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De Irak a Afganistán

Con aplomo y confianza, Brown afirmó que la decisión que tomó el Gobierno de Blair fue la correcta y por razones adecuadas, pues el régimen de Sadam suponía una amenaza.

Mientras la democracia intenta asentarse en Irak tras unas elecciones no exentas de dificultades, la comisión Chilcot continúa investigando el papel del Reino Unido en la guerra contra Sadam de 2003. El primer ministro británico, y entonces responsable de las finanzas, acudió al interrogatorio sobre Irak con las elecciones británicas a la vuelta de la esquina. Los analistas políticos del país coinciden en que Gordon Brown supo sortear bastante bien el escollo. Con aplomo y confianza afirmó que la decisión que tomó el Gobierno de Blair fue la correcta y por razones adecuadas, pues el régimen de Sadam suponía una amenaza: "Irak violaba gravemente la legalidad internacional". Además, lamentó ante la comisión la muerte de militares y civiles, algo que Blair no hizo, y sintió no haber sido capaz de convencer a los estadounidenses de que la planificación para la reconstrucción era esencial, tanto como planear la guerra.

Brown, sin embargo, aseguró desconocer un posible "pacto de sangre" entre Blair y Bush para atacar Irak un año antes de que ocurriera. ¿Y qué si fue así? El hecho es que sin la insistencia de Blair (y de Powell) de acudir a Naciones Unidas, Estados Unidos hubiera ido a la guerra mucho antes de marzo de 2003. Por otro lado, si el objetivo de la comisión Chilcot es aprender las lecciones sin buscar condenables –aunque sí desea ver arrepentidos– más culpable sería Clare Short, ministra de Desarrollo del Gobierno de Blair, que acusó al ex primer ministro de mentir sobre Irak durante su comparecencia ante la comisión. Fue su departamento el responsable de planificar el post-Irak, pero ella dimitió en protesta por la guerra en mayo de 2003 y abandonó sus responsabilidades. Nadie duda de que si Irak se hubiera estabilizado tras la victoria de la guerra, nadie estaría hoy pidiendo explicaciones.

El caso es que Brown fue capaz de dar con el tono justo sin aportar muchos datos nuevos y dando a entender que nunca estuvo en el epicentro de las decisiones. Trató sobre todo de no cometer errores que le puedan costar votos en las elecciones. Pero los británicos no estaban interesados en saber hasta qué punto Brown estuvo implicado en la decisión de la guerra. Estaban más preocupados por descubrir si, como responsable del Tesoro, limitó las dotaciones económicas para equipar a los militares, poniendo en peligro sus vidas. Así lo aseguran varios mandos militares que afirman que hubo recortes presupuestarios para más helicópteros, lo que obligó a los efectivos a tener que desplazarse por tierra con una mayor exposición al peligro. No se cubrieron las necesidades en Irak, como no se está haciendo en Afganistán, donde se mantiene un importante déficit de armamento.

Brown se refugió en las cifras y aseguró que nunca rechazó fondos para el equipamiento vital en Irak. Tras la intervención, y sin duda para suavizar las críticas que le llovían, se fue a Afganistán. Allí anunció la próxima llegada de un nuevo vehículo de patrullaje y más dinero para material. Si Brown busca de esta manera apaciguar los ánimos y ganar votos, los militares sólo piden ir a la guerra equipados de forma adecuada. Son ellos los que seguirán jugándose la vida gane quien gane las elecciones.

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