
Tengo la teoría de que a todos nos encanta toparnos con gente que ama mucho una cosa, cualquier cosa, por más arbitraria e insignificante que nos parezca. Me refiero a gente arrebatada, por supuesto, pero con ese tipo de arrebatamiento capaz de cambiar el mundo no para mejor, sino simplemente para uno mismo. El primer hombre que crió un bonsai, por ejemplo. Ese hombre repleto de ternura que a fuerza de fe y cariño consiguió reducir un olmo para que cupiese en su terraza. Algo así. Gente enferma. Gente inevitablemente enferma. Pero que irradia su pasión sin avergonzarse porque de alguna forma sabe que estar apasionado es lo más lógico y normal del mundo. Algo mucho más saludable y feliz, desde luego, que estar simplemente cuerdo.

A mí me gusta contemplar a esas personas porque son como una guía que ayuda a reconocer qué cosas son indudablemente amables. Lo pensaba el otro día en la inauguración de la exposición Garcine, dedicada a José Luis Garci en el Centro de Cultura Conde Duque. Por Garci yo sé que el cine es una cosa maravillosa, por ejemplo, y que lo seguiría siendo aunque sólo le maravillase a él. Y por los amigos de Garci también sé que él es alguien increíble. Toda la celebración fue una declaración de amor: de Garci al cine y de Garci a sus amigos; de sus amigos a Garci y de los amantes del cine al director. Así que al final fue imposible no salir de allí convencido de que el amor existe y que nos hace a todos más dichosos.
La excusa para la exposición es el cuarenta aniversario del Óscar a Volver a empezar, que fue el primer Óscar a una película de habla hispana. Pero eso sólo era una excusa, como reconoció Andrés Amorós, comisario de la muestra. En realidad, el motivo de la exposición —y del libro que va ligado a ella: Garci, asignatura aprobada, editado maravillosamente por Reino de Cordelia y coordinado por su amigo, el poeta Luis Alberto de Cuenca— es el amor que le profesan tantos a una persona que nos ha enseñado a amar a través de la pantalla. Eso fue Volver a empezar, al fin y al cabo. Un homenaje a quienes perdieron su juventud en una guerra, vivieron el exilio, la dictadura, y después, ya casi ancianos, pudieron contemplar el nacimiento de la democracia. Es decir, un agradecimiento a una "generación interrumpida" que, pese a todo, supo dar "ejemplo de esperanza, amor, entusiasmo, coraje y fe en la vida".

En la película hay dos escenas primorosas que apuntalan esa idea. Una es cuando Antonio Ferrandis le dice a Encarna Paso que "sólo se envejece cuando no se ama". La otra es cuando el personaje del propio Ferrandis le desvela al de José Bódalo el motivo de su vuelta y le advierte que la muerte, pese a todo, tendrá que esperar, pues la vida es demasiado importante como para dejarla a medio terminar. En esa conversación hay dos amigos que se quieren sin reservas. Por eso el que se está muriendo no tarda en cambiar de tema y se pone a hablar del Sporting; y por eso el otro le sigue el rollo, desde luego, pero no sin antes dejarle claro, mirándole a los ojos, que lo siente. La amistad son dos personas intentando distraerse mutuamente porque piensan que el dolor le hará más daño al otro. El amor son dos personas protegiéndose.
El amor también es un hombre, digamos Garci, que siente los homenajes que recibe como si no fueran para él, sino más bien para sus amigos. "Estas cosas siempre se le hacen a gente que no está", dijo durante el acto. "En este caso, el difunto es un vivo", pero un vivo que no pudo evitar acordarse de todos los que ya no pueden acompañarle. "Este homenaje yo lo siento como un homenaje a todos los que me han ayudado a estar aquí. A esa gente que me ha enseñado mucho, que me ha ensanchado, y a la que ahora me encantaría poder abrazar pero no puedo". Él pensaba en Horacio Valcárcel, en Gil Parrondo, en Alfredo Landa, en David Gistau… En tantos otros. Y echaba la vista atrás y nos decía a los presentes: "El paraíso debe ser algo parecido a esto. Una serie de flashbacks en los que te reencuentras con todos ellos y recuerdas los momentos maravillosos que compartisteis".

La exposición ha sido montada como un repaso no sólo a su filmografía, sino a su persona entera: "A los cines de sesión continua, al fútbol, al boxeo. A su mundo, a su época, a su Madrid", dijo Amorós. También ha sido concebida como "una forma que tiene su ciudad de decirle que le quiere", añadió Emilio del Río, actual director general de Bibliotecas, Archivos y Museos del Ayuntamiento de Madrid. Así que Garci repasó las paredes y se puso a recordar. Y lo único que le salió fue decirle a sus amigos que él los quiere todavía más. "En la vida es más importante la suerte que el talento", comentó. "Y yo he tenido mucha suerte". "He tenido suerte en todo: en recibir el primer Óscar de habla hispana cuando sólo tres años después se lo dieron a una película argentina, por ejemplo. Eso fue puro azar. O el tener a los amigos y a las hijas que he tenido. El hecho de que en España, que es un país que se las trae, se hagan cosas como estas, y que me haya tocado a mí… ¿Qué puedo decir? En realidad, me siento un poco un impostor. Porque disfrutar yo solo de todo esto, cuando tanta gente me ha apoyado, ha tirado de mí hacia arriba y me ha hecho llegar hasta aquí, me parece injusto. Yo sólo he tenido suerte". Para averiguar cuál es el secreto de que a Garci tanta gente le quiera tanto, basta escucharle unos segundos. A él podríamos decirle, igual que Elena a Antonio Miguel Albajara, que le queremos porque tiene la capacidad de recuperar para nosotros toda nuestra vida en dos detalles. Pero lo más probable es que él respondiese que eso no tiene demasiado mérito, porque llevamos nuestra vida en la mirada. Saber vivir es saber mirar. Y mirar es recordar. Eso también nos lo enseñó con sus películas.