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Agapito Maestre

Vuelta a la "patria chica"

Lo local, comarcal, provincial, regional y autonómico oculta, impide y reprime a todo aquello que hace grande a un ciudadano: su nación. Por eso, precisamente, vivimos una crisis de ciudadanía. Ésta es inviable sin un soporte nacional.

El ganador de este Congreso ha sido Rajoy. El perdedor, obviamente, ha sido el partido. La democracia. El talento político ha vuelto a brillar por su ausencia. Ha ganado la mala demagogia. ¿Qué ha ganado exactamente Rajoy? Tiempo y, sobre todo, salir confirmado como el gran candidato del PP para el futuro. Así las cosas, las preguntas políticas surgidas del congreso del PP son sencillas. Me haré cargo tanto de las dos preguntas fundamentales como del hecho más relevante de esta magna asamblea.

La primera gran cuestión es la siguiente: "¿Aguantará Rajoy como presidente del PP de aquí a las elecciones generales?" ¿Aguantará los resultados de las elecciones gallegas, vascas y europeas? ¡Quién sabe! De momento, y para un profesional de la política eso ya es mucho, ha ganado a todos sus adversarios por goleada, sí, por goleada, porque no los ha dejado ni hablar, o peor, no se han atrevido a hacer objeciones en las sesiones del congreso que así lo exigían. ¿Este silencio será achacable a la falta de valentía o a la carencia de democracia interna, a la falta de talento o al exceso de prudencia y pusilanimidad, o, simplemente, a que la organización del congreso lo ha impedido? Tampoco lo sé.

Lo cierto es que Aznar se ha despachado a gusto y le ha dicho a Rajoy las verdades del barquero. Pero para poco han servido, excepto para dejar en evidencia que el PP tiene una crisis abierta, que ni siquiera Rajoy se ha atrevido a cerrar aunque fuera en falso. Esa es la primera tarea que tendrá que resolver la señora Cospedal. Rajoy sólo quería conseguir legitimidad, sin importarle el precio, para su candidatura. Tampoco las declaraciones de lamento a la prensa de Esperanza Aguirre han sido eficientes; el que diga amargamente, fuera de los ámbitos de discusión del congreso, que "no ha sido escuchada a la hora de confeccionar el nuevo equipo dirigente" apenas ha tenido repercusión y eficacia política para este congreso. Naturalmente, otra cosa será el futuro, porque ya le ha puesto deberes a la nueva secretaria general del PP.

Sin embargo, las críticas, quejas y objeciones a Rajoy fuera, dentro o en los aledaños del congreso popular no son nada, casi una anécdota, comparados con los 2.600 y pico votos de compromisarios que votaron el viernes, el primer día del congreso, una enmienda de última hora que será decisiva para la política del PP en los próximos años. Una enmienda que insufla vida política a un personaje cada día más vacío de discurso democrático, pero terrible en el regate en corto y el marcaje a las espinillas de sus correligionarios políticos. Su falta de carisma racional es sustituida con el ambiguo resentimiento de tomar medidas a traición de sus contrincantes. Alguien podrá acusar a Rajoy de que es demasiado mal demagogo como para arrebatarle el poder a Zapatero, pero nadie negará que es un extraordinario demagogo, o mejor, práctica a la perfección "la demagogia chica" y con resultados muy eficaces contra sus adversarios en el partido.

El ejemplo máximo de esa "política" "corto-placista" o "chica" es la enmienda aprobada el primer día del Congreso, a mi juicio el hecho clave del acontecimiento, que le permite ser candidato a la Presidencia del Gobierno. Hasta sus adversarios votaron afirmativamente. No tuvieron tiempo a reaccionar, y si lo hubieran hecho, seguramente, no habría sido aprobada la enmienda que da paso a las elecciones primarias en el PP, o sea, la renovación democrática en el partido. El "demagogo" ha ganado con un sencillo razonamiento: "Yo introduzco las primarias, naturalmente, no para mí, sino para los próximos candidatos, si ustedes me nominan como candidato en este congreso a la Presidencia del Gobierno."

Eso es todo. He ahí el gran triunfo de Rajoy. Antes del congreso de Valencia, Rajoy sólo era candidato a presidir el PP; después de Valencia, Rajoy es el candidato a disputarle a Zapatero la Presidencia del Gobierno. No es poca conquista. Y, además, lo ha conseguido respaldado por el voto 2.600 compromisarios. Rajoy había preparado tan bien la jugada que la buena de Esperanza Aguirre no entendía qué estaba pasando. La estupefacción de Esperanza Aguirre le impidió reaccionar, replicar y luchar, aunque todo lo tuviera perdido de antemano...

La segunda pregunta política que me sugiere este congreso es la siguiente: "¿Conseguirá salir el PP de la 'patria chica' en que lo ha enrejado Arenas y sus amigos? ¿Conseguirá el PP mantener el discurso nacional y cosmopolita de Aznar o, por el contrario, se adherirá al discurso localista y populista de Zapatero?" Algunos dan por muerto ya el discurso liberal de Aznar. No le faltan razones para el pesimismo. Yo todavía tengo mis dudas, pero he aquí un argumento más para quienes creen que el discurso abierto y nacional está bloqueado en el PP de Rajoy. En efecto, el PP quiere utilizar las armas localistas de Zapatero, pero, aun suponiendo que al PP sólo le interesa el poder por el poder y, por lo tanto, no tuviera escrúpulos en utilizar las mismas armas que las de su contrincante para apoderarse de la poltrona, tendrían también que aceptar que el PSOE aventaja al PP en experiencia, eficacia y perversidad en el manejo de esos utensilios y su prolongación en los medios de comunicación. Por aquí el PP lo tiene difícil.

El populismo totalitario del PSOE no puede combatirse ni con las armas de la izquierda ni con el casticismo populista clásico: ni el pacto con los nacionalistas ni el manejo del "pueblo" o populacho lo hace mejor la derecha que la izquierda. En cualquier caso, escuchando a Camps y Rajoy no he podido dejar de sustraerme a este vago presentimiento: La derecha española vuelve al casticismo populista del XIX: primero, el terruño; después, la región, y si queda algo, y de soslayo, la nación. Ya lo dijo Gerald Brenan, en la primera página de su libro El laberinto español, quien quiera entender por qué se mataron los españoles en la Guerra Civil no le quedará otra solución que acercarse al localismo, en realidad, al primitivismo de sus organizaciones políticas:

Sólo si se tienen plenamente en cuenta las cuestiones regionales y si se ponen de manifiesto las influencias recíprocas de todas las organizaciones locales (...), sólo entonces podrá llegarse a algo que se aproxime a una imagen exacta (...). España es el país de la "patria chica".

Enana, diría yo, si observamos a sus dos principales dirigentes: Zapatero y Rajoy. Para estos dos políticos la nación es algo tan lejano que la han hecho desaparecer de sus pobres mapas políticos. Lo local, comarcal, provincial, regional y autonómico oculta, impide y reprime a todo aquello que hace grande a un ciudadano: su nación. Por eso, precisamente, vivimos una crisis de ciudadanía. Ésta es inviable sin un soporte nacional.

En España

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