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ADELANTO DEL LIBRO DE PÍO MOA LOS NACIONALISMO...

La doctrina de Sabino Arana. Teoría del maketo

Pío Moa publicará próximamente un nuevo libro, titulado Los nacionalismos catalán y vasco en la historia de España, como adelanto editorial del cual, Libertad Digital ofrece esta semana la sexta entrega. El libro aparecerá en Ediciones Encuentro, el mismo sello que publicó su trilogía sobre la segunda república y los orígenes de la guerra civil española.

La virulencia de Arana y la formación de una corriente de opinión nacionalista, pequeña pero en auge, no se comprenderían sin atender al rápido cambio económico y social de aquellos años. Una manifestación de ese cambio fue la ya mencionada afluencia de inmigrantes de otras regiones, los maketos, a quienes Arana endosaba la culpa de todos los males, y sobre quienes hacía silbar sin tregua el látigo de las frases más ofensivas y cargadas de resentimiento. Y así ocurrirá en todas las publicaciones posteriores del fundador del nacionalismo vasco, como Baserritarra, El Correo Vasco, La Patria, o Euzkadi. “Con esa invasión maketa dice, fulminando a los capitalistas locales, gran parte de la cual ha venido a nuestro suelo por vuestro apoyo (…) estáis pervirtiendo la sociedad vizcaína, pues cometa es ése que no arrastra consigo más que inmundicia y no presagia más que calamidades: la impiedad, todo género de inmoralidad, la blasfemia, el crimen, el libre pensamiento, la incredulidad, el socialismo, el anarquismo…todo ello es obra suya”.
 
Su cólera trasluce una angustia genuina por la erosión del viejo mundo rural y marinero en que él había crecido, inmerso, por así decir, en el paisaje, en apariencia autosuficiente en el círculo de sus costumbres y creencias tradicionales, con su estrecha y conmovedora interrelación humana, aunque también su pobreza, sus enfermedades, supersticiones e ignorancia, su control social asfixiante para los espíritus independientes. No por casualidad titularía Baserritarra (El aldeano, o El casero) su segunda publicación periódica. Ello no le impedía apreciar el progreso económico e industrial que transformaba una tierra antes pobre y de emigración, si bien su aprecio rezumaba prejuicios aldeanos: “Está rico el vasco. Pero gran parte de su dinero pasa el Ebro (…) Otra gran parte se emplea aquí mismo en tratar bien al forastero”. Todo el dinero debía quedar para los autóctonos (esta idea llegó a convertirse en dogma y consigna nacionalistas), aunque a generarlo contribuían los miles de inmigrantes, el conjunto del mercado español y el proteccionismo impuesto desde Madrid.
 
Las maldiciones a los trabajadores recién llegados causan asombro. Las duras condiciones en que éstos debían vivir y trabajar, hacinados en barriadas improvisadas y pisos húmedos e incómodos, sometidos a jornadas agotadoras y a la arbitrariedad de las empresas, no despiertan rastro de simpatía o compasión en Arana, el cual los trata en bloque de malvados, blasfemos y navajeros, empeorados por el contagio liberal: “gentes incultas, brutales y afeminadas”, “vagos por naturaleza”, que arrastraban a huelgas a los laboriosos vizcaínos(1). “La plaga suprema que ha caído sobre nosotros ha sido la inmigración (…) Chinos como los auténticos de la coleta y tan dañosos aquí como sus congéneres lo fueron en Norteamérica, forman, por regla general, en lo que aquí se llama socialismo”. “Son nuestros moros”. Etc.
 
Aunque, admite, “no hay pueblo, por abominable que sea, indotado de toda buena cualidad”, sólo consigue destacar “los muchos y abyectos vicios de que los hijos de la pedantesca y tenebrosa Maketania adolecen”, y de los que infectaban Vizcaya. Llegados en procura de empleo y mujer, corroían la acrisolada virtud de las vascas. Las fiestas éuskaras degeneraban, y en ellas bailaban abrazados hombres y mujeres: “Conocidas son las horribles consecuencias de estos pagánicos días: quien no las conozca, no tiene más que examinar el registro de nacimientos semestre y medio después”. Tiene por “osadía inaudita” que en tales fiestas populares se toquen piezas como “La marcha de Cádiz (…) o la gallegada (…). Repertorio digno de una banda gallega”. O destaca sucesos como “Un maketo llamado Martínez asesinó bárbaramente, en Castrejana, a un bizkaíno llamado Arteche”. Y así incesantemente. En suma, “El maketo: ¡he ahí al enemigo!”, “Nuestro dominador y nuestro parásito nacional”.
 
