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EDITORIAL

Dos celebraciones de mayo

Doscientos años después de que el pueblo madrileño se levantara contra sus gobernantes, y fracasara, es nuestra responsabilidad no traicionar su lucha y enfrentarnos a quienes hoy día atacan a partes iguales a España y a la libertad.

Ha querido el azar histórico que los españoles celebren casi al mismo tiempo dos efemérides bien distintas. La primera, de carácter internacional, es el Día del Trabajador; la segunda, nacional pero sólo oficial en la Comunidad de Madrid, es el inicio de la revuelta española contra el dominio francés.

Es difícil encontrar dos fechas tan cercanas y, a la vez, tan opuestas. Hemos visto en la manifestación organizada por los sindicatos cómo el Primero de Mayo ha pasado de ser un día de reivindicación obrera y socialista a ser un mero trámite de adhesión a la secta oficial. En momentos de crisis como el que tenemos entre nosotros, los líderes de los sindicatos "de clase", es decir, de partido, han utilizado el mismo lenguaje del Gobierno ("desaceleración") y han cargado las tintas no contra quien dirige la política económica del país sino contra sus demonios de siempre: las empresas que les dan trabajo, el liberalismo que permite la existencia de sindicatos, prohibidos bajo el socialismo real, y Esperanza Aguirre, que comete el pecado de no ser socialista, decirlo y argumentarlo. Como se ve, una celebración sectaria en la que la mayoría de los españoles lo único que celebra es un día de fiesta y, si se tercia, un puente de vacaciones.

Nada que ver, por tanto, con el Dos de mayo, que este año celebra su bicentenario. No porque allí naciera la Nación española, que no hubiera podido levantarse en armas contra la ocupación francesa si no hubiera existido previamente, aunque sí fue ciertamente la semilla que germinó en 1812 con la refundación de España como estado-nación. No, lo realmente importante es que el pueblo español se rebeló contra un proyecto totalitario que pretendía establecer un único modelo de sociedad en toda Europa. Y para enfrentarse a él no recurrieron a otro modelo similar, ni retrocedieron hasta las ideas caducas del Antiguo Régimen, sino que optaron por defender la libertad. Y por eso es por lo que se los recuerda hoy.

Cierto es que más tarde los serviles acabarían con esa revolución, más cercana a la estadounidense que a la francesa, como han ido destruyendo siempre que han podido todos los intentos de conformar España como una nación de ciudadanos libres e iguales, en la que todos tengamos cabida. Para ellos, la libertad y la igualdad son sólo valores instrumentales, que emplean cuando se les antoja y desprecian cuando les estorban. Algo parecido a lo que ocurre con las reivindicaciones del Primero de Mayo; cuando el Gobierno pertenece a "uno de los nuestros", se dejan de lado hasta mejor ocasión.

Doscientos años después de que el pueblo madrileño se levantara contra sus gobernantes, y fracasara, es nuestra responsabilidad no traicionar su lucha y enfrentarnos a quienes hoy día atacan a partes iguales a España y a la libertad. Aunque no lo logremos.

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