
Acaba de cumplir ochenta años. Si yo les preguntara si conocen a José Luis García Muñoz, imagino sus respuestas. Pero así se llama uno de los personajes más populares del cine español, José Luis Garci. ¿Que por qué eliminó la a final de su apellido? No exactamente por decisión propia. Tenía 19 años cuando empezó a colaborar en un semanario de Acción Católica, Signo. Firmaba, con su nombre compuesto y su primer apellido real, críticas cinematográficas. Por cierto: no cobraba, como otros colaboradores, entre los que me encontraba. Pero un día, error del linotipista de turno, uno de sus trabajos apareció publicado con su firma mutilada: José Luis Garci. El director de la publicación era un conocido escritor, relevante crítico de cine, José María Pérez Lozano que, advertido de aquel error, le dijo que aquel traspiés no tenía importancia; incluso, añadió, le sugería identificar sus comentarios con aquel apellido irreal, pero menos vulgar que el propio. Y José Luis no se lo pensó dos veces, agradeciéndoselo.
Le han preguntado infinidad de ocasiones cuántas películas habrá visto. Suele responder, a ojo de buen cubero, que alrededor de veinte mil. Es una enciclopedia andante, un erudito del cine, sobre todo norteamericano, el que se rodó en blanco y negro en los años 40 y 50. En su adolescencia iba a diario a los cines de programas dobles de su barrio madrileño, los de las calles de O´Donnell e Ibiza. Descomunal su memoria para identificar títulos, argumentos, fichas técnicas, biografías. Su padre, Manuel García Meana, que regentaba la peluquería del hotel Palace, consiguió de la dirección que José Luis estuviera tres meses en dicho establecimiento para familiarizarse con su ambiente y entrar a trabajar allí algún día. Pero a nuestro protagonista le importaban bien poco las distintas secciones del hotel. Sólo disfrutó columbrando entre los clientes a escritores que lo frecuentaban, como César González Ruano, o Julio Camba, este último hospedado allí porque quien le pagaba la estancia era el millonario Juan March. Aunque lo que nunca olvidaría fue la tarde en la que en el bar le permitieron subirle una botella de whisky a Orson Welles, sustituyendo a un camarero. Los ojos de José Luis se le hicieron chiribitas al servirle aquella bebida al genial director.
Donde José Luis estuvo más estable fue en el Banco Ibérico, propiedad de los Fierro, que le pagaban mil trescientas dieciséis pesetas con diez céntimos por cuadrar balances. No le entusiasmaba mucho aquella tarea, y logró que lo trasladasen a la editorial Taurus, que pertenecía a los negocios de aquel banco, donde se familiarizó con interesantes lecturas e incluso en el trato, siquiera superficial, con personajes como Américo Castro, o más cercano con Ignacio Aldecoa y Francisco García Pavón. Escribía solapas de novedades literarias. Hasta que él mismo dio en urdir relatos, con frecuencia de temas futuristas, influenciado por Ray Bradbury, de quien llegó a publicar un notable ensayo. De ahí a firmar guiones de cine, un paso, cobrando un sueldo mensual de José Luis Dibildos, propietario de Ágata Films, productora donde José Luis Garci pudo desarrollar su primeriza creatividad. En calidad asimismo de guionista firmó La cabina, aquel extraordinario telefilme que dirigió Antonio Mercero, protagonizado por José Luis López Vázquez, que a través de TVE obtuvo un meritísimo Grammy.
Garci soñaba con alcanzar su meta escribiendo y dirigiendo largometrajes, de los que hasta ahora ha realizado diecinueve. Para, digamos, entrenarse, escribió y dirigió tres estupendos cortos: Mi Marylín, ¡Al fútbol! y Alfonso Sánchez, que era un veterano crítico cinematográfico. No entraremos aquí, por razones de espacio, en comentar esa filmografía, salvo algunos títulos. El primero, Asignatura pendiente, con unos protagonistas que en aquellos tiempos de la Transición confesaban sus carencias y traumas, que compartieron miles de espectadores al verse reflejados en la pantalla. Película que registró en taquilla doscientos cuarenta millones de pesetas. La siguiente de Garci, Solos en la madrugada, llegó casi a recaudar doscientos. Pero sin duda la que catapultó a nuestro amigo fue Volver a empezar, que le deparó el primer Óscar a una película extranjera en Hollywood obtenida por un español. El propio José Luis Garci recogió la dorada estatuilla el 11 de abril de 1983, agradeciendo el soñado premio con un breve discurso en macarrónico inglés, recordado de sus tiempos en la academia Mangold. Ocurrió un caso por desgracia corriente en el cine. Cuando se estrenó Volver a empezar fue un fracaso en taquilla, con vapuleo de la crítica. El "Óscar" le salvó del fracaso, pues él y José Esteban Alenda, su socio, habían perdido catorce millones de pesetas y estaban casi arruinados.