La siembra del odio se extiende en Arana a toda la vida social. Así denuncia indignado el socorro de los vascos a los miles de afectados por inundaciones en Consuegra, o en otra catástrofe en Santander, o en pro de la guerra de Melilla, y contrasta esa generosidad con la, a su juicio escasa, mostrada con las familias de 16 marineros muertos en un naufragio en Elanchove: “Los elantxobeses son hermanos nuestros, mientras que los naturales de Consuegra y Santander son hijos de una raza que nos odia”. Aunque señala a los inmigrantes, siempre en bloque, como dados al liberalismo, el socialismo o la masonería, la misma actividad religiosa de ellos le inspira comentarios acerbos. De una peregrinación obrera a Roma, comenta: “O es maketa o es euskeriana (…) Si es una peregrinación maketo-euskeriana o mestiza (…) ¿por qué no se extiende más aún el compás y se forma una peregrinación franco-hispano-anglo-ruso-germano-rumano- lusitano-euskeriana? En ese caso, además, (…) ¿en qué lengua se le hablará a Su Santidad, en Euskera o en maketo?”.
 
O elogia como proezas las reyertas provocadas por “unos cuantos jóvenes del país”, seguidores suyos que en el Círculo Bilbaíno exigieron la expulsión de los maketos. El Euskeldun Batzokija, centro político fundado por él en julio de 1894, estatuye: “Queda absolutamente prohibida la entrada en el local de la Sociedad a extranjeros que profesen otra religión o que procedan de nación enemiga de Vizcaya”.
 
La aversión al maketo contaba para Sabino como una virtud imprescindible: “Ese camino del odio al maketismo es mucho más directo y seguro que el que llevan los que se dicen amantes de los Fueros, pero no sienten rencor hacia el invasor”. “No hay odio que sea proporcionado a la enorme injusticia que con nosotros ha consumado el hijo del romano. No hay odio con que puedan pagarse los innumerables daños que nos causan los largos años de dominación”. Con cierta hipocresía, justificaba ese odio en el que, a su vez, profesarían los maketos a los vascos: “ellos son los que nos esclavizan; y no contentos con esto, pues nos aborrecen a muerte, no han de parar hasta extinguir nuestra raza”. “Todos son enemigos de nuestra Patria (…) siempre encarnizados”. “Nos están carcomiendo el cuerpo y aniquilando el espíritu, y aspiran a nuestra muerte”. Como todos los políticos que hacen del odio un instrumento crucial, Sabino lo justificaba alegando un odio recíproco y previo de los enemigos elegidos… aunque sabía muy bien lo unilateral de su incitación. No existen testimonios del afán de exterminio de los vascos que él atribuye a los maketos, y dentro de las habituales rencillas y burlas regionales, la imagen de los vascos solía ser más bien positiva en toda España, como gente honrada y animosa, activa y fiable.
 
Además, durante siglos los vascos habían emigrado al resto de España (se ha calculado que un 12 por ciento de la población tienen algún apellido vasco), y a Hispanoamérica, aprovechando la ventaja del idioma y siendo admitidos como iguales, incluso con privilegios, sin haber recibido jamás un trato semejante al preconizado por Sabino para la emigración inversa. Pero el fundador del PNV encontraba esa desigualdad de trato plenamente justificada, pues ¿qué recibían los vascos de “Castilla y sus hermanas”? Sólo vicios y perjuicios. En cambio, los emigrantes vascos había beneficiado muchísimo a los maketos, a quienes “ayudaron a conquistar sus tierras contra los moros, a explorar el océano, a someter las Indias, a pelear contra turcos y europeos (…) Donde quiera que en España se inicien empresas de desarrollo, de vida y de progreso, allí se ve al vasco (…) Buenos Aires fue por nuestro Garay fundada; a aquella América de promisión la dio un Bolívar su libertad”. Omite que todo eso lo habían hecho en calidad de españoles.
 
