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Richard W. Rahn

Venganza constructiva

Muchos norteamericanos, molestos con Francia, están dejando de comer queso Brie y de tomar vinos franceses. Otros quieren que se impongan aranceles a productos franceses. El impacto que los primeros lograrán será pequeño, mientras que los otros podrían empujarnos a una guerra comercial que nos dañaría tanto a Francia como a nosotros.

Hay mejores maneras de castigar a los burócratas franceses. La solución es instrumentar pequeños cambios en nuestras leyes de impuestos que fomenten un mayor flujo de inversiones francesas hacia Estados Unidos. En los últimos 20 años, varios cientos de miles de millones de dólares pertenecientes a ciudadanos de la vieja Europa (principalmente Francia y Alemania) han sido invertidos en Estados Unidos. La razón de esa fuga de capitales es que las tasas impositivas y las regulaciones europeas son mucho más punitivas que las nuestras. Ese influjo de capital ha permitido que nuestras industrias inviertan más en nuevas plantas y equipos, lo cual resulta en mayor productividad, mejores salarios y mayor crecimiento económico que Europa.

En 1984, el Congreso promulgó una excepción que permite a los extranjeros no residentes dejar de pagar impuestos sobre los intereses devengados por bonos y depósitos bancarios. Eso sólo atrajo inversiones adicionales de un millón de millones de dólares (un billón en español o un trillón en inglés). El presidente Bush acaba de proponer la eliminación de la doble imposición a los dividendos, ya que la empresa ya pagó un impuesto sobre sus ganancias y sus dueños (los accionistas) pagan por segunda vez al recibir dividendos. Eso también eliminaría la retención de impuestos que se le hace a accionistas extranjeros, haciendo mucho más atractiva la inversión en Estados Unidos y generando un influjo de capital extranjero por miles de millones adicionales, elevando la Bolsa y fomentando el crecimiento.

Es importante tener en cuenta que a lo contrario de la extraterritorialidad de los impuestos de Estados Unidos, que grava los ingresos en todo el mundo de sus ciudadanos, casi todos los demás países aplican impuestos sólo cuando la ganancia percibida en el extranjero es repatriada. Al eliminar la retención de impuestos a los extranjeros y negarse a dar información respecto a impuestos a terceros países, Estados Unidos no sólo estaría beneficiando a sus propios ciudadanos sino a la gente de todo el mundo. Estos cambios positivos aumentarían la competencia mundial en impuestos, las libertades civiles y el crecimiento económico, además de impedir que información financiera llegue a manos de criminales, secuestradores y terroristas.

Al final del gobierno de Clinton, un grupo de burócratas del Departamento del Tesoro propuso una regulación para reportar los intereses pagados a extranjeros, para así complacer las peticiones que principalmente Francia y Alemania estaban exigiendo por parte de la Unión Europea. Eso sólo dañaría a Estados Unidos, haciendo menos atractivas las inversiones extranjeras en este país, a la vez que aumenta el riesgo que dicha información confidencial llegue a manos de delincuentes, incluyendo naciones terroristas.

Algunos de esos ex funcionarios del Tesoro tenían el descaro de alegar que podíamos confiar información confidencial a los franceses, a pesar de su larga historia de filtrarla a grupos y naciones hostiles a Estados Unidos. Nuestro nuevo Secretario del Tesoro debería retirarnos de toda obligación de reportar intereses, diciéndole a sus colegas de Alemania y Francia que le extendemos una cordial bienvenida al capital proveniente de sus países, el cual protegeremos hasta tanto allá vuelvan a ofrecer políticas económicas responsables.

Richard W. Rahn es presidente de Novecom Financial y académico asociado del Cato Institute.

© AIPE

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