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Cosechando el éxito de Bush

Irak está ahora, por primera vez, en manos de los iraquíes. La guerra ha sido un empeño noble y justo. Su resultado, un Irak libre, merece ser celebrado.

Ningún lector de los diarios dominantes en España está en condiciones de entender el discurso de Obama declarando el fin de la operación Libertad Iraquí. Le han mentido demasiado.

Unas cuantas verdades, para variar.

La guerra se inició porque todos los servicios de inteligencia del mundo creían que Sadam poseía armas de destrucción masiva. Esta sólo fue la justificación externa de la intervención, destinada a lograr el consenso internacional sobre las "graves consecuencias" incluidas en la resolución 1441 del Consejo de Seguridad. Cuando el Congreso americano autorizó el uso de la fuerza dio 23 razones, entre ellas, la esencial de la Doctrina Bush: cambiar el régimen.

Obama cumplió ayer, en función de plazos intermedios propios, el acuerdo de retirada logrado por Bush en 2008. La salida de tropas priva a los terroristas de uno de sus argumentos, el de la ocupación, irresponsablemente atizado por la prensa, demostrando que el interés americano era protegerse y defender a los iraquíes.

Si Irak es hoy un país democrático, constitucional, con un sistema electoral de listas abiertas, es gracias a la intervención de 2003, y al "surge" de 2007. Todo ello, a pesar de los medios y cancillerías que recibieron la Doctrina Bush como locura o crimen. Obama no cambió drásticamente esta política, sólo su retórica. La continuidad de la estrategia, con sus mandos incluidos, como Gates o Petraeus, es la que ha permitido el éxito. Hay hoy en Irak prensa libre, libertad de expresión, surgimiento de una sociedad civil, elecciones... y, sí, discusiones para formar gobierno que a veces se prolongan, como ahora mismo en Bélgica u Holanda. Hay un Ejecutivo en funciones que garantiza la estabilidad y que colabora con un parlamento elegido, que asegura la división de poderes. No hay otro país en la región con elecciones libres.

El terrorismo sigue haciendo daño porque no hay ningún otro acontecimiento que haya hecho vislumbrar a las fuerzas de la tiranía, ya sean islamistas, ya meramente autoritarias, que la democracia es posible en Oriente Medio. Los radicales consideran la pérdida de Irak como un cataclismo, no sólo por su valor como representante del califato del pasado, sino por su ejemplo sobre los vecinos.

Al Qaeda, ingrediente fundamental de esa violencia, cuyo intento por incitar a la guerra civil ha fracasado, ha hecho más, paradójicamente, por desvirtuar el islamismo que ninguna otra cosa. El asesinato atroz de otros musulmanes, chiíes pero también sunitas, mujeres y niños incluidos, lejos de ser visto como responsabilidad occidental, como lo hizo estúpidamente la prensa interesada y los políticos sin escrúpulos, fue visto por los islámicos como lo que era: la horrible consecuencia de una ideología monstruosa contra la que había que alzarse.

La guerra de Irak se ha desvinculado erróneamente del contexto de la guerra contra el terror. Al llegar Obama a la Casa Blanca, afirmó que cambiaría aquellos aspectos que eran, a su entender, contrarios a los valores americanos y que incitaban al terrorismo en lugar de combatirlo. Casi dos años después, merece la pena fijarse en la lista de los elementos de la política Bush que Obama ha considerado tan eficaces como imprescindibles. Guantánamo sigue abierto. Bagram, su equivalente en Afganistán, también. Los asesinatos selectivos con aviones no tripulados y otras operaciones especiales se han multiplicado y extendido, además de a Pakistán y Afganistán, a Yemen. Sigue en vigor el Patriot Act y su sistema de escuchas para detectar amenazas en suelo americano.

Irak está ahora, por primera vez, en manos de los iraquíes. La guerra ha sido un empeño noble y justo. Su resultado, un Irak libre, merece ser celebrado. Y sus responsables fundamentales: Bush, el Ejército americano, los mismos iraquíes, y Obama, que no ha abandonado el país a su suerte, felicitados. Al mismo tiempo, es hora de condenar a quienes, coaligando maldad e ignorancia –en la política y en los medios– han tratado de hundir a Irak en la sangre y la tiranía del terror, vistiéndose –sepulcros blanqueados– de un manto de corderos.

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