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José María Marco

Los electores del 14-M

La destructiva acción de gobierno de Rodríguez Zapatero, la reacción que ha suscitado en la sociedad española, los resultados de los gobiernos regionales del PP y la propia sentencia del 11-M permiten a la oposición un margen de maniobra suficiente

Juan Carlos Girauta ha expuesto muy acertadamente en estas páginas cómo el PSOE, ahora desde el Gobierno, está organizando la reedición del 13-M. Todos recordamos lo ocurrido: el acoso y el ataque a las sedes del Partido Popular, la mentira y la manipulación informativa, el uso del crimen terrorista como instrumento político, la violación de las reglas de la democracia. El revival era algo esperable, como también dice Girauta.

Y es que para renovar su estancia en La Moncloa, Rodríguez Zapatero necesita movilizar al voto que se sintió manipulado por el Gobierno del PP entre el 11 y el 14-M. No tiene, literalmente, más alternativa que esa.

Y estos cuatro años, que podían haberse dedicado a muchas otras acciones provechosas para el conjunto de la nación y de los españoles, han estado dirigidas principalmente a ese fin, que es mantener vivo el recuerdo de lo que una franja esencial de votantes percibió como un engaño.

Se puede entender la acción de gobierno de Rodríguez Zapatero como la de un iluminado que a fuerza de querer plasmar una fantasía está destrozando la nación que le ha cabido el honor –honor que desconoce, dicho sea de paso– de gobernar. Se puede entender también, sobre todo dado el nivel intelectual de casi todos los miembros del gabinete, como el Gobierno de una persona con pocas luces, por decirlo de alguna manera.

Pero sea cual sea lo que haya detrás –proyecto delirante o simpleza– lo que está claro es que a Rodríguez Zapatero le mueve una ambición de poder que requiere la actualización permanente de aquella infamia siniestra, sin duda algo más infame y con toda probabilidad aún más siniestra de lo que por ahora cabe sospechar.

Por eso desde el Gobierno se pueden seguir al mismo tiempo dos líneas de conducta aparentemente contradictorias.

Una consiste en repetir que es necesario "pasar página". Como el bochornoso monumento invisible a las víctimas del 11-M, el Gobierno no quiere que se recuerden aquellos hechos, sobre los cuales la reciente sentencia judicial no ha hecho más que verter aún más preguntas de las que ya había formuladas.

La otra consiste en mantener permanentemente los focos encendidos, con la máxima potencia, sobre la acción de gobierno del PP para achacarle la responsabilidad, primero, de un supuesto engaño a la opinión pública y, segundo, con poco disimulo, de los propios hechos, relacionándolo con la foto de las Azores. De ahí que la sentencia que desliga el 11-M de nuestro apoyo al derrocamiento de Sadam Hussein en Irak resulte tan incómoda para Rodríguez Zapatero y haya desencadenado una reacción tan virulenta.

Hay que reconocer que el Partido Popular no lo tiene fácil ante esta estrategia doble, en parte por la completa falta de escrúpulos de quien es capaz de ponerla en marcha, y en parte también por los errores que el Gobierno del PP cometió en aquellos días. Aun así, la destructiva acción de gobierno de Rodríguez Zapatero, la reacción que ha suscitado en la sociedad española, los resultados de los gobiernos regionales del PP y la propia sentencia del 11-M permiten a la oposición un margen de maniobra suficiente, y más que suficiente, sobrado, como para plantar cara a esta maniobra.

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