Los veteranos no recuerdan, en la política española, otro anuncio de maternidad y paternidad tan rimbombante y empalagoso como el que hizo días atrás la pareja formada por la portavoz de Podemos en el Congreso y el secretario general de Podemos. Pero es que no habíamos tenido, en la imperfecta democracia española, a parejas de líderes dirigiendo partidos o a partidos dirigidos por parejas. Sí, cabe alegar que oficialmente no existe tal bicefalia, pero en la práctica, y en la imagen, asunto capital en ese partido –más que en otros–, el tándem Montero-Iglesias es el que manda.
No habíamos tenido ese formato de liderazgo ni es tampoco habitual. Casos como el de Perón y Evita quedan lejos. Los Kirchner quedan más cerca, sobre todo de Podemos, que tiene en la expresidenta argentina a una aliada, como certificó la visita del propio Iglesias recién anunciada al público su paternidad. Incluso en los regímenes comunistas, que serán sentimentalmente cercanos a los fundadores de Podemos, se dio poco tal fenómeno. Eran de liderazgos muy masculinos, por lo que fueron notables excepciones como la de los Ceaucescu, donde Elena mandaba mucho (era la "madre de la Nación"). O como la que inspiró a Elena en su afán de poder: la segunda mujer de Mao, Jiang Qing, instigadora de la barbarie de la Revolución Cultural. Cuando murió el Gran Timonel y la procesaron, en lugar de una proclama feminista, la antigua actriz dijo: "Yo era el perro del presidente Mao. Mordía a aquellos a quienes él me pedía morder". No es el mejor ejemplo.
Por la importante posición que ocupa Montero en el liderazgo de Podemos se le hicieron el otro día preguntas sobre los efectos que podría tener su maternidad en la organización del partido. La respuesta consistió en una diatriba contra la pregunta. Primero, fue machista hablar de su relación con Iglesias. Ahora, preguntarle sobre su maternidad también va a estar prohibido. Dicho en sus palabras, preguntarle aquello ponía de manifiesto que hay que
reorganizar el sistema de cuidados y la relación entre la economía reproductiva y la economía productiva en nuestro país para que nadie tenga que hacer nunca esa pregunta o vincular esos hechos.
En realidad, lo que ponía de manifiesto la pregunta es que un embarazo no tiene sólo efectos emocionales. Y ser padres, lo mismo. Es lícito preguntar si Montero o Iglesias, o ambos, pueden optar por retirarse un tiempo de la política para estar más con sus hijos, y no tendría nada de reprochable que lo hicieran. Igual ellos sí pueden. Lo que no pueden es llevar sus asuntos privados al terreno público con gran despliegue y exigir que la prensa no hable ni pregunte salvo en los términos que ellos establezcan. Si piensan que la maternidad de Montero y la paternidad de Iglesias son una ocasión estupenda para lanzar públicamente mensajes emotivos y mensajes políticos –dónde está la frontera siempre es difícil decirlo cuando hablamos de Podemos–, han de atenerse a las consecuencias. El partido ya hizo uso político de la maternidad cuando su estreno en el Congreso: Carolina Bescansa con su bebé en el escaño. Y Bescansa está hoy fuera del círculo dirigente. No digo más.