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El Estado 'no miembro'

Se trata de una iniciativa que va en contra de la aspiración palestina a dotarse de un Estado y que perjudica a la única democracia de la zona.

Se trata de una iniciativa que va en contra de la aspiración palestina a dotarse de un Estado y que perjudica a la única democracia de la zona.

Es más que probable que la Autoridad Palestina recabe suficientes apoyos en la Asamblea General de la ONU para obtener el carácter de "Estado observador no miembro", que pasaría a compartir con, sorpresa, el Vaticano.

El año pasado Mahmud Abás, presidente del Ejecutivo palestino, pero cuya autoridad sobre Gaza es inexistente tras el golpe de Hamás de 2007, ya intentó obtener la plena consideración ante el Consejo de Seguridad. Sin éxito. Lo que pretende ahora –Palestina tiene rango de "entidad observadora" desde 1974– es anotarse un tanto en la lucha entre presuntos moderados, su partido Fatah, y ciertamente radicales, Hamás. Por ello, muchos países occidentales se plantean las bondades diplomáticas de votar a favor. Son pocos los europeos que así lo harán. Palestina ya logró el año pasado ser aceptada como miembro de Unesco, una de las más conocidas agencias de la ONU, con el voto a favor de sólo 11 Estados europeos. La consecuencia de esa admisión fue la retirada de fondos a la organización por parte de Estados Unidos. A ver cómo mantienen ahora el pisito que tienen en París, a un paseo de la Torre Eiffel.

Las repercusiones de la no membresía observadora son potencialmente más graves de lo que parecen. No se trata sólo de que habilitaría a la AP a ingresar en organismos como la Corte Penal Internacional, donde podría introducir reclamaciones contra Israel, sino del peligroso precedente de otorgar la condición estatal a una realidad que carece de territorio definido, que no tiene control sobre el mismo a través de un solo poder político y que, a día de hoy, no reconoce el carácter judío del Estado de Israel. Por no hablar de que la ONU orillaría las negociaciones, que siempre se han considerado el punto de partida para cualquier reconocimiento de una solución basada en dos Estados y que, tras la propuesta de George W. Bush de 2002, se vinculaban al abandono del terrorismo, detalle que conviene no olvidar.

Aún más improcedente es la aceptación de esta nueva condición de la parte de Palestina controlada por la AP, Judea y Samaria, como Estado cuando la mayor parte del mundo árabe suní cuestiona de nuevo la existencia del intruso en Oriente Medio y la teocracia iraní promete día sí, día también la aniquilación del Estado hebreo. Pero lo más fundamental sea seguramente que ni siquiera Obama, que ha obtenido el peor resultado de un presidente demócrata entre los judíos americanos desde Carter, considera adecuada la medida. Cuando el más socialdemócrata y europeo de los presidentes americanos está en contra de este nuevo circo palestino, uno puede preguntarse qué peculiar radicalidad puede llevar a nadie a apoyar una petición que no fortalece las aspiraciones de Palestina a dotarse de un Estado mientras debilita al único Estado democrático-liberal de la zona, que no es otro que Israel.

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