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Emilio J. González

A costa de RTVE

Una televisión pública tiene sentido si su programación se diseña y emite con vocación de servicio público, no con el carácter comercial de programas como Mira quien baila o los partidos de la Champions League porque eso lo pueden hacer las privadas

¿A quién pretende ayudar el Gobierno con la decisión de reducir la publicidad en RTVE para compensar a Antena 3 y Telecinco por autorizar a Sogecable a que La Cuatro emita en abierto? ¿A quien perjudica? No cabe duda de que una decisión semejante beneficia a las dos cadenas privadas de televisión que desde hace años apostaron por las emisiones en abierto para todo el mundo. Pero en todo este asunto hay una tercera beneficiada, la propia Sogecable, de la que hasta ahora nadie habla.
 
Sogecable apostó desde sus comienzos, allá por 1989, por la televisión de pago, una fórmula desconocida en España hasta que Canal+, una de las empresas integradas en Sogecable, inició sus emisiones. Los responsables de la compañía pensaron que haciéndose con los derechos de las películas de siete de las ocho grandes productoras de Hollywood, con los de la liga de fútbol, la Champions League, la NBA y otros grandes acontecimientos deportivos; con los de las series y documentales de más impacto, el gran público correría a suscribirse al canal de televisión de pago. Pero no fue así. Como el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, Sogecable volvió a cometer el mismo error con el lanzamiento de Canal Satélite Digital, la televisión digital de pago que, para poder sobrevivir, tuvo que acabar fusionándose con Vía Digital, creada por Telefónica y también con muchas dificultades financieras, para dar lugar a la plataforma única Digital+. Pero ni con esas salen las cuentas de un negocio que, hoy por hoy, no acaba de consolidarse en nuestro mercado televisivo ya que, aunque a los españoles les gusta ver la televisión, no están dispuestos a pagar por ello.
 
La reducción de la publicidad en Televisión Española supone, por ello, un balón de oxígeno para Sogecable, porque algo acabará cayéndole del trozo de tarta al que, por exigencias del guión, tiene que renunciar el ente público. La competencia por la captación de anuncios entre las televisiones es cada vez más intensa puesto que a las empresas privadas que llevan años emitiendo –Antena 3, Telecinco, Sogecable– se suma la proliferación de televisiones públicas autonómicas, de emisoras locales y, ahora, de televisiones por cable, por internet y las nuevas televisiones digitales terrestres. El número de comensales para una tarta de dimensiones no demasiado amplias ha crecido mucho en los últimos años y, posiblemente, lo hará más en los próximos, con lo que la competencia por un trozo del pastel publicitario se intensificará. Liberar ahora para las cadenas privadas parte de la publicidad que capta TVE es un respiro para que las tres, pero sobre todo Sogecable, puedan afrontar en mejores condiciones el futuro que se avecina.
 
Una decisión semejante, como es lógico, ha suscitado las protestas airadas de la directora general de RTVE, Carmen Caffarel. Pero los argumentos que emplea para criticar la decisión del Gobierno son, justo, los equivocados. Caffarel no puede pretender que el Ejecutivo compense al ente público así como así por la pérdida de ingresos por publicidad porque lo que no puede hacer nunca una entidad pública es competir con las privadas, como viene haciendo TVE desde hace años, sobre todo con La Primera. Si hablamos de programación comercial pura y dura, que es lo que hace La Primera, ¿por qué hay que financiar sus pérdidas con recursos de los presupuestos y ayudarla con el dinero de todos los españoles a competir con empresas privadas, que ofrecen y pueden ofrecer a los ciudadanos los concursos, series, películas y transmisiones deportivas que emite La Primera? Desde esta óptica, no hay razón alguna para seguir subvencionando a la televisión pública porque la vocación de La Primera no es la prestación de un servicio público sino la de emisiones pura y simplemente comerciales. Pero para eso, ya tenemos Antena 3, Telecinco y Sogecable, a las que no se da dinero de los presupuestos generales del Estado.
 
Otra cosa es en lo que se refiere al servicio público y aquí Caffarel vuelve a equivocarse porque lo que tendría que exigir al Gobierno es que la reducción de los ingresos por publicidad de RTVE venga acompañada de un plan para desarrollar y financiar dicho servicio, cosa que el Gobierno no ha puesto sobre la mesa. Este es el verdadero quid de la cuestión. Una televisión pública tiene sentido si su programación se diseña y emite con vocación de servicio público, no con el carácter comercial de programas comoMira quien bailao los partidos de laChampions Leagueporque eso lo pueden hacer las privadas. De hecho, invadir el terreno de la programación comercial por parte de las televisiones públicas es competencia desleal porque éstas lo hacen con el apoyo de ingentes cantidades de subvenciones, cosa que la Unión Europea critica una y otra vez y presiona para poner fin a estas prácticas. Las subvenciones, en cambio, tienen sentido si hablamos de servicio público, de programas de interés cultural, educativo, etc. que las televisiones privadas no emiten por su baja rentabilidad. En este caso, una televisión pública tiene sentido y razón de ser si programa cosas como teatro, música clásica, etc. que no tienen cabida en las parrillas de la privada. Y eso sí se tiene que financiar con dinero público si no basta con los ingresos por publicidad. Pero el Gobierno, al no haber elaborado un plan para potenciar el servicio público conjuntamente con la decisión de recortar la publicidad en TVE, ha dejado al organismo público en una difícil situación, para dar satisfacción a las cadenas privadas y que no pongan problemas a que La Cuatro emita en abierto. Esto lo acabaremos pagando todos de nuestro bolsillo. En este punto, me temo, Carmen Caffarel tiene toda la razón al advertirlo.

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