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Izquierda necrofílica

José Bono podrá repetir su condición de fiel al cristianismo una y otra vez, pero el hecho es que permanece fiel a la política necrofílica del Gobierno sin ningún remordimiento ni problema de coherencia intelectual. Francisco Vázquez, lo mismo.

Lo más asombroso del caso Montes ha sido observar cómo los representantes de la izquierda española han dado por hecho que Montes hizo lo que sus acusadores dicen que hizo. Ni Zapatero ni Llamazares ni Soria niegan que Montes sedara de manera indiscriminada y sin permiso; lo que niegan es que ello sea un crimen, que es algo bien distinto. Le apoyan porque consideran que ha sedado masivamente para acabar con seres humanos, que es bien distinto a considerarle inocente de ello. En palabras de Zapatero, el médico en cuestión ha luchado para que las "personas lleguen a su último minuto con la máxima dignidad". No profundizaremos más en esto: si la defensa de Montes viene de manos de ellos, apañado va.

Lo fundamental del asunto es que pone de manifiesto que el PSOE, en su rechazo de cualquier herencia política o moral, se ha embarcado en la apología de la muerte como fórmula radical de rechazo a cualquier principio o ley moral. A efectos políticos reales, de acción y toma de decisiones, el Gobierno del PSOE se ha caracterizado, primero, por contemporizar moralmente con el crimen, obviar los crímenes del terrorismo nacionalista vasco o del yihadismo a la hora de tratar con ellos, dejarse agasajar políticamente por grupos y regímenes criminales, o callar ante la defensa de políticas monstruosas e inhumanas, como la reciente del embajador iraní.

Y segundo, por defender abiertamente la muerte cuando se trata de combatir principios morales; es el caso de la apología constante del aborto o de la eutanasia, incluso en un caso como el del Doctor Montes, donde las familias denuncian crímenes en la sanidad pública. Durante toda la legislatura, las referencias a convertir la muerte de los nonatos o los ancianos en un derecho y un deber por parte del Estado se han sucedido en boca de dirigentes del PSOE y de ministros del Gobierno. Este gusto por la muerte es eje principal de su política, y según afirman sus dirigentes, lo será más en el futuro.

Esta forma necrofílica de hacer política implica liberación para parte de la izquierda. Allá cada cual con lo que defiende. Ahora bien, al menos se debe exigir coherencia intelectual. Porque lo que está claro es que la política de Zapatero es estricta y explícitamente contraria a cualquier principio del humanismo cristiano, incompatible con los principios más rudimentarios del catolicismo, y más allá de ello, con la tradición ética y moral grecolatina. Se puede ser cristiano y socialista, pero no aquí. En la España de 2008 no se puede participar, apoyar o consentir el proyecto de Zapatero y declararse cristiano al mismo tiempo.

Se puede, pero a costa de que a uno no le tomen en serio, naturalmente. Ocurre con varios dirigentes socialistas. José Bono podrá repetir su condición de fiel al cristianismo una y otra vez, pero el hecho es que permanece fiel a la política necrofílica del Gobierno sin ningún remordimiento ni problema de coherencia intelectual. Y lo mismo podemos decir de Francisco Vázquez. Ambos – como los demás– tienen toda la legitimidad para hablar en nombre del PSOE de ZP, de la apología de la muerte, de la sedación masiva y del aborto. Pero no deberían extrañarse de que no se les crea cuando se dicen miembros de un cristianismo al que, con su apoyo implícito o explícito a la política necrofílica del Gobierno, combaten desde su raíz. Creemos que cada cual se puede adscribir a los principios intelectuales y morales que considere oportunos y convenientes. Pero defender una cosa y su contraria es imposible. Esto implica o ignorancia o hipocresía. Elijan ustedes.

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