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María Jiménez: una vida de tragedias y la situación límite que provocó Pepe Sancho

La vida de María Jiménez ha estado llena de sinsabores, antes y después de alcanzar la fama.

La vida de María Jiménez ha estado llena de sinsabores, antes y después de alcanzar la fama.
María Jiménez y Pepe Sancho, en el año 2000 | Gtres

Momentos difíciles los que atraviesa María Jiménez. Escribo cuando la cantante sigue ingresada en el Hospital San Rafael de Cádiz. Tanto que Telecinco ha adelantado la emisión de Mi casa en la tuya, con esta cantante sevillana como invitada al programa de Bertín Osborne. Los últimos años han sido complicados para ella, desde que en 2013 la operaran de un cáncer de mama, luego fue sometida a una intervención quirúrgica en la garganta; pasó por otro percance cuando se rompió el peroné. En consecuencia, su carrera artística quedó paralizada.

Dejó de fumar, lo que ella atribuía a tener treinta kilos de más. Su aspecto, ciertamente, había cambiado. A sus sesenta y nueve años luchaba por seguir adelante, con la presencia de su hijo Alejandro, sin separarse del lecho de la artista en el antes mencionado centro gaditano. La verdad es que la vida de María Jiménez parece estar escrita con letras de dolor y desgracia. Como un mal fario, dicho de los calés. Lo que puede adjudicársele por su condición de medio gitana. Un cuarterón de esa sangre riega sus venas, lo que es poco conocido en su biografía. Su abuelo paterno, Baltasar, era de esa raza. El padre de María renegaría de él, pues contaba que Baltasar se había jugado a su mujer en una partida de cartas. Y la perdió. Como para empezar así un posible culebrón sobre la historia de María Jiménez. El progenitor de la futura cantante se ganaba los garbanzos como podía: en una fábrica de aceite y conservas de los Luca de Tena, cargando y descargando

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Con Isabel Pantoja | Gtres

mercancías de los barcos... Cayó enfermo y entonces la madre hubo de ponerse a servir. Con tres churumbeles a los que criar, la primogénita era María. Pasaron temporadas de hambre, malviviendo en una especie de corrala con muchos vecinos. En la calle Betis, desde donde se contempla la Giralda, la Torre del Oro y la Maestranza. Hasta que el gobernador de Sevilla les procuró una vivienda, de aquellas casas baratas. Duró poco su estancia en el colegio, porque nuestra protagonista hubo de ponerse a trabajar de criada, y en un obrador de la popular calle de las Sierpes sevillana.

Mediados los años 60 seguía fluyendo la emigración andaluza a Cataluña. María hizo la maleta, de esas que se cerraban con una cuerda de guita. Y en Barcelona continuó fregando escaleras y limpiando; de seis de la mañana a las doce de la noche era su jornada laboral. Un día, paseando por las Ramblas encontró al propietario de una taberna flamenca que, escuchándola, al conocer su afición al cante, le procuró unas actuaciones en su local, a razón de doscientas pesetas por día. "¡Ya no soy chacha, sino artista!", se dijo para sí. Un año más tarde regresó a Sevilla, donde conoció a un importante ganadero de reses bravas: vivió un apasionado idilio, del que como resultado tuvo a una niña, María del Rocío, llegada al mundo en 1968. Ser madre soltera le causó muchos sinsabores. Para salir adelante trabajó en varios tablaos sevillanos, Los Gallos, La Cochera. El padre de la criatura, adinerado personaje y bien conocido entre la élite social andaluza, nada quiso saber de María y mucho menos de su bebé. Y María tuvo que aceptar un contrato para cantar y bailar en Caracas, luego en Amsterdam y finalmente en Madrid, donde a base de mucho tesón y noches de duermevela pudo ir dejando atrás aquel negro periodo en el que las pasó, literalmente, canutas. Rocío, la pequeña, fue creciendo en casa de los abuelos, padres de María.

María Jiménez fue apodada la Gitana Ye-Yé. De imitar en lo posible a Marifé de Triana pasó a copiar un poco a Chavela Vargas. Rumbas desgarradas. A las que iría más adelante insuflándoles un toque de erotismo. Y así pasó por El Duende, tablao madrileño que regentaba la legendaria Pastora Imperio y su yerno, Gitanillo de Triana. Y luego por "Las Brujas", cuyos dueños presumían de tener el cuadro de bailaoras y cantaoras más hermosas de Madrid. Era cierto, como comprobé más de una madrugada, donde Emilio Romero, director del diario Pueblo, tenía siempre una mesa reservada, desde donde quedaba encandilado con el arte de María Jiménez, a la que puso el remoquete de "La Pipa". Le recordaba, decía, a la madera caliente de una cachimba, que se aspira lentamente para saborear el tabaco. Desde Las Brujas, saltaría al mundo del disco y a las salas de fiesta, donde popularizó "Con golpes de pecho", primero de sus posteriores éxitos musicales. Ya cincuentona llegó a confesar que para grabar sus primeras canciones tuvo que someterse a los abusos de algunos directivos. "¡A mí me follaron gratis!", reveló descarnadamente.

Conocí a María Jiménez en la primavera de 1977, en una expedición de Televisión Española, de la que formé parte, cuando ella actuó en una gala en el Sporting Club de Montecarlo. Publiqué una entrevista con ella, seguro que era de las primeras que le hacían, pues apenas su nombre resultaba conocido, fuera del ambiente seudofolclórico. Lo que cantaba María no tenía nada que ver con el flamenco ortodoxo. Ella lo revistió de acento pop, muy sensual. Y si no, los títulos de sus baladas y rumbas lo decían todo, muy explícito: "Me doy entera", "Estoy en tí", "Háblame en la cama"... Era como un Bambino con faldas. Paco Cepero, Enrique de Melchor, Isidro Melchor, José Miguel Évoras, entre otros, la ayudaron con sus guitarras y arreglos musicales. Y Gonzalo García Pelayo, fue su productor, quien la lanzó como estrella emergente.