Desigualdad de trato, por tanto, muy natural. Después de todo, la raza vasca, “tan distinta de la española, como lo es de la china o de la zulú”, forma “la nación más noble y más libre del mundo entero”, “raza singular por sus bellas cualidades, pero más singular aún por no tener ningún punto de contacto o fraternidad ni con la raza española, ni con la francesa, que son sus vecinas, ni con raza alguna del mundo”, formando un tipo humano que “en todas partes se encuentra como el pez en el agua (…) Diríase que en la raza vasca se han perpetuado los caracteres propios de la familia generadora de todos los pueblos”. Etc. No extrañarán los bien conocidos y ofensivos contrastes que hace el fundador del PNV entre la “raza vasca” y la maketa, tanto en los aspectos mental y moral como en el físico… aunque el mismo Sabino tenía un tipo de español corriente, y su hermano Luis, de figura poco afortunada, distaba largo trecho del ideal establecido por él mismo(2) .
 
Una raza tan sobresaliente desde cualquier punto de vista, perdía necesariamente en su contacto y mezcla con cualquier otra, por lo cual “la salvación de la sociedad vasca (…) se cifra en el aislamiento más absoluto, en la abstracción de todo elemento extraño (…) desechando inexorablemente todo lo exótico”. Pero la dura realidad era justamente la más lamentable que cupiera concebir: “Este pueblo, noble viril, temido y admirado, había de decaer y degenerar en tanto grado que viniese en este siglo a ofrecerse de esclavo al pueblo español…¡al pueblo español!... menospreciado en esta época por todos los pueblos y objeto de befa para toda nación civilizada”.
 
No reflejan estos textos un espíritu muy cristiano, pese a la constante invocación de Arana a la religión. No obstante denuncia a veces, hablando del mundo en general: “Es la actual la era del odio”; o clama contra las ideologías dominantes en Europa: “La bandera de bestias tremolada por la sociedad del siglo XIX”. O manifiesta piedad con motivo de la guerra de los boers, en Suráfrica: “Sabida es la inhumana crueldad con que los blancos han tratado siempre y dondequiera a las razas de color”; “Los campesinos holandeses (…) consideran a los cafres y demás vecinos negros más bien como animales”. Pero cuando abandona tan lejanas latitudes, estatuye que “gran número” de maketos “más que hombres semejan simios poco menos bestias que el gorila; no busquéis en sus rostros la expresión de la inteligencia humana ni de virtud alguna; su mirada sólo revela idiotismo y brutalidad”. En otros momentos afirma, no sin notoria doblez: “No insultamos al pueblo español, no intentamos ofender a nadie”.
 
Este concepto ofrece una clave esencial para comprender el considerable éxito posterior del nacionalismo vasco. La idea de ser parte de una raza especial, una especie de “pueblo elegido”, superior a cualquier otro, y muy especialmente al “maketo”, el más abyecto de todos, seduce y exalta a muchos individuos, al proyectar sobre el exterior las culpas por las insuficiencias de la vida propia. De ahí la dificultad de combatirla con argumentos. Ese atractivo apenas depende del nivel educativo de los individuos, como comprobamos en el ascendiente del nazismo sobre Alemania en los años 30 y 40 del siglo XX, con ideas muy semejantes a las propagadas por Arana, y pese a ser el alemán uno de los pueblos más cultos del mundo.
 
