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La soledad de Pinito del Oro, leyenda del trapecio

La trapecista confesó su tristeza, sentía la soledad, había depositado su confianza en su marido y éste la maltrató con sus engaños.

La trapecista confesó su tristeza, sentía la soledad, había depositado su confianza en su marido y éste la maltrató con sus engaños.
Pinito del Oro | Cordon Press

La muerte de quien ha sido la mejor trapecista española y una de las más reconocidas de la familia circense mundial me sorprende de viaje. Escribo pues de memoria sin posibilidad de acreditar fecha sobre todo. Cristina Segura debía su apodo al fervor de los suyos por la Virgen del Piso. Su infancia y adolescencia estuvo ligada a Nerva, provincia de Huelva, pero siempre se sintió canaria de corazón, sentimiento y cultura.

No llegó a cursar estudios superiores, más poseía una formación amplia en saberes y escribía muy bien. Publicó varios libros sobre su vida y sus conocimientos del mundo del circo. Hasta narraciones y cuentos donde reflejaba su extraordinaria sensibilidad. Era de conversación dulce y pausada, rematada siempre con una sonrisa angelical. Breve de anatomía, subida a las alturas de su trapecio se crecía como un gigante. Alcanzó el siempre anhelado tripe salto mortal. Me decía, pues la traté durante una larga temporada en Madrid, que no le gustaba trabajar con red. paradójicamente se sentía más segura, como si reafirmara su apellido, saltando al vacío. El público emocionado se lo agradecía y ella miles de veces consiguió salir triunfante de su reto aunque sufriera varias caídas. Que recuerde, las más graves sucedieron en Laredo y Valencia.

En la pista siempre estaba pendiente de las evoluciones de Pinito su marido Juan. Atlético, fortachón, que pudo más de una vez recogerla entre sus brazos amortiguando así sus accidentes. Juan era su ángel de la guarda hasta que el matrimonio se rompió. Pinito supo que la engañaba con otra y cortó por lo sano. Tenían en propiedad un hotelito con el nombre de la trapecista al final de la Playa de las Canteras en Las Palmas. Allí, con sala de fiestas incluida, Pinito había habilitado su museo con vestidos de actuación , trapecios, premios, libros, recortes de prensa y recuerdos de su larga vida itinerante con sus circos.

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Fue quien dobló a la protagonista femenina de la película Trapecio la de Burt Lancaster y Tony Curtis enfrentados. Se retiró actuando en Madrid, en el ya desaparecido Circo de Price en la Plaza del Rey. Hoy sede del Ministerio de Cultura. En aquel espectáculo, la presentadora era la gran actriz cómica Mary Santpere. En el camerino de Pinito, aquella noche triste para ella, Mary cortó unos pocos cabellos de la gran trapecista que guardaría como un inolvidable tesoro en un pequeño estuche. Propuso Pinito que nos fuéramos con ella a celebrar su despedida, que tenía un sabor agridulce, melancólico. Procuró que las lágrimas no asomaran a sus mejillas. Pinito, Mary Santpere y yo levantamos nuestras copas de champán en la sala Casablanca situada justamente frente al Price. Al fondo en el escenario Lolita Garrido interpretaba sus mejores boleros. Pinito del Oro me confesó su tristeza, sentía la soledad, había depositado su confianza en su marido y este la maltrató con sus engaños.

Procuró Pinito ocuparse de su hijos, más tarde encontró un joven amor en La Laguna, en Tenerife, donde emprendió un pequeño negocio. No era vanidosa, pero me confió una noche que en su triunfal vida de trapecista había sido agasajada por muchos personajes de la vida política mundial, pero que en España, Franco ni siquiera había asistido a ninguno de sus espectáculos ni tuvo interés jamás en recibirla en audiencia. Pinito del Oro buscaba franqueza en la gente, pero la encontré muchas veces meditabunda, callada, abstraída , no era feliz. Tal vez, sus últimos años, cuando ya no supe de ella, quizá pudo encontrar la paz que perseguía en su tierra canaria del alma. La otra paz, la eterna, es la que ha empezado a disfrutar ahora.

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