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Katy Mikhailova

Generación viceversa

"Aburrida y hastiada que aspira a algo en esta vida pero desconocen qué es ese 'algo'".

Que un programa lleve 8 años en parrilla funcionando tiene dos explicaciones. La primera, el producto bien presentado, producido y con gancho. La segunda, que algo mal estamos haciendo como sociedad para que Mujeres y Hombres y Viceversa siga existiendo.

Casi una década es más que suficiente para nutrir -y desnutrir- a jóvenes que consumen semejante programa de lunes a viernes. Y es que la generación viceversa no es más que el vivo retrato, a veces más feo y con menos silicona, de los tronistas y los pretendientes del programa.

Están cortados por el mismo patrón: la noche, la fiesta, el flirteo y la imagen es lo más importante. Cuando a diario, o semanalmente, de manera regular, y desde edades tempranas, uno consume un determinado modelo de programa de televisión, termina, en mayor o menor medida, pareciéndose a los protagonistas del mismo, sobre todo cuando estos no asumen el rol de "antagonista" o "del malo" de la película representando con ello qué no deben ser.

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Este fin de semana en Cádiz me he dado cuenta de ello. Por un asunto de trabajo, terminé tomando unos gin-tonics en un garito, y, cosas de la vida, he intercambiado algunas palabras con jóvenes de entre 18 y 23 años. Eran, son, la extensión de los personajes del programa del grupo de Mediaset.

¿Lenguaje? Frases simples -compuestas de sujeto, verbo y predicado-, léxico pobre y un sinfín de muletillas -tipo "en plan" y "tal"- es la manera en la que se expresan. ¿Vestuario? A caballo entre Pedroche y Carmen de Mairena. Uñas de lagarto, kilos de maquillaje, extensiones... ¿Objetivo en la vida? No saben, no contestan.

Ese es el mayor problema. La carencia de la respuesta a la pregunta de qué quieres y adónde vas. De hecho, ni se lo plantean. Algunos tampoco saben de dónde vienen ni dónde están.

Es la generación viceversa. Aburrida y hastiada que aspira a algo en esta vida pero desconocen qué es ese "algo", y que, cuando se dan cuenta, quizá es demasiado tarde.

También vi la otra cara de la moneda en Madrid, cuando el pasado miércoles, 12 de octubre, me crucé en Moncloa con jóvenes de unos 20 años sujetando unas banderas rojigualdas. Venían del desfile, me imaginé. Les miré: ellos contentos, sonrientes, con energía. Y pensé: hay futuro.

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