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DRAGONES Y MAZMORRAS

Eufemismos

Una de las pegas de ser cronista cultural hebdomadaria en Madrid es que la oferta es tan larga que si el acto elegido para tus comentarios tuvo lugar el lunes, como es el caso, parece como si ya no hubiera ocurrido.

Una de las pegas de ser cronista cultural hebdomadaria en Madrid es que la oferta es tan larga que si el acto elegido para tus comentarios tuvo lugar el lunes, como es el caso, parece como si ya no hubiera ocurrido.
Sé que me repito al decirles esto, pero es que al contarles ahora, después de lo que ha llovido esta semana, lo que ocurrió durante la presentación del libro de Aznar sobre sus ocho años de gobierno me pasa, mutatis mutandis, lo que a Proust cuando cayó en la cuenta de que arrastraba un porrón de tiempo perdido a sus espaldas y dio por terminada su obra. No haré tal, no cederé al desaliento de tanto libro y tanta pasión desatada, primero porque me debo a mi público y después, porque soy una profesional, esto es, porque vivo de ello. Hablar de las cosas a toro pasado tiene también la ventaja de que puedes enmendar errores u omisiones leídas u oídas al día siguiente en los diferentes medios. Por ejemplo, en ninguno, excepto en la COPE, se mencionó que Aznar hubiera contado con la colaboración de José María Marco, a quienes ustedes conocen perfectamente por sus esclarecedores libros y sus luminosos artículos. Esto es algo de mucha importancia, tratándose de un libro, pero casi todos los que se hicieron eco del acto lo trataron como un evento político y un acto de sociedad y gastaron mucha tinta en citar nombres y apellidos más o menos conocidos o altisonantes.
 
No haré yo tal pero sí quisiera referirles que el discurso de Jon Juaristi fue estupendo. Como en otras ocasiones, el todavía director del Instituto Cervantes no tuvo empacho en declararse amigo de Aznar en todo momento y circunstancia, a pesar de los diferentes orígenes y posturas. Aludió también al carácter de Aznar, como un producto de su tierra castellana y a sus concomitancias intelectuales y estéticas con lo expresado en la obra de algunos autores como por ejemplo José Jiménez Lozano y, ya en este terreno literario, recordó la gran afición del ex presidente a la lectura y su predilección por la poesía. Juaristi estuvo, como hay que estar en estos casos, convincente, sincero, apasionado, individualista. La multitudinaria presentación, que tenía mucho de rearme moral tras la derrota, tuvo lugar en los jardines de la Arganzuela, donde Simancas y los suyos celebraron hace ya un año una victoria anticipada por aquel triunfo en las elecciones municipales que se vería frustrado de la manera que todos recordamos. Eso le daba a este acto un morbo añadido que pocos apreciaron pero que yo apunto como una muestra de la de veces que las cañas se tornan lanzas por muy poco políticamente correcto que pueda resultar esto.
 
Permítanme una digresión sobre la corrección política. Antes de que existiera la noción de lo políticamente correcto, que es fruto de los esfuerzos de las minorías por hacerse respetar y no desdén hacia ellas por parte de los “blancos”, como cree la pobre Lourdes Restrepo, había lo que conocemos como eufemismos. Generalmente se utilizaban para poder soltar tacos en sociedad o delante de los niños: “mecachis en”… en lugar de “me cago en”, o “rediez” o, como dice Marimoli (María Moliner, para los académicos), para sustituir una expresión demasiado violenta, grosera o malsonante, y se me ocurre que, en realidad, en nuestra lengua hay bastantes pocos; tal vez por eso no existan diccionarios de eufemismos, y sí de palabras malsonantes. Algunos hay incluidos en éstos, como contrarios a la entrada que definen y poco más. Tampoco la cosa da para mucho, a no ser que se incluyan los hipocorísticos del tipo “meloncito”, “pichurro” “pichoncita” y otras ternezas que se dicen los amantes entre sí y que los hacedores de argot no incluyen en sus léxicos, como si eso del argot fuera malo por definición. Ni siquiera Umbral, que cuando quiere acierta, incluyó esos términos tan castizos en su Diccionario Cheli, omisión que lo descalifica como madrileño de pro. Hay ahí una hermosa vía de investigación filológica que no es de desdeñar, si además de los mencionados hipocorísticos se incluyen otras figuras retóricas que tienden a lo mismo, que haberlas, haylas. No vendría mal esa obra para los traductores de guiones, por cierto, y así dejaríamos de oír en las pantallas ridiculeces como “tarrito de miel” y aberraciones similares, totalmente postizas.
 
Quien no parece saber nada de eufemismos, pero sí de corrección, o mejor dicho de oportunidad política es, sin duda, el nobilísimo conde de Cazaza de África (es su título exacto, se lo juro), conocido en el mundo como Iñigo Ramírez de Haro, diplomático, que hasta hace poco se ocupaba de vicedirigir, o algo parecido, la Casa de América y que no ha dudado en utilizar crudamente la también castiza expresión de “me cago en Dios” para titular una obrilla de contenido ciertamente freudiano, por lo que tiene de descarga neuronal  y de desquite pueril (caca-culo-pis). Alguien, que además estaba en contra, me alabó el otro día la “valentía” del autor y del Círculo, sin darse cuenta de que lo valiente hubiera sido representar en el mismo lugar, día y hora alguna obra sobre los atentados del 11-S, de Bali, de Casablanca y del 11-M, titulada con esa expresión, no menos castiza de “me cago en los moros” o mecachis, si lo prefieren, que se oía antaño casi con la misma frecuencia que la utilizada por Ramírez. Verían con qué alegría iban a recibir la propuesta el Círculo de Bellas Artes y los medios; verían en qué quedaba la libertad de expresión. Y a propósito de esta cuestión, el 20 de mayo daremos por terminada la recepción de firmas para el manifiesto en defensa de la ídem, que como mis fieles lectores recordarán, se publicó en esta sección hace unas semanas (Sobre la libertad de expresión: dos manifiestos) lo que comunico a quien pueda interesar para los efectos de su publicación con sus correspondientes firmas. 
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