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Pío Moa

El fracaso matrimonial

Si ampliamos el número de rupturas al de las parejas no casadas y sus separaciones, la crisis resulta bastante más amplia. El divorcio es seguramente un mal inevitable, pero su masividad no tiene por qué serlo e indica mucho sobre la salud social.

Supongo que todas las culturas valoran la fidelidad y estabilidad conyugal, pero ello es verdad especialmente de la cultura cristiana y su estricta monogamia. Esa actitud ha favorecido, entre otras cosas, la estabilidad emocional de la pareja, la posición de la mujer y la educación de los hijos (con las excepciones inevitables, familias infernales, etc.). Según Paul Diel, la superioridad cultural de Occidente descansaría sobre tal base.

Sin embargo, la tendencia de las sociedades occidentales es hoy la contraria, lo cual se manifiesta en el índice de rupturas (divorcios y separaciones) o, más indirectamente, de abortos y otros hechos típicos. Si ampliamos el número de rupturas al de las parejas no casadas y sus separaciones, otro fenómeno en auge, la crisis resulta bastante más amplia. El divorcio es seguramente un mal inevitable, dada la condición humana, pero su masividad no tiene por qué serlo e indica mucho sobre la salud social.

Bajo el franquismo existía la separación, pero el divorcio solo era posible previa apostasía del catolicismo, cosa que muy pocos hacían. Cuando se aprobó la ley del divorcio, en 1981, se aducía que la esperaban ansiosamente cientos de miles de matrimonios, pero el número real fue muy bajo, menos de 20.000, indicio de una notable estabilidad conyugal previa. El número de rupturas subió pronto a las 40.000, estancándose hasta 1987, cuando se aceleró hasta superar los cien millares el año 2000, la mitad de las bodas celebradas ese año, con una tasa de 2 rupturas por mil habitantes.

Si comparamos la tasa de divorcios (aparte de las separaciones) con otros países europeos, en 1996 la mayor, con diferencia, la tenían las repúblicas ex soviéticas, hasta por encima del 4 por mil, un índice también interesante desde otros puntos de vista; seguía Reino Unido, con casi el 3 por mil, y la mayoría de la UE en torno a 2 por mil (España estaba entonces en menos de 1 por mil, sin contar las separaciones). Los países de tradición católica tenían una tasa inferior a la mitad que los de tradición protestante.

Desde entonces acá, la situación ha variado notablemente. En 2007, España registraba 141.000 divorcios, 3,16 por mil habitantes, trepando al primer puesto de la UE, mientras el Reino Unido bajaba la proporción a menos de la mitad.

Estas tendencias muy relacionadas (rupturas, parejas sin compromiso, aborto y otras) son presentadas habitualmente como costes necesarios de una mayor libertad o incluso como hechos positivos, indicadores de progreso, riqueza y democracia. Pero basta pensar en el enorme desgaste emocional, las repercusiones sobre los hijos que ven destruido su ámbito de protección y confianza (lo que incide a su vez en la expansión de la droga, el alcoholismo, la delincuencia juvenil, el fracaso escolar...) y otros daños diversos, incluyendo el económico, para concluir que si algo reflejan las estadísticas es una creciente inestabilidad psicológica y desconfianza en el futuro: una pésima salud social o calidad de vida. Evolución ligada estrechamente al auge de las que podríamos llamar ideologías histéricas (feminismo, ecologismo, "buenismos"...) basadas en gran medida en una mentalidad hedonista que termina conduciendo a actitudes suicidas. Como hemos visto, algunas personas teorizan ya como deseable el suicidio social, que más comúnmente se expresa como una tendencia poco consciente en la dinámica de aquellas ideologías.

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