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Fray Josepho

Lenguas de fuego

Y Murcia se requema cual bizcocho,
pues entre los bomberos nadie habla
con suficiente práctica el panocho.

Con la reciente tragedia en los montes de Galicia, se ha sabido que el conocimiento del gallego es requisito inexcusable para optar a las plazas de operarios contra incendios. El hecho de que por tal razón hayan quedado excluidas de esos puestos personas expertas en la lucha contra el fuego ha escandalizado a la opinión pública, porque la terrible realidad de las llamas contrasta con las mezquindades burocráticas nacionalistas.

Aunque esto no es nuevo. Ahora se ha hecho patente con los incendios, pero en España hace tiempo que conocer las lenguas regionales, en las autonomías que las tienen, es exigencia ineludible para acceder a un empleo público. Por desgracia, como hay otros abusos más sangrantes –literalmente– no se les suele prestar la atención debida a estos atropellos. Incluso el PP se ha dejado vencer por la demagogia –cuando no por la vocación aldeana– y ha tomado medidas parecidas en "sus" comunidades autónomas. Porque, aunque los casos más sonados se den en Cataluña, en el País Vasco y, ahora, en Galicia, ya pasaban estas cosas en la Galicia de Fraga, y pasan en Baleares y en Valencia.

Encima, a veces, la estúpida burocracia nacional-socialista provoca desatinos como el que estos días se ha publicado: individuos gallegohablantes de cuna que no gozan de consideración oficial como tales porque no han acabado los cursos dispuestos por la dirección general de normalización lingüística para obtener el certificado que acredita el dominio de la lengua. Detrás de esta memez pueblerina se esconden, por un lado, los intereses de aquellos que viven de las enormes cantidades de dinero público que se asignan a promocionar las lenguas locales, y, por otro lado, el afán de separarse de España y de analfabetizar a la población en la lengua común. Porque lo de la "normalización lingüística" es un camelo indignante y abusivo que está llenándole los bolsillos a mucho vivales autonómico y que está sumiendo a generaciones enteras en un conocimiento precario del español culto.

Y es que donde estos desafueros lingüísticos tienen su principal campo de acción es en la enseñanza. Ahí es donde las fuerzas nacionalistas y todos los bobos que les hacen el caldo gordo se han movilizado de una manera más eficaz. Y repito que esto pasa, con diversos grados de iniquidad, en comunidades gobernadas por nacionalistas, por socialistas y por populares. Incluso es un asunto que sobrepasa las autonomías bilingües, porque el ansia de poseer "lengua propia" –como si las otras fueran "impropias" o "ajenas"– lleva a inventar, a resucitar, a recrear o a improvisar idiomillas, dialectejos y jerigonzas en regiones donde lo único que se habla es español. Y si no hay jerga propia, se santifican los vulgarismos locales o la entonación comarcal o cualquiera sabe qué vicio de pronunciación más o menos autóctono. Ya hasta el proyecto de Estatuto andaluz prevé "un especial respeto y protección" por parte de las autoridades hacia la llamada "variedad lingüística andaluza". Claro: no se puede ser una realidad nacional como es debido si no se habla distinto de los demás.

En fin, que la libertad retrocede cuando las lenguas no se usan para la comunicación sino para la segregación. Y este es el tema de los siguientes tercetos encadenados.

Galicia es devorada por el fuego:
la culpa, por supuesto, la tendrán
los bomberos que no hablan en gallego.

También en Cataluña ardiendo están
los montes, pues los que usan la manguera
no parlan ni una mica en catalán.

Y en Euskadi los bosques son hoguera
porque los que echan agua en aeroplano
no saben pronunciar bien el euskera.

Si Valencia se abrasa este verano
es porque mucho guardabosques ruin
no sabe articular el valenciano.

En Mallorca el humazo y el hollín
van a dejar el aire irrespirable,
pues los que extinguen no hablan mallorquín.

Y arde en Asturias todo lo inflamable,
como una enorme pira de grisú,
porque los contraincendios no hablan bable.

Y hasta en Andalucía, mira tú,
se queman las provincias, que son ocho,
pues los retenes no hablan andalú.

Y Murcia se requema cual bizcocho,
pues entre los bomberos nadie habla
con suficiente práctica el panocho.

Y en Aragón avanza a rajatabla
el incendio por páramos y lomas,
que allí no hay un retén que charre en fabla.

En fin, si el fuego avanza sin control
–y perdón por meterme en tales bromas–,
la culpa es del fanático español
que se niega a aprender otros idiomas.

En Sociedad

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