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Agapito Maestre

Normalidad forzada o delirio político

Votamos como si no hubiera pasado nada. O peor, votamos pensando en que habían asesinado antes a un socialista que a un español. A un ciudadano.

Cualquier cosa era buena para los periódicos del sábado y el domingo, excepto pensar cuál era la verdadera razón del crimen del viernes. Terrible sábado de mentiras e inmoralidades. La jornada de reflexión sólo servía para ocultar lo decisivo: vivimos en un régimen político determinado por el terrorismo y las mentiras de un Gobierno que ha hecho del juego con los terroristas su principal baza política. El sábado todo era valido para el Gobierno y los nacionalistas, para Zapatero y los secesionistas, excepto sostener la realidad que ellos han montado en los últimos cuatro años. Por todos los medios a su alcance el Gobierno trataba de negar la conciencia en el tiempo, sí, había que negar lo que había hecho este Gobierno durante toda la legislatura: negociación con ETA, legalización de PCTV y ANV, excarcelación y juegos de legalización de terroristas, etcétera.

Era menester ensayar todo hasta exculpar a Zapatero de sus irresponsabilidades con los nacionalistas y los terroristas. Era necesario empezar de nuevo otro tiempo de negociación. Ése que el viernes, en el Congreso de los Diputados, había sido pactado entre los socialistas y los nacionalistas sin tener en cuenta las objeciones del PP. Se trataba de hacer pasar todo como algo normal. Un imposible sólo posible si instalaban el delirio como normalidad. ¿Cómo? Negando la conciencia temporal de los ciudadanos. Había que hacer pasar por normal lo que era una interrupción. Un crimen. Era la mejor forma de llevarnos al delirio. Allí donde desaparece cualquier capacidad de juicio. Por tanto, la realidad política, la realidad, no existía, porque no era sostenida por la conciencia del tiempo. Sólo los manipuladores del Gobierno sabían, en verdad, controlar qué había detrás de esa desaparición de la conciencia del tiempo.

Cualquier sistema político, y sobre todo el democrático, necesita ser sostenido por la conciencia del tiempo; abandonada, cae. Privada de tiempo, la democracia española pesa como una losa. Al final, cae. O peor, está enajenada de cualquier vivencia normal de un sujeto político en un país civilizado, o sea, con votaciones sin crímenes "de por medio". El domingo todos los españoles vivimos en el delirio de actuar normalmente. Votamos como si no hubiera pasado nada. O peor, votamos pensando en que habían asesinado antes a un socialista que a un español. A un ciudadano. Teníamos que poner en epojé el montaje socialista contra el PP ante el cadáver de Isaías. ¡Qué locura! El domingo era necesario que todos pensáramos, sintiéramos y percibiéramos fuera de la conciencia de un tiempo normal. Nada era previsible y todo estaba sujeto al delirio: a la intervención de millones de seres humanos movidos por automatismos ajenos a la conciencia, al margen, pues, de eso que llamamos sujetos políticos.

Delirio, delirio y delirio es lo dominante en una nación que ha votado otra vez sometida a la sangre... con sentido. Nuevamente el sufrimiento de la violencia terrorista... con sentido. Todo podía esperarse de una clase política que ha hecho del ocultamiento de la realidad su principal trabajo, excepto pensar y decir lo obvio: ETA ha matado a un español, a un socialista, para seguir negociando con el Gobierno de Zapatero. El asesinato terrorista, como dice Salvador Ulayar, tiene mucho sentido para los terroristas. El de impedir que los odiosos españoles transiten y ocupen con normalidad el espacio público, que puedan ser tan actores políticos como los nacionalistas. El de legitimarse para que los sienten en una mesa de negociación sobre las que colocar sus exigencias y nuestros muertos.

Durante todo la jornada electoral, especialmente por la mañana, los representantes del Gobierno han sobreactuado para enviar un mensaje de normalidad en estas elecciones. Falso. El mundo entero sabía que eran las segundas elecciones de la nueva época democrática condicionadas por el terrorismo. Un asesinato político, un terrible atentado contra un ciudadano, unas horas antes del acto electoral condiciona, cómo no, el comportamiento electoral de cualquier sociedad, y sobre todos si ésta carece de gobiernos democráticos fuertes y asentados. Para empezar los votantes reaccionan buscando un modo útil y directo de terminar con el terrorismo y, sin necesidad de que nadie les dirija, hallan en la participación en las elecciones la mejor manera de lucha contra ETA. La participación, pues, ha sido alta, muy alta, pero, sobre todo, ha ido acompañada de una "solidaridad primaria", ajena a cualquier reflexión política, con la familia de la víctima primero y, sobre todo, con el partido de la víctima después... El PSOE.

El delirio español tiene frase: "Votemos", dicen los más delirantes españoles, "a Zapatero, porque lo ha intentado, pero también mueren de los suyos. Quizá la próxima vez lo consiga."

El juego macabro y cruel del PSOE con los criminales ha dado resultado. Mientras que los criminales ponían un muerto sobre la mesa, el PSOE lavaba su imagen negociadora con el terror exhibiendo que víctima, el inocente Isaías, pertenecía a su partido.

En España

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