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José Sancho: la intensa vida de un formidable actor

Pepe podía pelearse con quien se metiera con él. Mas en su círculo íntimo, cuantos lo tratamos, siempre lo recordaremos bienhumorado y entrañable. 

Pepe podía pelearse con quien se metiera con él. Mas en su círculo íntimo, cuantos lo tratamos, siempre lo recordaremos bienhumorado y entrañable. 
Pepe Sancho en una imagen de archivo | Cordon Press

Tristes tiempos para el mundo de la farándula. En los últimos meses se nos han ido para siempre primeros actores de una gloriosa generación española: Paco Valladares, Carlos Larrañaga, Juan Luis Galiardo, Sancho Gracia, Aurora Bautista, María Asquerino… Y ahora Pepe Sancho. Con su nombre familiar lo tratábamos los amigos y conocidos, aunque él se anunciara José. José Asunción Martínez, en el carné de identidad.

Aterrizó en Madrid desde su Manises natal y se abrió paso en los primeros años 60 como buenamente pudo: vendiendo libros de portal en portal, sirviendo cañas y bocadillos en un bar y haciendo papelitos en aquella "tele" en blanco y negro. Con una biografía aventurera en la que recuerdo un borroso capítulo, cuando pasó seis meses en la cárcel porque "tomó prestado" el coche de una novia que tenía. Una más en su jalonada lista de conquistas. Era un perfecto desconocido el año 1970 cuando apareció anunciado en las carteleras del madrileño Teatro Valle-Inclán, con los mismos caracteres tipográficos que sus compañeras, las muy ilustres y acreditadas actrices Ana Mariscal y la recientemente desaparecida María Asquerino. Se decía que el joven actor de Manises andaba en amores con una acaudalada dama, que era la que financiaba aquella obra, O.K. Allí demostró que tenía "madera de actor". Con un punto canalla, que gustaba a las mujeres. Con "la Asquerino" tuvo un breve romance, pues él no perdía el tiempo cuando se hallaba a gusto entre faldas. Y algún tiempo después fue sonada su relación con una conocida azafata del programa Un, dos, tres….

En el cine no lo reclamaron demasiado. En 1993 rodó como galán de Rocío Jurado una nueva versión de La Lola se va a los puertos. Y a las órdenes de su paisano, Berlanga, París-Tombuctú. Fue en el teatro donde cimentó sus espléndidas condiciones dramáticas. Por remitirnos sólo a sus trabajos en el nuevo siglo, Medea, en el Teatro Romano de Mérida, al lado de Nuria Espert, y Enrique IV, de Pirandello. Así como en la televisión lograría su definitiva popularidad, desde que personificara a El Estudiante en la tantas veces repuesta serie Curro Jiménez. Luego, junto a Pepe Sacristán, en ¿Quién da la vez?. Ya en tiempos más recientes revalidó esa notoria presencia en la pequeña pantalla en episodios de Cuéntame, y en la serie Arroz y tartana, amén de otros títulos que harían prolijos estos recuerdos.

Pepe Sancho se convirtió en asiduo de las páginas de las revistas del corazón a raíz de su boda con María Jiménez, celebrada el 1 de junio de 1980. En el otoño de tal año se embarcaron en la aventura de protagonizar la película Perdóname, amor mío, deshilvanado folletín que supuso a la pareja un serio quebranto económico, a punto de arruinarse para siempre. Quien más perdió fue la cantante, que por entonces gozaba de su mejor momento y le llovían los contratos. El matrimonio había hecho separación de bienes. Los millones de pesetas perdidos los recuperaron gracias a que se asociaron con el cantaor Juanito Valderrama. María interpretaba sus rumbas eróticas en tanto Pepe oficiaba de presentador y recitador. El 17 de febrero de 1983 fueron padres de un varón, Alejandro. El matrimonio, tras separarse una temporada, volvió a celebrar una segunda ceremonia, con visos publicitarios y para ganar una exclusiva periodística, en San José de Costa Rica, donde él se encontraba rodando El Dorado. La pareja terminaría tarifando definitivamente y divorciándose. Pepe, me hizo esta confidencia: "Lo nuestro se acabó, como el conocido bolero que María me dedicaba algunas veces. ¿Las causas? No por celos, desde luego. Digamos que por mi desvergüenza… porque yo me pasé muchas veces de la raya…". Ella se quedó con su casa de Madrid y con la de Chiclana (Cádiz), repartiéndose los beneficios de otras tres viviendas que poseían a nombre de una sociedad común.

Y ahora que Pepe era feliz con su segunda esposa, la periodista Reyes Monforte, se nos ha marchado para siempre, inesperadamente. Era un tipo divertido, muy amigo de sus amigos. De gran franqueza, podía pelearse con quien se metiera con él. Mas en su círculo íntimo, cuantos lo tratamos, siempre lo recordaremos bienhumorado y entrañable.

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