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Pío Moa

El fariseísmo de Prada

Usted actúa, igual que sus compañeros de fatigas, no planteando una lucha noble, un debate intelectual –usted, como ellos, detestan, o más bien temen esos métodos– sino mediante intrigas y maniobras en los órganos de poder.

Oigo a Juan Manuel de Prada atacar por la radio a Jiménez Losantos con una agresividad, una malevolencia y falta a la verdad realmente espeluznantes. Le acusa, para variar, de injurias. Por ejemplo, de haber insultado al nuncio llamándole masón, lo cual, asegura, equivale a llamar al Papa gran maestre de la masonería. Que el nuncio sea masón, cosa no imposible, sería un dato, no un insulto y, desde luego, no equivale a lo que Prada dice: solo en una mente muy farisaica, oficiosa y retorcida cabe tal implicación.

Lo más irritante de la palabrería de Prada es su autoatribución de una representatividad católica, al modo como los separatistas vascos, incluida la ETA, hablan por las buenas en nombre de los vascos. Esto ya revela una grave deshonestidad intelectual. Prada habla en nombre propio y con su responsabilidad, como todo el mundo, y si algunos católicos le apoyan, otros muchos difieren de él.

Desde luego, este señor tiene todo el derecho a discrepar de Jiménez Losantos, aunque dudo que pudiera sostenerse en un debate abierto. Pero para él no se trata de eso, sino de silenciar a la crítica, en una de las operaciones más repugnantes de una democracia en plena involución. De ahí que haya recurrido a la intriga palaciega, enredando en el Vaticano, combinada con asechanzas como la mencionada, en el programa de Julia Otero –amiga del catolicismo do las haya–. Interpretando al Papa de su forma retorcida habitual, Prada se ha declarado por la verdad en contra de la libertad, y no en el terreno religioso, sino en el político. Desde luego, su escaso apego a la libertad salta a la vista, y su verdad se manifiesta perfectamente en sus actuaciones.

Las cosas están tan claras que no hay mucho más que decir. Recordarle dos o tres verdades, en todo caso, por si le ayudan a moderar sus aficiones inquisitoriales:

  1. Usted está atacando a la voz demostradamente más libre e independiente de la democracia.
  2. Usted lo está haciendo de consuno con los peores enemigos de la libertad, de la unidad de España y, desde luego, de la Iglesia
  3. Usted actúa, igual que sus compañeros de fatigas, no planteando una lucha noble, un debate intelectual –usted, como ellos, detestan, o más bien temen esos métodos– sino mediante intrigas y maniobras en los órganos de poder.

Y eso es todo, a la espera de que nos sorprendan con nuevas invenciones.

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