Se prepara una película biográfica de Michael Jackson, fallecido el 25 de junio de 2009, que va a protagonizar uno de sus sobrinos, Jaafar, hijo de Jermaine, uno de los hermanos del conocido como "rey del pop". El recuerdo de una de las leyendas musicales contemporáneas no ha mermado, pese al tiempo transcurrido de su muerte, ocasionada por una intoxicación de fármacos que le recetó su médico particular, quien lo atendía periódicamente para mitigar sus estados de ansiedad. El cantante sufría obsesiones a menudo y ninguna droga parecía calmarlo.
Michael Jackson contaba cincuenta años en el momento de morir en su famoso Rancho Neverland, su fantástica residencia, a la que invitaba a niños y jovencitos, a quienes se la mostraba, donde había instalaciones parecidas a un parque infantil, a modo de particular Disneyworld. Del cantante-bailarín se decía que era una especie de Peter Pan, en su permanente deseo de no crecer, en pos de ser siempre un niño grande.
Lo acusaron en 1993 de abusos sexuales infantiles, proceso del que salió absuelto, aunque para la prensa norteamericana hubo dudas de si aquel feo asunto fue tapado por medio de acuerdos económicos con las supuestas víctimas y sus padres. Si fue o no un pederasta, nunca quedó del todo claro. Tal vez para acallar conciencias, la suya propia por delante, y con el afán quizás de que la opinión pública no lo considerara andrógino o simplemente "gay", contrajo matrimonio al año siguiente de aquella demanda judicial con nada menos que la hija de Elvis Presley, Lisa María, con quien únicamente convivió dos años. En 1996 se divorciaron. Ese mismo año reincidió en un segundo matrimonio con la enfermera Deborah Rowe, hasta el 2000. Un nuevo divorcio, que le supuso un desembolso de ocho millones de dólares para ella. Michael tuvo tres hijos, se cree todos ellos por inseminación artificial.
La biografía de Michael Jackson ha sido contada infinidad de veces. Muchos son los libros publicados sobre el ídolo, millones los artículos, lo que nos exime de contarles datos archisabidos, como el de su empeño en someterse a intervenciones quirúrgicas para blanquear su rostro. Se anticipó, si se nos permite este apunte, a la obligación reciente de que todo el mundo lleváramos mascarilla para evitar los efectos del Covid-19. Las usaba en la creencia de que con sólo salir a la calle podía contagiarse de algún virus maléfico.
Pero, de lo que no cabe duda es que Michael Jackson fue un genio en lo suyo: de los más espectaculares bailarines, de los mejores cantantes pop-rock de su tiempo. Cifras cantan: su álbum "Thriller" resultó ser el más vendido de toda la historia, alcanzando la cifra de sesenta y cinco millones de copias.
La familia del finado percibió una fabulosa herencia, incrementada sucesivamente por las ventas de sus constantes reediciones discográficas y objetos de "merchandising". Lo que les molestó fue un documental, "Leaving Neverland", en el que se insistía en las reiteradas acusaciones de pederastia. De ahí que decidieran rodar un "biopic" contando lo que para ellos era esencial sobre la figura del divo. Y así, con tales premisas hagiográficas preparan la filmación de la película titulada simplemente "Michael", cuyo protagonista es, como decíamos al principio, Jaafar, de veintiseis años, hijo de Jermaine, uno de los hermanos del ídolo del pop.
Jaafar Jackson se parece físicamente a su tío Michael, pero es que, además, es cantante y bailarín y ya debutó discográficamente en 2019 con un sencillo, "Got me singing", cuyo vídeo lo rodó precisamente en Río de Janeiro, en una favela donde aquel ya diera a conocer uno de sus éxitos, "They don´t caren about us". Tenga o no proyección internacional esta película, sobre la que desconocemos cuándo se estrenará, si en pantallas convencionales de cine o en una teleserie, lo que podrá suceder es que este Jaafar Jackson salga lanzado en el "show-bussiness" americano, a pesar de que "segundas partes" nunca fueron buenas y que las copias jamás superarán los originales. Porque, fuera un tipo raro y excéntrico, Michael Jackson siempre fue una estrella, cuya luz no se ha apagado después de muerto.