No voy a continuar ese hilo biográfico, sino a contarles apretadamente su vida sentimental. María Jiménez ya había tenido diversos amores. Confesaba haber tenido experiencias desde los quince años. No obstante, precisó: "Para mí el sexo es amor y sólo entonces cabe todo, nada es sucio y la fantasía no tiene límites. He querido a muy pocos hombres". El más importante fue el actor José Sancho, un galán destacado del cine y el teatro, el que empezó a ser popular tras su paso por la serie televisiva Curro Jiménez, en el papel de el Estudiante. Se casaron el 1 de junio de 1980. Pepe para María y todos los amigos, entre los que me cuento, adoptó a Rocío como hija propia, dándole su apellido, Asunción. La pareja pasó por distintas etapas. Días de vino y rosas. Noches de discusiones y peleas. José era un seductor nato y los ojos le hacían chiribitas cuando se encaprichaba de otras mujeres. Hasta a una amiga de María la convirtió en su amante pasajera, sin disimulo, mientras María lloraba por los rincones, como aquella Zarzamora de la copla. En el otoño de 1980 decidieron financiar la película Perdóname, amor mío, de la que eran protagonistas junto al maduro Alfredo Mayo. Insufrible tostón, que les costó una millonada. Para resarcirse Pepe Sancho montó un negocio con Juanito Valderrama, circo ambulante en el que el actor cantaba, es un decir, aunque recitara bien y se luciera montando a caballo. María contribuyó con sus galas también a reparar aquel desaguisado económico. El 17 de febrero de 1983 fueron felices padres de Alejandro. Todo iba sobre ruedas en el matrimonio hasta que en 1984 tarifaron. Pepe no controlaba sus impulsos amatorios y coronaba a María con los cuernos de rigor.

Al año siguiente, María, tras ese fracaso, vivió la más trágica experiencia de su vida, cuando Rocío encontró la muerte en un accidente de coche con unos amigos. Pocos días antes, había pasado el Año Nuevo en París con su padrastro, José Sancho. Se adoraban. La muerte de Rocío volvió a unir en el dolor a María y a José. En 1987 a él lo contrataron para rodar en Costa Rica la película fallida Eldorado, que dirigió Carlos Saura, absoluto fracaso para su productor, que perdió junto a sus socios en el envite más de mil millones de pesetas. María había acompañado a José en el viaje. Y de pronto decidieron casarse. Tico Medina contó la exclusiva para ¡Hola!, con taquilla de por medio para los reincidentes novios. Una ceremonia que ahora, de memoria, no recuerdo si tenía o no validez jurídica, que no canónica. La que fue una burla, aunque para la pareja tuviera sus beneficios en forma de talón bancario expedido por la revista Diez Minutos fue la que celebraron más tarde en Bali, de la que se ocupó el recordado colega, ya fallecido, Agustín Trialasos. Tres bodas, como se ve, para al final, en 2002, deshacerse definitivamente aquel matrimonio, tan dispuesto para casarse tantas veces, lo que nos parecía poco serio, estrafalario o frívolo.

Mediados los años 80 la aureola de María Jiménez había ido perdiendo consistencia. Sus discos apenas se vendían en años sucesivos; descendían sus actuaciones. Tuvo en 1988 que financiar la producción de un disco de sevillanas. "Rocíos", se titulaba: homenaje a la romería almonteña y, desde luego, a su hija muerta. En 1992 sus canciones medio eróticas ya entusiasmaban muy poco. Del apagón de su popularidad la libraron más tarde Lichis y su "Cabra Mecánica" y Joaquín Sabina, con quienes colaboró en algunas grabaciones. Se divulgó mucho el tema "La lista de la compra", con aquel estribillo de "Yo que soy tan guapa y tan lista...". En adelante, ya su carrera continuó con altibajos, aunque reapareciera de vez en cuando en algunos programas de televisión. Quien tuvo, retuvo, aunque fueran ya destellos aislados de su estilo pop con gotas de contenida sensualidad. Los años no traicionan: son reflejo de la realidad.

María Jiménez se despachó a gusto el año 2003 en su libro de memorias, Calla, canalla, transcrito por la periodista radiofónica María José Bosch, donde entre otras, ponía como hoja de perejil a su ex, José Sancho: "Me casé enamorada tantas veces como lo he hecho con el mismo hombre y viví enamorada y ciega. Incapaz de ver cómo me iba destruyendo poco a poco mientras él me desdeñaba, haciéndome sentir algo inútil, sin valor, perdida en una casa llena de soledad". Y añadía más adelante: "Tuve ganas de suicidarme, pero no fui capaz de hacerlo". Revelaba que, estando ya divorciados, él seguía llamándola por teléfono: "Al final he llegado a la conclusión de que la única explicación que existe es que sea un psicópata. Un asesino cobarde que no tuvo huevos para matarme de una vez e intenta hacerlo poco a poco volviéndome loca, haciéndome luz de gas, para que yo sea la que me quite de en medio". José Sancho moriría en marzo de 2013. María Jiménez no asistió al sepelio en Manises, la ciudad natal del gran actor: sólo fue su hijo Alejandro. Ella ya llevaba un tiempo retirada en su vivienda de Chiclana de la Frontera.

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