José Luis Garci escribió y dirigió después magníficas cintas, como Sesión continua, Las verdes praderas o su nueva versión de Canción de cuna. Ganó mucho dinero, que reinvertido en sus producciones, volvió a evaporarse más de una vez. Llevado por su romanticismo, financió una excelente publicación, Nickel Odeón nombre asimismo de su productora, que resultó un negocio ruidoso. Magnífico escritor, publicaría una serie de libros, veinticinco a día de hoy, en su mayoría dirigidos a cinéfilos de pro; cuando no crónicas deportivas de amena, excelente y cautivadora prosa, reunidas en un volumen, que ya se habían ido insertando en las páginas del diario ABC. Añádase a su biografía profesional su dominio del lenguaje coloquial, de atractivo contenido castizo, del que ha hecho gala en tertulias radiofónicas, por ejemplo en el programa Cowboys de medianoche, de esRadio.
Lo que permanece con claroscuros es su pasado sentimental, del que poco se sabe. Su primera esposa fue Cristina, que era compañera suya en el Banco Ibérico, con la que tuvo dos hijos, a los que inscribieron con los nombres de Eva (por la película Eva al desnudo) y Norma (por Marilyn Monroe, que se llamaba Norma Jean Baker). Roto aquel matrimonio, José Luis tuvo otras compañeras: Pilar Banderas, Ana María Leston, y luego, María Casanova, Ana Rosa Quintana y Cayetana Guillén Cuervo (de quien se enamoró rodando El abuelo, otro de sus grandes filmes). El 10 de junio de 2004 contrajo matrimonio civil con la actriz Andrea Tenuta, uruguaya-argentina, en los jardines de Cecilio Rodríguez, del madrileño parque del Retiro madrileño. Reacio a la prensa del corazón, vio publicado el reportaje de aquella boda en las páginas de ¡Hola!. Tras Holmes, Madrid Suite 1890, de 2011, manifestó que se retiraba del cine. Afortunadamente no cumplió esa promesa. Y en 2019 rodó la que por ahora es la última, El crack cero, secuela de dos anteriores.
La actividad de José Luis Garci nunca ha cesado pues, de no estar tras una cámara filmando (o a través del moderno combo), ha presentado y dirigido diversos espacios radiofónicos y televisivos, como Classics, la noche de los viernes, a través de la cadena Trece. Siempre con su erudición. Probó también, con acierto, a dirigir un par de funciones teatrales. En el último verano el Centro Cultural Conde Duque de Madrid lo homenajeó con una exposición muy visitada donde se reunían objetos, libros, folletos y recuerdos relacionados con sus películas.
Después de un sábado inolvidable en La Puebla del Río, he llegado por los pelos (a diez minutos de la media noche) a entregarle a un genio en el día de su cumpleaños el regalo de otro genio pic.twitter.com/dzDNKXnqcb
— Luis Enríquez (@Lleng7) January 20, 2024
Mantiene unas cuantas manías (y no creo que sea el único, por supuesto) acerca de algunas tecnologías del presente, a saber: no usa teléfono móvil, ni ordenador, sino su siempre vieja y querida máquina de escribir marca "Olympia". Del mismo modo que tampoco conduce, pues ni tiene carné ni va a ir a ninguna academia. Su mundo es otro. Sin problemas, sin complejos. Un personaje genial a cuyo ochenta aniversario nos unimos para felicitarlo, como ha hecho Morante de la Puebla regalándole un capote firmado. Ignorábamos que le interesara la fiesta brava, pero imaginamos que el gran torero es uno de los miles de admiradores que tiene Garci.

