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El relevo de Bono

Alonso debería poder comenzar un ciclo nuevo. Ahora, si llega a esta cartera porque su jefe, Rodríguez Zapatero se lo quería quitar de en medio para negociar más a gusto con ETA, habrá que ver qué margen de maniobra le deja.

La crisis del gobierno de Rodríguez Zapatero se explica por factores puramente domésticos que están en boca de todos. Pero la sustitución de Bono por Alonso también tiene una componente internacional que no conviene descuidar. Bono ha sido un ministro estridente dentro y fuera del país. Antes de tomar posesión ya se hizo recibir por quien sería su homólogo, el americano Donald Rumsfeld, a quien en ese momento le dijo que la retirada de Irak se haría de forma consensuada. Palabra que fue incapaz de cumplir.

Bono también fue el hacedor principal de todo el lío español con la Venezuela de Chávez y su gestión internacional de la venta de armas a ese dictador le resultó tan explosiva como su faceta interna y las continuas desavenencias con su colega de gobierno Miguel Ángel Moratinos. No sólo les prometió a los americanos que él se encargaría de resolver el problema que él mismo había creado sin saber nadie muy bien por qué, cosa que no hizo nunca, sino que, además, se encargó de ir diciendo que la operación armamentística contaba con el beneplácito de los mandatarios del Pentágono, afirmaciones que le valió una dura carta pidiendo explicaciones por parte de Rumsfeld y el deterioro de las relaciones bilaterales en materia de defensa.

Alonso, por el contrario, con su perfil moderado y la colaboración de su departamento con agencias muy relevantes americanas, sobre todo en el terreno del contraterrorismo y la lucha contra el terror islamista, se ha ido ganando la confianza de los norteamericanos. Es más, hay quien en Washington le considera de verdad un buen interlocutor de cara a pasar mensajes a Rodríguez Zapatero. En ese sentido, Alonso podría venir a aliviar dos tensiones que se retroalimentaban: por un lado de cara a Estados Unidos, toda vez que el puente entre ambos gobiernos era ya visto como alguien en el que no se podía confiar; por otro, de cara a los militares españoles, cada vez más soliviantados con un gobierno y un ministro que les cercenaban sus posibilidades profesionales. Un buen ejemplo, las limitaciones a que la Armada española se entrenara con unidades de la US Navy debido a puras razones políticas del actual gobierno.

A Alonso, no obstante, le cae encima una cartera plagada de complejidades. Bono, con toda su verborrea, ha hecho mucha legislación, a veces muy mala como la Ley de Defensa Nacional, pero ha dejado a Defensa sin rumbo y sin acciones de futuro. No ha tenido apenas iniciativa. Alonso debería poder comenzar un ciclo nuevo. Ahora, si llega a esta cartera porque su jefe, Rodríguez Zapatero se lo quería quitar de en medio para negociar más a gusto con ETA, habrá que ver qué margen de maniobra le deja. No olvidemos que el responsable de la defensa en España es el jefe del gobierno, no su ministro de Defensa.

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