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Raquel Welch, el mito erótico de hace medio siglo

La belleza de aquella mujer que acaba de morir me acompaña en la memoria todavía.

La belleza de aquella mujer que acaba de morir me acompaña en la memoria todavía.
Raquel Welch | Gtres

Cada época ha tenido en el cine sus mitos, relacionados comúnmente, talento aparte, con su belleza. Y entre las mujeres que destacaron en la pantalla en el periodo comprendido entre finales de los años 60 del pasado siglo y la década siguiente, figuró Raquel Welch, que acaba de fallecer a los ochenta y dos años en su casa de Los Ángeles, tras una breve enfermedad. Fue sin duda alguna el símbolo sexual de esa época. Y lo mismo que destapó sus encantos en la mayor parte de sus películas, su vida íntima también contiene historias sentimentales de pasión: tuvo amantes entre los grandes galanes del cine, además de cuatro matrimonios que no le aportaron mucha felicidad ni equilibrio.

Ella se dejaba llevar desde luego por sus impetuosos y arrebatados impulsos eróticos. Ello no le impedía manifestar sus sentimientos maternales: tenía dos hijos de su primera unión, mas no quiso aumentar su descendencia, en aras de su profesión. Ser una estrella cinematográfica, de espectacular anatomía, conocida en todo el mundo, llenaba todas sus apetencias. Ese ciclo de notoriedad fue declinando con el tiempo, pero se mantuvo aún en activo hasta hace pocos años. Ya en su ocaso, por supuesto. Mas aun se la recuerda y en los obituarios de estas horas en los que se la despide en multitud de medios informativos queda claro que fue una mujer que dejó huella en el cine, siquiera por el erotismo que aportó en su filmografía, más desde luego que su capacidad artística.

Se casó a los diecinueve años, ya embarazada de su hija Tahnée, con un ex compañero de secundaria, James Westley Welch. Los padres de Raquel estaban en contra de aquel matrimonio, mas ella se salió con la suya. Sencillamente les hizo ver que no eran quienes para reprocharle esa boda. El progenitor de la futura actriz, un ingeniero aeronáutico boliviano, Armando Carlos Tejada, maltrataba a su mujer, de nacionalidad norteamericana. Raquel vivió su infancia precisamente en ese hogar turbulento. Y cuando se independizó yéndose a vivir con el tal James Westley, creyó que su vida iba a ser más feliz que la de sus padres. Al menos tuvo dos hijos, la mencionada Tahnée y un varón, Damon.

Ocurrió que Raquel quería ser famosa, bien como modelo – su primera profesión – o como actriz. Se empeñó en ello, por encima de sus deberes de esposa y madre. Y su marido fue incapaz de convencerla de lo contrario. Celoso de que ella fuera escalando poco a poco sus pasos en Hollywood, acabó cediendo. Para terminar divorciándose en 1965, seis años después de su enlace.

En adelante, Raquel, que tomaría como apellido artístico el real de su ex marido, Welch, pues el suyo, Tejada, no le pareció, ni a los productores, adecuado fue convirtiéndose en una ambiciosa actriz que hacía prevalecer su fotogenia en demérito de sus limitadas condiciones dramáticas. A la par que, compulsivamente, se enamoraba de algunos de sus galanes. Se cree que el primero de ellos fue Elvis Presley, quien protagonizó El trotamundos, donde la joven actriz de Chicago hizo sus primeros pinitos en el cine.

No sería él único que la tuvo entre sus brazos pues, a lo largo de su carrera, durante el decenio que marcó su gran popularidad, también se enamoró de importantes divos, uno de ellos Frank Sinatra, del que ella decía: "Se me cae la baba con sólo mirarlo". ¡Qué sería cuando estaba junto a él en momentos de intimidad…! Dean Martin, compañero de correrías del jefe de "Los Rat Packs" como "La Voz" llamaba a los miembros de su clan, fue otros de los que se encamaron con Raquel, la que asimismo lo consideraba un hombre irresistible, al que no podía negar sus pretensiones amatorias.

No faltaron otros con los que compartir su fogosidad amorosa, caso de Warren Beatty, considerado como el príncipe de los seductores de Hollywood, cuya biografía sentimental supera a la de todos los colegas de su tiempo; ninguna mujer importante del cine de su época se escapó de sus deseos. Se decía que Bob Dylan también cayó en las redes de Raquel Welch, esta vez, si es que así sucedió, imaginamos que embelesada por la poesía de sus canciones, pues nadie podía reconocerle al renombrado cantautor atractivo físico alguno. El amor es ciego, ya se sabe. Raquel se sintió más cerca desde luego de Marcello Mastroianni, indiscutible seductor latino. O del cautivador Richard Burton, con su leyenda recitando a Shakespeare o amando a Liz Taylor, y de paso a otras de sus compañeras de película, como lo fue Raquel, al que ella definió "como un cañón, y muy romántico". Robert Wágner fue de los que era también muy solicitado en el lecho. Arnold Schwarzenegger, ya cuando los años iban pasando factura a la estrella, resultó ser otro de sus penúltimos actores que la deslumbraron íntimamente.

