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Ignacio Villa

Buenos amigos, malos vecinos

José María Aznar y Antonio Guterres coinciden en una vieja teoría que dice que las buenas relaciones personales entre políticos facilita el trabajo institucional. Una vieja teoría que no siempre se cumple.

Es cierto que los dos jefes de Gobierno han trabado y fomentado una amistad desde hace años. Se trata de una amistad sincera que tuvo un especial significado cuando, hace un tiempo, falleció la mujer del primer ministro portugués.

Aznar y Guterres se estiman y valoran. Se les ve cómodos cuando están juntos, y hay una buena sintonía personal. Pero los hechos demuestran que la amistad es una cosa y la política otra. La amistad entre los responsables políticos no tiene, a la hora de la verdad, una traslación al terreno oficial. España y Portugal tienen, como países vecinos, una relación sensata, pero fría. Se evitan enfrentamientos y se mantiene un trato estudiado, además de educado.

No se puede ignorar que las inversiones españolas en Portugal son abrumadoras. Pero, al fin y al cabo, estas son iniciativas privadas. Eso no es política pura y dura.

A la hora de la verdad, la vecindad civilizada no significa sincera amistad, aunque los mandatarios tengan sintonía. El Consejo Europeo de Niza, la OPA de EDP sobre Hidrocantábrico, el trayecto definitivo del AVE o la negativa portuguesa a la creación de un espacio jurídico único son cuatro botones de muestra de esta relación aparente pero distante. Y eso que no hablamos de las “vacas locas”, una cuestión que los dos gobiernos han preferido dejar de lado en el terreno bilateral y que podría tensar más la cuerda.

En definitiva, las relaciones de vecindad nunca son apacibles. Y más cuando la supervivencia está presente en cada esquina. Nos llevamos bien pero no somos amigos. Las cosas son como son.

En España

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