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Gabriel Moris

Aritmética para una democracia

Todo lo sobrevenido desde aquel fatídico once de marzo de 2004, en mi opinión, deriva de aquel crimen de lesa humanidad y del tratamiento dado al mismo por nuestras instituciones, con la aquiescencia o el dejar hacer del pueblo objeto del crimen.

"La democracia es un medio y una forma mientras que la libertad es una esencia y un fin" (Salvador de Madariaga).

Como yo me crié y formé en tiempos de la "democracia orgánica", cuando en el año 1978 aprobamos una Carta Magna que restauraba la "democracia perdida", creí que en España habíamos dado con la clave para convivir en paz, armonía y bienestar. No soñaba con la arcadia, no, soy consciente de que la vida del hombre comporta riesgos y dificultades además de algún atisbo de placer y de felicidad. Yo esperaba sinceramente algo más de racionalidad, de tolerancia, de respeto mutuo, de transparencia y de honradez en nuestra convivencia; incluso algo más de libertad y de justicia. Tres décadas después de aquella esperanzada fecha, me atrevo a hacer un balance, que sin incurrir en el pesimismo y la desesperanza, he de confesar que no alcanza en absoluto las expectativas puestas en muchos aspectos esenciales de nuestra vida en común.

Yo manejo un concepto de democracia algo rudimentario, creo que la democracia es una de las formas de gobierno perfectas, según los helenos, o menos imperfectas, según Churchill, que consiste en la participación del pueblo en la organización de la vida sociopolítica. Esto que, a priori, suena bien, hay que articularlo de forma que las corrientes de opinión y de pensamiento tengan sus cauces de representación. Los modelos de representación de las democracias occidentales se basan no en la representatividad de la voluntad popular, tampoco lo hacen en la racionalidad o el sentido común, sino en las decisiones e intereses de los elegidos en listas cerradas entre los militantes de los partidos políticos que, con frecuencia, no tienen el mínimo nivel de representatividad en la sociedad. Todo ello regulado por la aritmética de las urnas y la de las conveniencias y pasteleos post electorales. La importancia de los porcentajes de representación a veces queda contrarrestada por componendas ajenas o contrarias a la verdadera voluntad popular. El respeto debido a las minorías se convierte a veces en una dictadura de las minorías a cambio de conservar el poder o de imponer decisiones irracionales, e incluso de obtener beneficios dinerarios al margen de todo principio de solidaridad.

La España anterior a la masacre del 11M, y especialmente los años derivados de aquel crimen masivo e indiscriminado contra el pueblo liso y llano, del que se nutre el granero de votos que otorga la representatividad formal a los que nos representan en las instituciones, pueden suministrarnos algunos ejemplos para ilustrar mi tesis sobre la disfunción que la simple aplicación de la aritmética puede introducir en la voluntad popular manifestada en las urnas o en los movimientos cívicos. En ocasiones, las mayorías llevan a tomas de decisiones o a legislar asuntos desde la irracionalidad más absoluta.

No creo descubrir nada al afirmar que el hecho más relevante y grave ocurrido en la España del siglo XXI es el citado anteriormente. Todo lo sobrevenido desde aquel fatídico once de marzo de 2004, en mi opinión, deriva de aquel crimen de lesa humanidad y del tratamiento dado al mismo por nuestras instituciones, bien entendido, con la aquiescencia o el dejar hacer del pueblo objeto del crimen y sujeto votante en el aparente sistema democrático y de "libertades" que nos dimos en 1978.

El primer deber de cualquier Estado de Derecho es salvaguardar la vida de sus ciudadanos, los mantenedores del sistema; pues bien, en el asunto que nos ocupa ha habido un fallo estrepitoso o algo mucho peor que un fallo; las instituciones han incumplido con sus deberes desde la prevención (inexistente), la investigación policial y judicial (errónea, insuficiente u orientada por intereses inconfesables), la investigación parlamentaria (cerrada en falso por la aritmética de la cámara), el juicio (con TV de plasma, falsa apariencia de impartir justicia y poco más) y la sentencia que puso en evidencia la capacidad de un tribunal para atrapar una angula con una almadraba. Sin autores y permitiendo la presencia de pruebas y testimonios falsos.

Después de todo ello se impuso la aritmética sumatoria y el consenso para dar por cerrado y olvidar el mayor ataque perpetrado contra una mal llamada democracia coincidiendo con las bodas de plata de la "carta magna" que nos debía reconciliar a todos los españoles. Eso sí, el crimen se cometió contra el pueblo que paga, vota y limpia sus lágrimas sin tener derecho a recurrir ante nadie la ineficiencia y la injusticia desplegada por el Estado para que el olor fétido a putrescina y cadaverina que sale del 11M no llegue a la pituitaria de los que prefieren seguir consignas o mirar en dirección contraria a la de la verdad y la justicia pendientes.

Todo lo derivado del 2004, crisis económica, aborto a discreción, acercamiento a ETA y distanciamiento de las víctimas, paro, fin de la división de poderes, restricción de libertades individuales etc. son ramificaciones de una hiperplasia maligna sin extirpar ni en la forma ni en el tiempo debido. Un mal colectivo de difícil reparación pero del que siempre recordaremos cómplices con nombres propios.

La legislatura que se avecina, con los mismos protagonistas de las dos anteriores, no vaticina cambios como para regenerar un sistema en el que el principal problema es la clase política. Sólo en deporte brilla la nación más antigua de Europa.

Las víctimas del terrorismo, a pesar de remar a contracorriente, seguiremos trabajando porque la verdad, la memoria, la dignidad y la justicia se vayan abriendo camino en el lodazal de nuestra sociedad. Y todo ello sin ánimo de revancha sino por la lógica de los valores que debe propiciar una sociedad sana y una sociedad libre. Respecto a nuestros asesinos y sus encubridores, sin excluirlos de los beneficios que ello comporte, sólo recordarles que cualquier momento es bueno para el reconocimiento de su culpa y reparar el mal causado. ¿Creen acaso que el setenta por ciento de la población somos incapaces de intuir los motivos del atentado y de su ocultación hasta el día de hoy? Si algún día se desvelara la verdad seguro que veríamos una héjira de personas con sus maletas repletas de monedas (como Judas) e incluso de medallas.

En España

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