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¿El frío hace que se tenga más hambre?

Comer más con la llegada del frío es algo normal, pero ¿Por qué sucede? ¿Es algo mental o un mecanismo de defensa? ¿Se puede controlar?

Comer más con la llegada del frío es algo normal, pero ¿Por qué sucede? ¿Es algo mental o un mecanismo de defensa? ¿Se puede controlar?
invierno, nieve, cae la nieve | Pixabay/CC/R-region

El debate sobre si el frío hace que se tenga más hambre es una cuestión que ha intrigado a científicos y personas de todo el mundo durante años. La relación entre la temperatura y el apetito es un tema complejo que involucra una serie de factores fisiológicos y psicológicos. La llegada del calor veraniego hace que el apetito descienda y el frío del invierno hace que aumente. Esto es algo normal, tanto que puede ocurrir que cuando desciende la temperatura o comienza a llover, una persona experimente sensación de vacío en el estómago por culpa de la termogénesis. ¿Qué es la termogénesis? La termogénesis es el proceso mediante el cual el cuerpo produce calor, ya sea para evitar que el ambiente exterior dañe la salud o para liberar energía cuando se realiza alguna actividad física mediante el sudor.

Pero, ¿Por qué el frío hace que aumente la sensación de hambre? Se produce la sensación de hambre ante ambientes con temperaturas bajas porque el cuerpo humano comienza a perder grasa a la par de que el frío aumenta la producción de la melatonina, encargada de disminuir la temperatura corporal. El hecho de que sucedan estos procesos provoca que pueda aumentar la necesidad de consumo de alimentos hipercalóricos como el azúcar, el chocolate, la mantequilla o el pan, ya que el organismo necesita calorías para subir la energía. ¿Cuándo aparecen este tipo de antojos? Basta con que el cuerpo esté dos o tres grados por debajo de los 36 grados centígrados, a los que normalmente se encuentra, para que busque estos alimentos para tener una temperatura adecuada.

Antes de nada, hay que recordar que el cuerpo humano es una máquina que busca mantener una temperatura interna constante, alrededor de 37°C. Cuando una persona está expuesta a temperaturas frías, su cuerpo gasta más energía para mantenerse caliente, esto significa que se queman más calorías en un ambiente frío que en uno cálido. Como resultado, el cuerpo podría enviar señales de hambre para reponer las calorías quemadas. Otro factor es el componente psicológico. No hay que olvidar que el frío a menudo se asocia con la temporada de invierno y festividades como la Navidad, donde la comida desempeña un papel central en las celebraciones. La nostalgia y la tradición pueden influir en el aumento del apetito, ya que las personas tienden a disfrutar de comidas más copiosas y calóricas durante estas épocas.

Además, la exposición al frío puede provocar un aumento en la producción de hormonas del estrés, como el cortisol, que puede afectar el apetito, es importante recordar que algunas personas pueden recurrir a la comida como una forma de lidiar con el estrés o el malestar emocional. Por otro lado, el efecto del frío en el apetito puede variar de persona a persona, ya que algunas personas pueden experimentar un aumento en el apetito en climas fríos, mientras que otras pueden sentir menos hambre. Factores individuales, como el metabolismo, la actividad física y las preferencias personales, juegan un papel importante en esta ecuación.

¿Por qué se siente más hambre cuando se tiene frío?

Todo se inicia en el hipotálamo, un área del cerebro con sensores por todo el cuerpo que se encarga de las funciones básicas para sobrevivir, como respirar, mantener los latidos del corazón, así como la temperatura corporal. Cuando uno de esos sensores detecta cambios, se activan señales para que el cuerpo responda. Todas las funciones que realiza el cuerpo requieren de energía que se obtiene de los alimentos.

De tal manera que si se ingiere un alimento, este pasa por una red de procesos bioquímicos por medio de los cuales se digiere y convierte en moléculas cada vez más pequeñas hasta que se obtienen moléculas de energía llamadas ATP, utilizadas por el cuerpo para hacer funcionar todo lo demás. Cuando se come más de lo que se necesita el cuerpo guarda esa energía en forma de grasa, como reserva para cuando está en ayuno, es como un almacén de energía para que aunque no se coma el cuerpo pueda seguir funcionando. Asimismo en condiciones donde baja la temperatura corporal, el cuerpo usa esa energía que almacenó en forma de grasa, sin embargo, hay que volver a llenar esas reservas, así es que despierta la sensación de hambre. No obstante, existen tres teorías algo controvertidas de por qué esta estación produce más apetito:

  1. Memoria genética. Dice que en épocas de mucho frío se activa el metabolismo para llevarle a consumir más alimentos calóricos, ricos en grasas y azúcares, y así ganar más peso corporal que mantenga más calientes y protegidos del frío gracias al tejido graso.
  2. Teorías hormonales. Existen otras teorías que apuntan que durante el invierno se activan las hormonas asociadas con un mayor apetito, mientras que se reducen los niveles de otras que están relacionadas con la saciedad.
  3. Termogénesis adaptativa. Es el proceso mediante el cual se emplea energía para producir calor. Esta teoría sostiene que, como se gastan más calorías en producir calor interno y mantener la temperatura corporal estable, se necesita un consumo energético diario mayor. Esto se traduciría en que se siente más hambre para cubrirla. Es cierto que cuando se tiene fiebre el metabolismo aumenta incluso en un 10% y el cuerpo consume más energía, pero esta adaptación es prácticamente inexistente en invierno.

Alimentos más consumidos en invierno

Es frecuente que productos como las legumbres, los guisos y las bebidas calientes, cobren protagonismo durante la temporada otoño-invierno. Del mismo modo, la necesidad de regular la temperatura corporal invita a elegir platos que usan más calor o tengan más contenido graso.

Pasteles horneados, sopas y chocolates, también se instalan en la alimentación de invierno. Sobre estos últimos productos, lo más recomendable es limitar su consumo, ideal cada dos semanas, y cambiar ciertos ingredientes al momento de prepararlos: usar harina integral en lugar de harina blanca o cambiar la manteca de origen animal por aceite vegetal.

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