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Ignacio Cosidó

Cuatro millones de parados

Zapatero sigue aferrado a su guitarra mientras el gélido viento del paro recorre el país, anunciando cada día la salida inminente de una crisis que él nos negó.

España ha superado ya los cuatro millones de parados, el mayor número de desempleados que ha tenido jamás en su historia. Nuestra tasa de paro se sitúa así por encima del 17%, el doble de la media de la Unión Europea, retrotrayéndonos a los peores tiempos del felipismo. El paro se ceba además de forma especial con las mujeres y con los jóvenes. Más de un millón de familias españolas tienen ya a todos sus miembros en el paro. Y el problema es que siendo esta situación inasumible, aún no sabemos bien cuánto puede empeorar en los próximos meses.

No son sólo números y estadísticas. Muchos de quienes lean este artículo viven el paro con la angustia de padecer el problema en primera persona. Todos tenemos a nuestro alrededor algún familiar, algún amigo o conocido que se ha ido al paro. En muchos casos la situación es dramática. La desesperación de padres que no pueden pagar a fin de mes la hipoteca, que tienen cada vez más problemas para sacar a sus hijos adelante o familias a las que se les acaba el subsidio del paro y quedan sin ingresos. Junto a ellos, jóvenes que pierden la esperanza de encontrar un primer empleo y empezar un proyecto vital propio.

En estas circunstancias, el optimismo interesado del Gobierno resulta no sólo irresponsable, sino insultante. Zapatero negó la crisis para ganar las elecciones, pero ahora tiene que gestionar el desastre. En realidad su peor error es previo. Como la cigarra de la fábula, se dedicó a cantar cuando las cosas iban bien, evitando prepararse para cuando llegara el invierno. Zapatero perdió la oportunidad de hacer las profundas reformas que necesitaba la economía española en los años de bonanza y ahora es incapaz de afrontarlas porque la crisis le desborda.

A pesar de todo, Zapatero sigue aferrado a su guitarra mientras el gélido viento del paro recorre el país, anunciando cada día la salida inminente de una crisis que él nos negó. Mientras las previsiones de los organismos internacionales sobre nuestra economía empeoran cada día, Zapatero considera que ya hemos iniciado, gracias a él, la recuperación. Su temerario optimismo es la mejor coartada para no hacer nada. Pero también el mejor pasaporte para el desastre.

El Gobierno sigue sin asumir su responsabilidad en esta crisis. Para Zapatero esta es una crisis generada en el exterior que se solventará cuando la economía mundial vuelva a reactivarse. La pregunta es por qué el crecimiento del paro es cinco veces mayor en España que en el resto de la Unión Europea y por qué todos los analistas coinciden en señalar a nuestro país como el último en salir de la recesión. Tan falso como negar la dimensión internacional de esta crisis es ocultar los factores internos que la hacen especialmente grave y dolorosa para nuestro país.

No saldremos de esta crisis aplicando las recetas socialistas que nos llevaron a ella, ni con medidas meramente paliativas para atenuar los efectos de la misma. Necesitamos políticos que nos digan la verdad, con el liderazgo necesario para afrontar reformas profundas, capaces de recuperar la confianza en nuestro propio país. Y sería necesario que el Gobierno se sentara con la oposición para pactar de verdad un ambicioso plan económico que nos permitiera restablecer la unidad que requiere la situación.

Para ello lo más urgente sería restablecer el crédito que permita sobrevivir a nuestras empresas en una coyuntura cada vez más difícil. El principal fracaso del Gobierno es precisamente que pese al abundante dinero insuflado a nuestro sistema financiero, el crédito sigue sin llegar ni a las empresas ni a las familias. Y si no reestablecemos ese flujo sanguíneo de nuestra economía, buena parte del tejido productivo puede morir gangrenado.

La inversión pública constituye el principal instrumento en manos del Gobierno para estimular la reactivación económica. Pero no puede tirarse el dinero en obras absurdas que apenas tienen un impacto real en la generación de empleo. La inversión tiene que centrarse en aquellas infraestructuras y sectores públicos que resultan vitales para mejorar nuestra competitividad, principal asignatura pendiente de nuestra economía. Y a cambio es precisa una austeridad absoluta en todas las administraciones para que esa inversión no se pague al precio de un crecimiento desbocado del déficit público.

Por último, hay que afrontar una reforma de nuestro mercado laboral antes de llegar a los cinco millones de parados. Una reforma que aumente por un lado la capacidad de nuestra economía para generar empleo, porque esa es, sin duda, la mejor política social que podemos hacer, y que mejore al mismo tiempo la protección social de forma que la crisis económica no siga generando una crisis social de dramáticas consecuencias para todos,  pero especialmente para los más débiles.               



 

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