
Julie Andrews ha cumplido recientemente noventa años. Y aunque unos reporteros "la cazaron" no hace mucho con dificultades al caminar, sépase que ha estado trabajando hasta hace un año en el cine. Una admirable mujer, que superó una sórdida infancia sin conocer a su padre biológico y entre otros dramas, haber perdido su voz tras una negligencia médica. Para los cinéfilos y creemos también para quienes la recuerdan por "Sonrisas y lágrimas" y "Mary Poppins" siempre será una adorable actriz que representaba valores fundamentales en la familia entre otras virtudes que adornan su destacada personalidad. Es otra más de las pocas luminarias que quedan de aquel ya desaparecido Hollywood, el de las grandes estrellas y no, desde luego, el muy apagado de los últimos tiempos.
Julie Elizabeth Wells vino al mundo en el condado inglés de Surrey. Su madre era pianista, de vida un tanto disoluta, que se encamó con un amigo de su familia, relación breve de la que nacería la futura gran actriz, cuya infancia transcurrió en un hogar modesto, en el que quien ella creía su progenitor, maestro carpintero, pintaba más bien poco. Como se comprobó cuando su esposa le puso los cuernos marchándose con un actor-cantante de nombre Ted Andrews. Como era de esperar aquel primer matrimonio acabó en divorcio.
Resultó que este, digamos segundo padrastro, del que heredó su futuro apellido artístico, la enseñó a tocar la guitarra y a perfeccionar su voz, al observar que la niña tenía condiciones para la música. Le pagó, incluso, su ingreso en un Conservatorio. Así, con solo diez años, se iba con él a alegrar a las tropas británicas durante la II Guerra Mundial. Coincidió haciendo lo mismo con Petula Clark, futura también estrella de la canción.
Pese a esa condición con su ahijada, ese Ted Andrews era un tipo de malas costumbres y conllevaba con su mujer, la madre de Julie, una permanente afición a la bebida, que desembocó en alcoholismo. Y la jovencita fue testigo de peleas y abundantes broncas en aquel desasistido hogar.
Conforme iba estrenando su juventud, recibiendo clases de canto, Julie Andrews se hizo hueco entre las actrices-cantantes en Londres. Ello sucedía a comienzos de la década de los 50. En 1954 dio el salto a Nueva York donde representó en un escenario de Broadway el musical "The boy friend". No podía empezar mejor su carrera como futura estrella de comedias musicales, y dos años después se convirtió en Eliza Doolittle, la heroína de "Pygmalion", obra de George Bernard Shaw, muchacha de un suburbio londinense, que practicaba un lenguaje soez propio de gente marginal, a la que el profesor Higgins, por una apuesta, se impuso para convertirla en toda una gran dama, personaje que interpretó Rex Harrison. Dos años se mantuvo la reducida compañía en Broadway y año y medio en Londres. Cuando una productora de cine quiso llevar la historia a la pantalla mantuvo en su papel a Harrison pero no a Julie Andrews porque el implacable Jack Warner dispuso que fuera Audrey Hepburn. Años después, ésta le comentó a Julie que sintió mucho haber sido su sustituta. La creía, sinceramente, superior a ella. Alguna vez, puede que con falsa modestia, Julie declaró a los periodistas que, en realidad, ella no sabía cantar. Lo que era mentira.
Pero Julie Andrews no se vino abajo y más adelante debutó en el cine por la puerta grande, año 1964, léase con la película "Mary Poppins". Aquella oportunidad se la brindó nada menos que Walt Disney, el fabuloso creador de dibujos animados y afamado productor también. En principio, Julie tuvo que decirle que no podía aceptar su oferta. Extrañado Disney, le rogó una explicación, a lo que ella no tuvo más decirle que estaba embarazada de la que iba a ser su primera hija.
Walt Disney no pareció inmutarse. Le retrucó: "No importa. Esperaré". Y así fue. Pocas semanas después de que naciera la hija que tuvo con su primer marido, Julie se incorporó al rodaje de aquella película que tantos dividendos daría a la productora de Disney. En cambio, ella, su protagonista, únicamente percibió ciento cincuenta mil dólares, irrisoria cantidad entonces para una primera actriz. Donde hizo de niñera que educaba a dos hijos de un matrimonio londinense.
Sacó consecuencias de aquel injusto trato económico y no solo porque en el plano artístico fuera ganadora de un Óscar, sino porque un año después, 1965, rodó "The sound of music", que en español fue estrenada como "Sonrisas y lágrimas". Ella era una entregada institutriz de una familia austríaca durante los duros tiempos de la Alemania nazi. Julie demostró su talento tanto de actriz como de cantante.
Fue en 1966 cuando Alfred Hitchcock contó con ella para hacer el papel que había rechazado Tippi Hedren. Ésta había quedado hasta el gorro de todas las escenas que le había obligado a hacer el orondo genio del cine en aquella película de los pájaros volando sobre su cabeza, algunos a punto de dejarla medio ciega o salpicada de heridas en el rostro. A Hitchcock, quien sabido es se cegaba con las actrices rubias, le vino a la cabeza el nombre de Julie Andrews, y la eligió como coprotagonista de Paul Newman en "Cortina rasgada", por la que la actriz británica se embolsó setecientos cincuenta mil dólares.

