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A 13 años de su muerte

Blanca Marsillach: homenaje a su padre Adolfo Marsillach

Blanca, está últimamente programando algunas de sus comedias, logrando que el nombre de Adolfo no se olvide.

Blanca, está últimamente programando algunas de sus comedias, logrando que el nombre de Adolfo no se olvide.
Blanca Marsillach | Cordon Press

Fue Adolfo Marsillach un personaje fascinante de la vida teatral española, del que este próximo 21 de enero se cumplen trece años de su desaparición. Actor, dramaturgo pero sobre todo un extraordinario director de escena. Por fortuna, su nombre no ha caído en la sima del olvido. Existe en Madrid un teatro que lleva su nombre, el Fígaro-Marsillach, y otro en la provincia, en San Sebastián de los Reyes. Y, además, una de sus dos hijas, Blanca, está últimamente programando algunas de sus comedias, como Yo me bajo en la próxima ¿y usted?, que estrenaran en su día Concha Velasco y José Sacristán. Cuando éste dejó las representaciones porque debía incorporarse al reparto de una película coral, La colmena, quien ocupó su puesto fue el propio autor.

Blanca Marsillach la tiene en su repertorio en la compañía de la que es primera actriz y empresaria junto a su entrañable amiga Elise Varela, y que lleva por nombre el del apellido de esta última, Varela Producciones. Al margen de su lógica trayectoria comercial digno es de resaltar en esta compañía su carácter también solidario desde que se fundara hace cinco años, ofreciendo su generosa aportación en pro de aquellos ciudadanos con discapacidad física a los que dedican funciones especiales.

Hijo y nieto de periodistas, Adolfo Marsillach Soriano nació en Barcelona el 25 de enero de 1928. Sus mayores logros, aun reconociendo sus éxitos en diferentes series de televisión y con menos repercusión sus trabajos cinematográficos, fueron en el teatro. Desde su actuación en 1961 en el teatro Español de Madrid con un memorable Hamlet, fue añadiendo en adelante otros títulos para el recuerdo: Pygmalion y Después de la caída, en los años 1963-64, cuando a su cualidad de primer actor añade la de director. Entonces empieza a vislumbrar la posibilidad de diferentes montajes, burlando en lo posible a una inclemente censura, para presentar obras con mensajes políticos o sociológicos, hasta entonces prácticamente ignorados por el espectador español. Son los años de A puerta cerrada, La p… respetuosa y sobre todo su adaptación de Marat-Sade y El Tartufo.

Transcurría 1968. Poco antes de que Manuel Fraga dejara de ser Ministro de Información y Turismo, recibió en su despacho oficial a Adolfo Marsillach. Dándose por enterado de la adaptación que éste había realizado sobre la archiconocida comedia de Moliére, le espetó al actor y director: "A mí no sólo no me molesta que se metan ustedes con el Opus Dei, sino que me divierte". Cuando pocas semanas más tarde cambió el gobierno franquista, mayoritariamente integrado por miembros del Opus Dei, éstos advirtieron las intenciones de Marsillach: una crítica puesta en escena, parodia de la Obra de monseñor de Balaguer. Con sibilinas estrategias aquellos jerifaltes opusdeístas lograron que El Tartufo no se representase en el resto de España, una vez concluido el contrato de la compañía de Marsillach con el empresario madrileño del teatro de la Comedia.

En 1972 la crítica alabó entusiástamente su puesta en escena de Sócrates. Vendrían en años sucesivos otros estrenos, ya menos conflictivos conforme se acercaba la Transición. Confeso militante socialista, fundó en 1984 la Compañía Nacional de Teatro Clásico (uno de los mayores hitos de su biografía), siendo director general del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música desde 1989 durante una temporada. Muy condensada aquí, por supuesto, su brillante carrera. Que tuvo fracasos sonoros, como el de su propia comedia musical Mata-Hari, estrenada por Concha Velasco. Pero en la balanza de su carrera se imponen sus más sonados éxitos.

¿Qué tal era en el trato Adolfo Marsillach? No dejaba indiferente a nadie. Pero, por encima de todas sus virtudes, destacaban su cultura y su educación. Afable, tierno, irónico, buen conversador, sabía escuchar, era respetuoso con quienes mantenían ideas opuestas a las suyas, y desde luego nada halagador con el Poder. Quizás haya alguna esquina oscura en su biografía, olvidando él, cuando en los años 70 se proclamaba afín al PSOE, su etapa juvenil luciendo la camisa azul de la Falange. O a finales de los 50 y primeros 60 cuando criticaba abiertamente a los muchachos que acudían a las matinales del Price madrileño, en los albores de la música pop, escribiendo en el diario Pueblo crónicas en las que traslucía su desprecio tanto hacia los rockeros como a sus seguidores.

Soler Leal y Marsillach | Archivo

Y sin embargo, a los pocos años, bien que se ufanaba de estar en vanguardia del mejor teatro europeo. Contradicciones de quien nunca explicó su cambio de chaqueta y su pensamiento. Pero todo ello no ha de empalidecer la memoria que tenemos de nuestro personaje. Que en el aspecto sentimental resultó ser, pese a su confesada timidez, un seductor. Fracasado su matrimonio con Amparo Soler Leal, cuya nulidad le supuso el desembolso de un millón de pesetas en 1960, tuvo otras historias amorosas, la más importante con la también actriz Tere del Río, con quien convivió desde 1962 a 1970, sin casarse: tuvieron dos hijas, la ya citada Blanca, y Cristina, con quienes tuvo una relación difícil. Entre esa convivencia y el tiempo que siguió a la ruptura, Adolfo Marsillach tuvo un apasionado romance con Pilar Miró, del que poco o nada se dijo en los medios de comunicación. Y algunos menos relevantes: con una actriz llamada Maite; con otra de mucho renombre, catalana, E.C.; con una periodista de nombre Marisa y una corresponsal de Televisión Española, la colombiana Ana Cristina Navarro… Hasta que apareció en su vida de nuevo una actriz, la aragonesa Mercedes Lezcano. Llevaban varios años de armoniosa convivencia cuando a él le detectaron un cáncer de próstata en 1994. Tres años más tarde, la pareja contraía matrimonio civil de Hospitalet del Llobregat. Adolfo Marsillach anunció públicamente su enfermedad, sobrellevada dignamente. Nos dejó en 1998 una espléndida biografía: Tan lejos, tan cerca. Su viuda escribió: "El ser humano más elegante que he conocido… Un ser excepcional, honesto, decente, consecuente, trabajador incansable, independiente, divertido… Convertía la vida en un juego en el que jamás podías aburrirte. Su pasión era el Teatro y la Vida".

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