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Amando de Miguel

Neologismos y barbarismos

Si prescindiéramos de todos los neologismos en las lenguas actuales, nos quedaríamos con las voces naturales o con el hipotético idioma que hablaron Adán y Eva.

Cándido Alvarado (San Pedro Sula, Honduras) se plantea cómo es que "todo lo relacionado con la informática recibe el nombre de tecnología de punta". En España, al menos, dicen tecnología punta, siguiendo esa moda de hacer un nombre con dos (coche bomba, sillón cama, comida basura, turismo playa, etc.). Creo que se ha desvirtuado la palabra tecnología, que tendría que ser algo así como "la parte teórica de la técnica". Ahora pasa a ser "cachivache técnico novedoso". Como lo más nuevo y cambiante es la informática, a ese campo se adscriben los últimos artilugios, que por ir a la cabeza de la renovación se designan como "tecnologías punta". Mi impresión es que los ordenadores con teclado pronto nos parecerán una antigualla. El carácter puntero se podría atribuir más bien a la investigación biológica.

Diego López Ordóñez se queja de la entrada de dos neologismos que le parecen inútiles: recepcionar (en lugar de "recibir") y aperturar (en lugar de "abrir"). La verdad es que son un tanto malsonantes, pero también nos lo pareció en su día influenciar. El proceso es el siguiente: 1) un verbo da lugar a un nombre. 2) Ese nombre deriva en un nuevo verbo. Por ejemplo:

  • Influir – influencia – influenciar
  • Recibir – recepción – recepcionar
  • Abrir – apertura – aperturar

En principio, no me gusta esa secuencia con el resultado del segundo verbo, pero, si se produce la derivación, por algo será. En los tres casos citados el segundo verbo se aplica sobre todo a esquemas organizativos. Muchos de los neologismos que entran ahora en España lo hacen por la nueva realidad de las organizaciones cada vez más complejas. No es lo mismo "abrir una puerta" que "aperturar una cuenta" en un banco. En la cuestión de los neologismos puede que influya la moda, pero no siempre se impone el capricho.

Juan Ponce me comunica que, en el negocio del transporte, desde 1962 se ha venido utilizando el término hoja de ruta para indicar el rastreo de los itinerarios e incidencias de los vehículos.

Antonio Ruiz Negre (Valencia) afirma que, en el Ejército, desde hace medio siglo al menos, se utiliza la expresión hoja de ruta para los transportes. Así pues, decididamente, lo de hoja de ruta no nos viene de los recientes conflictos entre palestinos e israelíes.

La influencia del inglés en los neologismos resulta apabullante. José Mª Navia-Osorio señala que, para decir que un artículo responde a la última moda, ahora se dice que "es tendencia". Es claro que se trata de la adaptación de trendy (= la última moda). Viene a ser el mismo proceso por el que lo "nuevo", por serlo, es ya óptimo. Se descarta que haya tendencias regresivas o que las novedades puedan ser malignas. Algo parecido sucede con "el cambio" prometido, que se supone que siempre va a ser benéfico. Es el caso de la campaña electoral de Obama (el yerno de Spencer Tracy) y en su día de la de Felipe González. Es claro que las aparentes incongruencias del habla pública dan buenos resultados.

La actitud recomendable ante los neologismos es la de paciente curiosidad. Suele haber una primera fase de barbarismos en la que las nuevas palabras irrumpen en el tranquilo embalse de la lengua y provocan algunas olas de irritación o de extrañeza. Pero al poco tiempo algunos de esos barbarismos se aceptan con naturalidad y otros se pierden en el oído. Los más logran adaptarse a la fonética y a la escritura españolas. Si prescindiéramos de todos los neologismos en las lenguas actuales, nos quedaríamos con las voces naturales o con el hipotético idioma que hablaron Adán y Eva. Alguien quiso creer que esa lengua primordial fuera el vascuence. Aunque hay otra teoría, que el Paraíso Terrenal estuvo en Olot. A saber.

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