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El mayor (y mortal) enigma que todavía rodea a Concha Piquer e implica a la Mafia

Fallecida en 2015, Concha Piquer se llevó a la tumba si mató al hombre que intentó violarla en Nueva York.

Fallecida en 2015, Concha Piquer se llevó a la tumba si mató al hombre que intentó violarla en Nueva York.
Concha Piquer | Archivo

Concha Piquer, reconocida como la gran estrella de la canción española, género que más en concreto se ha denominado copla, nació en Valencia el 8 de diciembre de 1906, muriendo en Madrid el día doce del mismo mes de 2015. El tiempo transcurrido, tanto en una como en otra efeméride, no ha borrado del todo cuanto significó en el mundo artístico, cuando su figura no ha dejado de ser recordada en radio y televisión, así como la reedición de sus muchos éxitos discográficos, aquellos que se vivieron sobre todo a partir de la postguerra española, en 1940 en adelante.

La publicación reciente de Retrato de una mujer moderna, por la brillante pluma del castellonense Manuel Vicent, nos mueve a evocar un episodio trágico del que ella fue involuntaria protagonista, poco conocido. Tuvo como escenario Nueva York, adonde la futura reina de la copla viajó en 1919 de la mano del maestro Manuel Penella, el autor de la ópera El gato montés que estrenaría en la capital norteamericana. De manera casual, por insistencia de la empresa que había contratado esta representación, la entonces primeriza Conchita Piquer debutó con un número que, imprevisto, deprisa y corriendo, le compuso Penella: "El florero". La crítica ensalzó aquella intervención de la "xiqueta" con elogiosos comentarios.

La relación entre el maestro y su protegida se extendió más allá de lo puramente artístico, al punto de que Conchita perdió un hijo fruto de aquella íntima convivencia. Al margen de esa historia amorosa, la cantante tuvo otra, aunque más superficial, con un boxeador. Pero lo que vivió meses después de su debut, con carácter dramático que nunca podría olvidar (jamás se publicó entonces ni tampoco cuando se retiró el 13 de enero de 1958) acaeció en su lujoso apartamento neoyorquino. Llamaron a la puerta, Conchita confirmó tras la mirilla que quien llegaba a verla era un compañero de la compañía teatral, le franqueó la entrada y, a poco de establecer un breve diálogo, ese tipo intentó forzarla; ella se defendió como pudo y agarrando una barra de hierro golpeó la cabeza del infame sujeto. La sangre corrió en seguida por el suelo, en el instante que la artista comprobó que su atacante estaba inconsciente. Presa de pánico, Conchita se fue corriendo al teatro, habló con su empresario, éste con su agente, a sugerencia de ambos les dejó la llave de su apartamento. Horas después, al regresar a él, comprobaría que no había rastro del agredido, ni sangre que delatara su estancia en aquel lugar. Nunca más en el teatro se cruzó con quien había querido violarla. Pasaron días. Se enteró que en las aguas del río Hudson habían encontrado, flotando, el cadáver de aquel fulano. Dedujo que quienes lo habían arrojado pertenecían a la Mafia, con la que su empresario mantenía algunas amistades. Pero la cantante nunca pudo saber si aquel desgraciado se fue al otro mundo a consecuencia de sus golpes con la barra de hierro… o fueron los de "la Cosa nostra" los que lo remataron.

Lo referido pudiera ser una secuencia propia de películas ambientadas en aquellos años 20 del pasado siglo en el Chicago violento de las bandas que traficaban en esa época de la ley seca. Pero ocurrió tal y como han leído, y yo lo recogí a poco de morir doña Concha Piquer en 2015, del libro Así era mi madre, escrito por su hija Conchín. Con ambas mantuve una cierta amistad. Tenía buena razones aquella cuando le pregunté por qué no publicaba sus memorias: "No podría – me contestó -, tendría que contar ciertas cosas que prefiero dejarlas para mí".

Que yo sepa, nadie recogió en la prensa tal episodio dramático revelado por su hija. Y ahora, Manuel Vicent lo ha evocado en su mentado libro, en el que mezcla datos y anécdotas reales con otros de pura ficción novelística. Aunque su ameno relato los funde sin pretensión de firmar una biografía (por otra parte en general ya contada en otras publicaciones) ni tampoco un ensayo. Y por esas páginas urdidas con la veteranía y belleza de su escritura van desfilando personajes de otro tiempo; relatos de aquel maestro Penella, de breve estatura, abuelo de Emma Penella y sus hermanas también actrices, que estando casado y con cinco hijos, fue el primer amante de Conchita Piquer. También refiere su otra historia de amor con el hombre que finalmente sería su marido, tras no pocas contrariedades, pues él estaba legalmente también casado y con hijos asimismo, el matador de toros madrileño Antonio Márquez. Por eso, ante la imposibilidad de contraer matrimonio en época franquista, ella cantaba aquello de "Yo soy la Otra, la Otra / y a nada tengo derecho...", pero llevaba un anillo de casada con una fecha por dentro: el que se puso tras unirse por vía civil fuera de España.

Respecto al título de esta obra literaria, Retrato de una mujer moderna, acierta el admirado Manuel Vicent, porque así lo fue Concha Piquer, una mujer de carácter, que ya en aquellos años 20 no le importó salir con escasa ropa en el escenario y en algunas revistas americanas. De las primeras españolas en triunfar en Norteamérica. La que en 1925 apareció en las primeras imágenes de un cortometraje musical del sonoro aún no inventado oficialmente por el ingeniero De Forest, dos años antes que lo protagonizara el cantante Al Jolson, con quien por cierto ella encabezó las carteleras teatrales. La que se enfrentó ya viviendo en España durante la postguerra a las autoridades franquistas, que la multaban cada vez con quinientas pesetas. La misma que en una cacería se negó a repetir una canción ante el mismísimo Jefe del Estado, que la requirió para ello: "¿Su Excelencia estará ahora merendando, verdad? - le dijo al enviado del Caudillo -. ¡Pues yo también!" Y se quedó tan tranquila. Creo que era más que una mujer moderna.

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