No puede haber restaurante asturiano sin foto de Bustamante (aunque sea de Santander), y A Cañada, una sidrería con 125 años de historia familiar sita en Lavapiés, tiene una bien grande colgada en el centro de una pared llena de premios. ¿Qué es lo que falla entonces en un lugar con una ubicación privilegiada en el centro de Madrid? ¿Los empleados –como dice la jefa Nati– o la jefa –como dicen los empleados–? Semejante y primordial cachopo humano necesita a un Chicote que enseñe el colmillo para poner orden.
Aquí hay varias mentiras, la primera y más importante ya la hemos dicho: que Bustamante es de Cantabria, no de Asturias. Segunda mentira: el local abrió hace un año y no un siglo y cuarto, puesto que el negocio original era otro distinto (que por cierto sigue en manos del exsocio de Nati). Tercera mentira: el chorizo de los callos no era el mismo que el chorizo a la sidra… ¿qué está pasando aquí? La cara de chinao de Chicote tras averiguar que la fabada supuestamente premiada era de bote, como todo lo demás, fue para ponerle un marco. A su cara, y no a los premios.
Llega la hora del primer servicio, para que Chicote compruebe la magnitud del desastre. Que es, naturalmente, del tamaño del Macizo Cantábrico. Una chica se encontró una piedra en el pulpo; el descomunal cachopo, crudo; y un enfrentamiento brutal entre Nati y la cocinera Begoña, tan borde como estamos acostumbrados a vivir en Pesadilla en la cocina. ¿Primer paso para motivar a Nati? Una visita nocturna a Mercamadrid para comprobar la bondad del producto fresco.
En esta ocasión el problema no era la suciedad de la cocina ni la mala relación entre los implicados. Estamos en un asturiano en el que nadie sabe qué es una anchoa, cómo empanar un cachopo o incluso cortar el perejil. Chicote se iba a tener que emplear al máximo, pero esta vez en su pura y dura faceta de chef, batiendo huevos y amasando carne y no solo conciencias. Pero antes les obligó a esconder en una caja de cartón todas las latas en conserva que se servían como hechas en casa.
Naturalmente, todo salió mal, y fue necesario un dramático careo en la calle con Nati y Begoña, con la jefa particularmente derrotada. Paso necesario antes de meternos de cabeza en la previsible sesión de coaching con metáforas y todo, en la que lo importante es que los empleados se comprometieron a apoyar a su jefa a superar su falta de confianza. Remodelación estética del local y al tajo con el segundo servicio.
La cosa empezó a funcionar, el trabajo fluyó y hubo errores, pero subsanables. El equipo fue eso, un equipo. En conjunto, el Pesadilla en la cocina de esta semana fue tan estándar como agradable, sin grandes y terribles conflictos. Simplemente demostró que, pese a las mentiras iniciales, el trabajo hostelero no está (bien) pagado. Y con eso y un culín de sidra, Chicote cabalgó de nuevo hacia el amanecer.