Desde que empezaba en el cine, Raquel Welch tuvo muy claro que sus aventuras amorosas no podían suponerle sobresaltos, léase quedarse embarazada. Y atendió los consejos de su peluquera: "Lleva siempre preservativos en el bolso". Y siguió con esa costumbre. Tras su primer matrimonio fallido, se casó con Patrick Curtis, que era su representante artístico; un inglés de mal carácter, que la vigilaba a todas horas, lo que no impidió que ella le pusiera los cuernos unas cuantas veces. Que sepamos, solo en Almería, con nuestros compatriotas Sancho Gracia y Aldo Sambrell, que participaron en el rodaje de "Cien rifles", donde ella era la protagonista junto a un actor negro, Jim Brown, con el que participó en escenas eróticas de alto voltaje, asunto que en los Estados Unidos escandalizó en ciertos sectores racistas.

Aquel segundo matrimonio de Raquel y Patrick Curtis celebrado en 1967 naufragó en 1972, enterado él de las veleidades de su mujer, y harta ésta de que la vigilara constantemente con su cara de perro buldog. Y lo reemplazó, aunque mucho más tarde, en 1980, por un guionista, director y productor de origen francés, André Weinfield, convertido en su tercer esposo, cuando el "glamour" que había despertado tiempo atrás la estrella se iba disipando poco a poco. Y aún ésta probó por cuarta vez las mieles nupciales, llegado 1999, esta vez con un restaurador (horrible palabra, dicho sea de paso) llamado Richard Palmer. Cuatro años solamente estuvieron conviviendo, hasta firmar el divorcio. En adelante, Raquel Welch no quiso más tentar a la suerte con ningún otro varón. Y si tuvo amores, serían ocultos, pues no constan en su biografía sentimental. Así se sinceró ella al respecto: "Lo bueno que tiene la vejez es que, en mi caso, ya he dejado de ser un objeto sexual".

Entrevisté a Raquel Welch una tarde de primeros de julio de 1968. La estrella había llegado a Madrid unas fechas antes. Nada más descender del avión que desde Los Ángeles la depositó en el aeropuerto de Barajas, en cuyas pistas la esperaba un nutrido grupo de fotógrafos, la emprendió con uno de ellos, propinándole un rotundo botellazo en la cabeza; el reportero del diario "Informaciones", apellidado Couto, precisó de asistencia médica, y tuvieron que practicarle una intervención de varios puntos. Con ese recibimiento inesperado, no hubo rueda de prensa, porque la diva se introdujo en un automóvil y fuese a descansar a un hotel. Horas más tarde ya se desplazó a Almería, donde iba a incorporarse al rodaje de la película Cien rifles, hay mencionada líneas atrás. Tenía que ponerse muy morena, según indicaciones del director, y ello retrasó el inicio del filme.

Fui comisionado por la dirección de la revista donde prestaba mis servicios, Semana, para trasladarme a Almería con el objeto de entrevistarla. Un "marrón", tras lo ocurrido en Barajas. Pero conseguí la exclusiva, a sabiendas en principio de que Raquel Welch no quería ni fotos ni mucho menos entrevistas. De modo casual me enteré de que al aeropuerto almeriense llegaban los dos hijos de la actriz, que eran menores, para pasar unas vacaciones con ella. Pero sin permiso del padre, James Westley Wech, primer marido de Raquel. Lo que, de saberse, hubiera supuesto para ella una acusación de rapto, o de secuestro. El relaciones públicas de la película, al saber que me había enterado de esa llegada de los niños, me pidió que no lo publicara. A cambio de ser recibido, junto a mi compañero gráfico, Julián Torremocha, veterano reportero, al día siguiente en un reportaje exclusivo. El pacto se cumplió. Y la estrella nos recibió en la suite que ocupaba en un hotel de Aguadulce. Fue una hora inolvidable. Posó para las fotos con agrado y a mí me atendió con simpatía.

De aquella entrevista, condenso lo siguiente: "Me pusieron el sobrenombre de "El Cuerpo", que me gusta mucho. Los agentes publicitarios de mi productora se inventaron que de niña yo tenía las piernas delgadas. Y ya ve...". Claro que ví: llevaba una minifalda y lucía espléndida sus extremidades inferiores. Siguió contándome: "Mi triunfo en el cine no ha sido fácil. Desde muy pequeña quise ser actriz y luché mucho hasta conseguirlo. ¿Que si prefiero ser guapa a buena actriz, me pregunta usted? Para una mujer lo es siempre lo primero. Desde luego que eso no es suficiente para tener éxito. También me considero buena actriz. Insisto en que las actrices guapas lo tenemos más fácil y es lo que nos gusta ser, hemos de serlo si pretendemos brillar en el cine. Los hombres, en cambio, aunque sean feos, pueden ser así también atractivos". ¿Y su vida familiar, cómo era? Me respondió que se sacrificaba por mantenerla, dado que la mitad del año la pasaba fuera de su hogar de Beverly Hills, en Los Ángeles, rodando sus películas.

Me despedí cordialmente de ella. Ocurriéndome una pequeña anécdota: olvidé mi bolígrafo (que no era un Bic, sino plateado) en la "suite" de Raquel. Y volví a los tres minutos de haberla dejado. Me abrió la puerta, se quedó algo perpleja, no sé qué pudo pensar, le expliqué lo sucedido, y no pudo evitar una carcajada. Me he acordado cuando pongo punto final a este artículo. La belleza de aquella mujer que acaba de morir me acompaña en la memoria todavía.

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