Por esos años de finales del siglo XIX el nacionalismo catalán buscaba aliados en otras regiones, especialmente en Vasconia y Galicia. Pero topó con el rechazo de Arana y los suyos: “Dice La veu de Catalunya que los catalanes son hermanos nuestros de desgracia, y que también somos en el mismo concepto de los baleares, los valencianos y los gallegos (…) Fraternidad de desgracia; porque, en efecto, fraternidad de raza no la hay entre aquellos españoles y nosotros, como no seamos también hermanos de los coreanos (…) Pero tampoco somos hermanos de desgracia (…) porque la desgracia de los catalanes (…) y la nuestra no se parecen en lo más mínimo. Los catalanes perdieron las leyes privativas de su región; nosotros hemos perdido nuestra nacionalidad e independencia absoluta (…) No es razonable la alianza de los catalanes y los bizkaínos; pues no son semejantes los sujetos Bizkaya y Cataluña, ni se parecen por su desgracia; ni tienen un enemigo común; ni son las mismas sus aspiraciones (…) Equiparar nuestro derecho a constituir nación aparte, con el derecho que le sirviera de base al nacionalismo catalán, sería rebajar el nuestro (…) Nunca discutiremos si las regiones españolas como Cataluña tienen o no derecho al regionalismo que defienden; porque nos preocupan muy poco, nada por mejor decir, los asuntos internos de España (…) No escribimos nuestro periódico para hablar de política extranjera, sino para instruir a los vizcaínos (…) Jamás confundiremos nuestros derechos con los derechos de región extranjera alguna (…) jamás haremos causa común con las regiones españolas. Entendernos en la acción definitiva: esto es lo único que cabe y admitiríamos con cualquier pueblo de la tierra”.
 
El desprecio por la alianza con los catalanes tenía su buena razón: “Cataluña es española por su origen, por su naturaleza política, por su raza, por su lengua, por su carácter y por sus costumbres”. “Ustedes, los catalanes, saben perfectamente que Cataluña ha sido y es una región de España (…) una región con caracteres de nacionalidad”, cosa muy distinta de una nación genuina. Por tanto, recuerda sin piedad: “Maketania comprende a Cataluña”, y, para más claridad, agua el entusiasmo mostrado en La Veu por el Lexikon etimológico, naturalista y popular del Bilbaíno neto, de Arriaga, señalando la acepción de “maketo”: “Maketo es el mote con que aquí se conoce a todo español, sea catalán, castellano, gallego o andaluz”.
 
Otra razón estribaba en el muy distinto carácter en opinión de Arana de los fueros vascos y los catalanes. Los fueros vascos, las lagizarra o “leyes viejas” probarían la independencia ancestral de su raza, pues no se trataba de privilegios otorgados por la monarquía, como los catalanes y otros, sino de leyes inmemoriales que los vascos negociaban con los reyes de igual a igual, de potencia a potencia. Este supuesto ha originado interminables polémicas, no siempre sensatas. No existía un fuero vasco, pues cada provincia tenía el suyo, y no infrecuentemente presionaba cada una al gobierno central para que vulnerara el fuero de la provincia vecina, en beneficio de la propia. La discusión parte de un equívoco: los fueros podían ser una concesión íntegra de la realeza o nacer del derecho consuetudinario local, y en ese último caso su aprobación por los reyes tenía un doble valor, como aceptación de una realidad previa y como expresión de la autoridad regia, como un reconocimiento y una concesión simultáneos. Por otra parte, si las provincias vascas eran independientes (de España y entre sí), no se entiende bien por qué debían negociar sus propias leyes con reyes foráneos, y promulgarlas, además, en el idioma “extranjero”. Pero Sabino, nuevamente, miraba al futuro más que al pasado: fuera cual fuere el significado genuino de las “leyes viejas”, él las interpretaba con vistas a la plena separación de España, que es lo que deseaba por otros motivos (raza, moral y similares).
 
Por lo demás, pensar que los vascos se gobernaban de la misma forma antes de los romanos o de los árabes, y durante la Edad Media, aparte de totalmente indemostrado, suena de entrada improbable en sumo grado.
 


(1) La prensa socialista hablaba a veces del servilismo con que, supuestamente, los campesinos vascos aceptaban las duras condiciones de explotación de los patronos.
 
(2) Las diferencias físicas entre los habitantes de la península son escasas. Todos ellos pertenecen a etnias mediterráneas con mayor o menor, pero siempre muy minoritaria, influencia nórdica.
 
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