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Larry Elder

El sacerdote sin nombre

Me dijo que había decidido a una edad relativamente temprana hacerse sacerdote, pero que fue aplazándolo. De hecho, trabajó en la empresa privada durante un buen número de años, "a la caza del todopoderoso dólar".

Este es un artículo sobre un hombre que no quería que lo escribiera.

Hace unas cuantas semanas di un discurso de graduación en una escuela católica de primaria. Recibí la invitación de una dama de trece años, Elisabeth, que empezó a escuchar mi programa de radio a los seis años y medio y que ahora ha terminado el último curso y se prepara para entrar en el instituto el próximo semestre.

Hace años, su madre me escribió una carta. Me contó que un día que conducía su coche, el libro de su hija sobre Hellen Keller, debido a algún bache de la carretera, salió disparado por la ventanilla. Le dijo a Isabel que el denso tráfico hacía demasiado peligroso dar la vuelta y recoger el libro. Intentó consolarla diciendo: "No te preocupes, te compraremos otro". La niña le contestó: "Seguro que si fuera un libro de Larry Elder, darías la vuelta para cogerlo."

Después de que su madre me escribiera sobre el incidente, envié a la niña pequeña un ejemplar firmado de mi primer libro y más tarde recibí una fotografía suya mientras dormía con mi libro entre las manos. Durante estos años, Elisabeth y yo nos hemos escrito de vez en cuando, discutiendo de política, asuntos sociales, cultura popular y otros temas que trato en mi programa de radio.

Pero este artículo no trata de Elisabeth , sino del pastor de su colegio.

Mientras esperaba para dar mi discurso de graduación, el pastor del colegio y yo hablamos durante varios minutos. Le pregunté cómo y por qué eligió el sacerdocio. Me dijo que había decidido a una edad relativamente temprana hacerse sacerdote, pero que fue aplazándolo. De hecho, trabajó en la empresa privada durante un buen número de años, "a la caza del todopoderoso dólar". Sintiéndose vacío, decidió finalmente seguir su verdadera vocación, la de ayudar a los demás. De modo que dejó su lucrativo empleo y empezó el proceso de varios años de duración que le llevaría a ser sacerdote. Tras diversos destinos, se convirtió en el pastor de este colegio, ubicado en un vecindario de clase media.

"¿Cómo fue la transición del sector privado al sacerdocio?", le pregunté. Se rió. "Fue más fácil de lo que piensa. En realidad vivo aquí mismo", dijo, señalando a un edificio residencial. "La Iglesia se hace cargo de mis facturas. Recibo 1.000 dólares al mes, y ahora tengo realmente más dinero disponible que antes."

Dijo que sentía un orgullo tremendo de ayudar a formar y moldear a los jóvenes, y enviarlos a la siguiente etapa. De modo que le llamé unos cuantos días después. ¿Accedería a una entrevista? Quería escribir acerca del tránsito desde el sector privado a seguir "su vocación" y su contribución a nuestra sociedad. Hizo una pausa y dijo: "Bueno, no soy muy dado al autobombo. Pienso que simplemente hago lo que mi vocación quiere que haga. Hay muchas personas –soldados, profesores, bomberos, padres, trabajadores sociales y otros– que, sin elogios, hacen el tipo de sacrificio o contribución que yo intento hacer todos los días."

"¿Y si escribo sin utilizar su nombre, el de tu escuela o el de tu ciudad?", pregunté. "Tu historia me ha conmovido y creo que podría conmover a otros." El sacerdote dijo que pretendía irse de vacaciones el mes que viene y que durante ese tiempo consideraría mi petición. Pero añadió: "Seguro que puedes encontrar a alguien mejor sobre el que escribir". Yo le contesté que cualquier otra respuesta me habría sorprendido, y su humildad y falta de disposición a considerarse un héroe me hacía estar aún más interesado. Se rió y dijo:

De nuevo, eso resulta muy halagador, pero no lo merezco. Me gusta lo que hago y me siento moralmente obligado a hacer lo que Dios quiere que haga. ¿Qué tiene eso de excepcional o heroico? Fue Dios quien me llamó a hacer lo que hago. Vi una necesidad y sentí una obligación moral y espiritual de satisfacerla. No considero que eso sea extraordinario. Simplemente estoy haciendo lo que Dios espera que haga. No lo hago por atención personal o autobombo, sino por la gloria de Dios.

Bueno, la verdad es que no esperé a que volviera de vacaciones y escribí sobre él de todos modos. Espero que Dios me perdone. En cuanto a él, eso es otra cuestión.

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