En cuestiones pecuniarias Julie Andrews fue beneficiada en otras ocasiones, una de ellas cuando contratada por la M.G.M., para la película "Say it With Music", el rodaje fue retrasándose hasta que se suspendió definitivamente. Perjudicada lógicamente por ello, Julie demandó a dicha productora y tras en 1969 llegar a un acuerdo judicial, la indemnizaron con un millón doscientos cincuenta mil dólares. En Hollywood, asuntos de ese calibre alcanzaban cifras elevadas.
Se casó en 1959 con el escenógrafo Tony Walton, a quien conoció cuando ella representaba una obra teatral. Quedó dicho que fueron padres de una niña. En 1968 se divorciaron. Y al año siguiente ella contrajo segundas nupcias con el director Blake Edwards, un acreditado cineasta que firmó excelentes comedias, caso por ejemplo de "La pantera rosa". Blake dirigiría en varias ocasiones a su esposa. Al contraer ese matrimonio él aportó dos hijos de una anterior pareja.
Como estaba desengañada de su primer esposo, antes de obtener el divorcio de éste, mantuvo dos años de convivencia con Blake Edwards, al que solo lo había visto una vez, en una fiesta, cuando Julie celebraba su luna de miel con Tony Walton. Y se encontraron de resultas de unas declaraciones que por lo visto hizo él en un periódico, alabando a una actriz que daba la impresión que le gustaba, o sea, Julie Andrews. Dijo sobre ella algo que, de modo edulcorado, venía a piropearla como ser "alguien tan dulce que probablemente tendría violetas entre las piernas". Lo que le hizo tanta ilusión a ella, enviándole enseguida un ramo con esas flores. Nuestras investigaciones nos han llevado a refutar esa frase, porque parece ser que fue otra, versión más atrevida, pícara, un poco indecente si se quiere: "Tiene lilas en lugar de vello púbico".
Cuarenta y un años vivieron felices Julie y Blake, no importa si les separaban unos cuantos de diferencia y el físico de ella contrastara con el del orondo realizador. Adoptaron dos niñas vietnamitas cuando vivieron de cerca aquella guerra que tantas vidas se llevó por delante, hasta que el Presidente norteamericano Lyndon B. Johnson la dio por perdida.
Si Julie Andrews puede considerarse una actriz de culto, asimismo mantuvo una carrera musical, tanto en el cine como en los escenarios. Y regularmente brillaba en las bandas sonoras de sus filmes. Una de esas comedias musicales fue ‘¿Victor o Victoria?’, dirigida por su esposo, donde ella jugaba con dos papeles sobre su identidad. El protagonista masculino era James Garner, atractivo galán, algo maduro ya pero que a Julie le encantó tenerlo como pareja en la pantalla en aquel 1982 de su estreno. No le importó declarar: "Es el hombre que mejor me ha besado".
En la biografía sentimental de la actriz no han figurado muchos nombres y nunca traicionaría a Blake Edwards. Con quien, insistimos, llevó una vida tranquila, dichosa, siendo una pareja muy apreciada en los círculos de Hollywood.
Como muchas otras estrellas Julie Andrews se reservó siempre la aceptación, o no, de los guiones que le llegaban. Renunció a unos pocos. Lo que no sabemos es si se arrepintió luego, porque en ciertos casos resultaron ser un éxito. Rechazó ser Dolly Levi en "¡Hello Dolly!" (1969). Tampoco dijo sí a interpretar el papel de Truly en "Chity Chity Bang Bang" (1968). O bien Carol en "Érase una vez en América" (1984). Despreciando utilizar su voz en "La bella y la bestia", trabajo que iría a parar a Ángela Lansbury. No por su gusto sino por estar recuperándose de la operación donde le implantaron titanio en un tobillo, a punto de quedarse en silla de ruedas, no le resultó posible incorporar el personaje de tía Emma en "El lobo de Wall Street" (2013).
El destino, no obstante, le tenía guardada una amarga sorpresa: la pérdida de su voz. Fue en dos ocasiones, finalizando la última década de los 90 y después en el nuevo siglo. Notó un día cierta inquietante ronquera. Se operó. Pero salió del quirófano peor que cuando entró. Una incidencia médica, achacando a los cirujanos aquel infame resultado. Demandó al hospital Monte Sinaí, de Nueva York y acabaría recibiendo una indemnización de treinta millones de dólares. Para ella su garganta era una fuente de trabajo y estuvo unas cuantas temporadas sin poder cantar, ya descartando después su recuperación.
En 2008 se publicó su autobiografía, donde daba cuenta una revelación: la de que nunca conoció a su padre biológico pues su madre se lo ocultó y no le desveló el secreto hasta 1950. Ella lo calló entonces y no lo hizo público, como decimos, hasta esa fecha indicada.
No dejó de actuar después en series de televisión. Su último papel lo desarrolló en ‘Bridgeton’, desde 2020 hasta 2024. Por el momento, nonagenaria, ya ha aceptado decir adiós a su profesión. Reparte su vida en Guildford, condado de Surrey (donde nació) al sur de Inglaterra y en otra residencia de Nueva York. Mientras podía desplazarse a Suiza, dispuso de un chalé en Gstaad, la conocida estación invernal, donde muchas temporadas disfrutó en compañía de su recordado Blake Edwards, el director que la hizo tan feliz.
Julie Andrews nos deja un inolvidable legado, con aquellas dos películas que varias generaciones han contemplado, bien en la niñez o siendo adultos. Un cine que, por desgracia, ya no se cultiva.

