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Daniel Rodríguez Herrera

Todos somos Chrome

Ahora todos los navegadores parecen Chrome. Todos han simplificado su interfaz, poniendo arriba del todo las pestañas.

Al principio de los tiempos, cuando ni el tato sabía que era eso de internet, el navegador era Netscape. Tenía el monopolio, básicamente porque nadie ofrecía ninguna aplicación siquiera similar. Pero entonces Microsoft se dio cuenta de que las redes privadas no tenían futuro y que La Red era el futuro. Y puso toda la carne en el asador con Internet Explorer, que a partir de su versión 4 empezó a ser un producto decente.

Microsoft triunfó y Netscape decidió que convertirse en software libre era su única salida. Le costó muchos años lograr un producto presentable, al que llamó Firefox. Internet Explorer había llegado a su versión 6 y ahí se había quedado. No tenía competencia, salvo una pequeña compañía noruega llamada Opera, cuyo navegador era el más rápido, el que menos consumía y encima ofrecía una novedad extraña: las pestañas. Firefox se las copió, y triunfó. Nunca llegó a superar al navegador de Microsoft, pero la amenaza fue suficiente como para despertar al gigante y obligarle a sacar un producto decente. Cinco años después del Internet Explorer 6 lanzó el 7, que incluía las pestañas, y luego el 8.

El panorama se estabilizó. Firefox era la elección de los usuarios más avanzados e iba subiendo lentamente en aceptación, sin amenazar la hegemonía del Explorer, pero tocándole bastante las narices. Los más frikis le instalábamos las más variadas extensiones, creadas por programadores de todo el mundo: las mejoras que tengo yo instaladas incluyen una que mete automáticamente contraseñas en sitios web con registro obligatorio u otra que permite sincronizar el historial y los marcadores entre los Firefox instalados en distintos ordenadores.

Todo parecía ya establecido. Teníamos por un lado al púgil del software libre, y al otro al de la gran compañía malvada cual pérfida Albión. Pero en esto llegó Google, otra empresa de colosales proporciones, y lanzó otro navegador de software libre, Chrome, en 2008. Tenía un diseño bastante diferenciado al de sus competidores y un novedoso sistema que aportaba una mayor seguridad al navegar. Actualmente algo más del 10% de los internautas lo usan.

Con el lanzamiento de Internet Explorer 9 y la versión preliminar de Firefox 4, que recomiendo a todos aquellos usuarios que no necesiten de extensiones que no se hayan actualizado, el círculo se ha vuelto a cerrar. Ahora todos los navegadores parecen Chrome. Todos han simplificado su interfaz, poniendo arriba del todo las pestañas. En lugar de un menú desplegable, todos optan por incluir uno o dos botones a los que acceder a las opciones. Todos se han centrado en ser más rápidos al mostrar las páginas y, sobre todo, las complejas aplicaciones web tipo Gmail.

Dicen que la imitación es la forma más sincera de adulación. Parece que los competidores de Google no hagan otra cosa que adorarlo.

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