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Mario Noya

Erdogan: al final no era Adenauer

En este julio tórrido, el invierno se ha abatido sobre Turquía, sentencia y alerta Burak Kadercan.“La Gran Purga no ha hecho más que empezar”

Hubo un tiempo, a raíz de su resonante victoria electoral de 2002, en que Recep Tayyip Erdogan (Estambul, 1954) fue objeto de una admiración bastante generalizada: se le veía como una suerte de Adenauer otomano que iba a cuadrar el círculo del aggiornamento islamista en la muy laica República de Turquía a lomos de su Partido Justicia y Desarrollo (AKP), que sería a la democracia musulmana lo que la CDU del coloso renano a la democracia cristiana.

Con su islamismo de rostro amable y su decidida apuesta por la modernización y el libre mercado, que produjeron en Turquía unos años de extraordinario crecimiento económico, Erdogan llamó con fuerza a las puertas de la Unión Europea, que empezó a extenderle la alfombra allá por octubre de 2005. En enero de ese mismo año el AKP había sido admitido como observador en el Partido Popular Europeo de Mariano Rajoy, y desde diciembre de 2004 Erdogan ya fungía como campeón de la Alianza de Civilizaciones del ínclito José Luis Rodríguez Zapatero, de vocación no alineado. Cómo no sería su aura, que llegó el día en que Barack Obama confesó que el turco era uno de los pocos –cinco– líderes mundiales con los que había forjado relaciones basadas en la confianza.

Pero a medida que pasaba el tiempo, y que la UE no se decidía a abrir de par en par las puertas a lo que queda de la Sublime Puerta, y que el AKP cosechaba en Turquía victorias espectaculares, Erdogan fue pareciéndose menos a Adenauer y más a, qué paradoja, Vladímir Putin, su enemigo pero que cada vez lo es menos. Y como Putin se volcó en socavar las instituciones y en poner a su servicio el Estado –también o sobre todo las cloacas–. De ahí las incesantes purgas, los juicios farsa, la caza al disidente y el acoso y derribo a la prensa no lacaya (¡tremenda paradoja que el viernes le salvara el pellejo precisamente la prensa vilipendiada!).

Erdogan pasó de ser algo así como el Señor Lobo, “soluciono problemas”, a un auténtico indeseable que no paraba de crearlos dentro y fuera de Turquía, en o con Israel, Siria, Irak… Por eso tantos tardaron tanto en condenar la asonada del pasado fin de semana. Por eso Daniel Pipes llegó a tuitear:

#Erdogan se robó las últimas elecciones en #Turquía y gobierna de forma despótica. Merece ser expulsado por un golpe militar. Espero que éste triunfe.

Otros, en cambio, consideran que el remedio golpista hubiera sido peor que la enfermedad del autoritarismo erdoganita, pues podría haber significado la sirianización de un país que tiene el segundo mayor Ejército de la OTAN (500.000 hombres), armas nucleares en su territorio –en la crucial base de Incirlik, desde donde los aliados lanzan sus ataques aéreos contra el Estado Islámico (por cierto, el comandante de Incirlik ha sido uno de los miles de detenidos tras el fracaso de la intentona)– y, rebalsados, millones de refugiados, principalmente sirios, ansiosos de que se les abran las compuertas turcas que les separan de Europa.

No abunda el optimismo entre los analistas. Si Karnitschnig sostiene que acabamos de asistir a la versión turca del incendio del ReichstagSchindler traza el paralelismo con la Noche de los Cuchillos Largos y Cagaptay advierte: puede que Turquía esté viviendo su momento Irán 1979, y que el contragolpe del viernes derive en una contrarrevolución islamista protagonizada no por simpatizantes consuetudinarios del AKP sino por auténticas alimañas yihadistas al grito de Alahu akbar!: desde las mezquitas, reporta Kadercan, el viernes en la noche hubo quien llamó no a defender la democracia sino a librar la yihad.

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En diciembre de 1997, Recep Tayyip Erdogan, alcalde de Estambul que recomendaba a las bailarinas que se buscaran otro trabajo porque ya-se-sabe-qué-es-lo-que-promueven-las-bailarinas, recitó en público este poema-proclama:

Las mezquitas son nuestros cuarteles,
las cúpulas nuestros cascos,
los minaretes nuestras bayonetas y
los creyentes nuestros soldados.

Entonces, su Partido del Bienestar islamista fue proscrito por atentar contra el laicismo de la República y el propio Erdogan, despojado de la alcaldía de la antigua Constantinopla y condenado a diez meses de prisión, de los que cumplió cuatro. Hoy, la némesis del Padre de los Turcos (Atatürk) acaba de sobrevivir a un golpe de Estado para el que estaba perfectamente preparado y avanza sin frenos hacia su gran meta –paso a reproducir las líneas finales de este editorial de LD–:

transformar el régimen parlamentario turco en otro de tipo presidencialista; pero no como el que rige en EEUU, sino, más bien, semejante al que ha instaurado en Rusia el siniestro Vladímir Putin, otro formidable liberticida.

En este julio tórrido, el invierno se ha abatido sobre Turquía, sentencia y alerta Burak Kadercan.“La Gran Purga no ha hecho más que empezar”.

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Hurriyet Daily News, 19 JUL 16: según los propios datos del Ministerio turco del Interior, desde el pasado día 16 se ha suspendido o relevado de sus funciones a 15.200 funcionarios del Ministerio de Educación (a 21.000 profesores del sector privado se les ha retirado la licencia), 100 miembros de la Organización Nacional de Inteligencia, 257 empleados de la Oficina del Primer Ministro, 492 miembros del Directorio de Asuntos Religiosos, 393 trabajadores del Ministerio de la Familia y las Políticas Sociales, 16 trabajadores del Ministerio de Fomento, 7.899 agentes de policía, 614 gendarmes, 30 gobernadores provinciales, 47 gobernadores de distrito, 246 autoridades locales y 1.500 funcionarios del Ministerio de Finanzas. Asimismo, la Junta de Educación Superior ha pedido la renuncia a todos los decanos de todos los centros universitarios del país, tanto públicos como privados (1.557).

(Por lo que hace al mundo judicial, sólo unas horas después de abortado el golpe se dictó orden de detención contra 2.745 jueces y fiscales, incluidos 5 de los 22 miembros de su Consejo Supremo).

© Versión en español: Revista El Medio

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