misión relativa a armas de destrucción masiva. Y es que fue recomendado por su mujer en la CIA.

Todo el mundo está de acuerdo en que el caso de Fitzgerald contra Libby por perjurio dependía del testimonio de Tim Russert, de la NBC. Libby dijo que supo de Plame a través de Russert. Russert afirmó que él nunca sacó el tema. Los miembros del jurado que han hablado dijeron que habían creído a Russert. ¿Y por qué no iban a hacerlo? Russert es un hombre perfectamente honesto que no mentiría sobre algo así. Sin duda estaba dando su mejor descripción de los hechos.

Pero no es el Papa. Teniendo en cuenta que la poca fiabilidad de los recuerdos de tantos periodistas y figuras de la administración quedó en evidencia durante el juicio, ¿no es posible que Russert pudieran estar equivocado? No tengo ni idea. Pero sí sabemos que, una vez, Russert negó haber llamado la atención a un reportero del Buffalo News para quejarse por una noticia. Más tarde, Russert se disculpó por el error cuando se le mostraron las pruebas de una llamada que había olvidado genuinamente y por completo.

Existe un segundo caso de mala memoria inocente de Russert. Afirmó bajo juramento que no sabía que uno puede no ir acompañado de un abogado ante una audiencia del gran jurado. Este hecho por sí mismo es irrelevante para el caso, si no fuera porque, como señala la ex fiscal Victoria Toensing, la defensa tenía grabaciones de Russert diciendo tres veces en televisión que los abogados están prohibidos en las audiencias del gran jurado.

Las pruebas sobre esos errores de Russert nunca se mostraron al jurado. El juez no lo permitió. Estaba furioso con la defensa por no subir a Libby al estrado –su perfecto derecho según la Quinta Enmienda– tras decir en el alegato de apertura que lo haría. Por tanto, negó a la defensa una demostración directa de la falibilidad del testigo cuyo testimonio era el más decisivo.

Toensing piensa que esto podría ser la base con la que impugnar el veredicto en caso de apelación. Eso espero. Este es un caso que nunca debería haber llegado a juicio, originado por un escándalo que nunca tuvo lugar, en busca de un delito –violación de la Ley de Protección de la Identidad del Personal de Inteligencia– por el que el fiscal ni siquiera acusó a nadie. Es un caso de libro para un perdón presidencial. Debería haber sido concedido mucho antes de que este caso atroz llegara a juicio. Debería concederse ahora sin mayor dilación.

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