Menú
Katy Mikhailova

Hijo de mayo

Ana María Aldón ha pasado de mona vestida de seda a ser una mujer que se ha hecho a sí misma.

Ana María Aldón ha pasado de mona vestida de seda a ser una mujer que se ha hecho a sí misma.
Limitaciones de aforo en tiendas | Cordon Press

La final de Supervivientes fue una lección de estilo a España. Un mensaje de que ‘menos es más’ y que la elegancia no se mide por el largo de la extensión de pelo (o la peluca de Yiya) y el torso depilado de Hugo. Y, aunque aburrida hasta decir basta (en esto tengo que darle la razón a Mario Vaquerizo que se quejaba en Twitter), una primavera dramática ha traído una final diferente al reality de Bulldog y Mediaset.

No ha ganado ni ‘hijo de’, ni ‘novio de’ o ‘ex marido de’. Ha ganado la humildad, la discreción y, en suma, la elegancia. Un guardia civil anónimo que, aun sin alzarse con el maletín, le espetó a su mujer "mi premio eres tú". Algo tan bonito que las feminazis, si fuera en otra cadena, lo habrían catalogado de ‘machista’: las mujeres no somos el premios de nadie. ¡Qué ofensa! ¡Guardia Civil tenía que ser!

Mareas moradas aparte, la medalla de plata fue para una señora sacada de Cuéntame que llegaba a la isla con pareos hasta los tobillos, una melena dañada de tanta peluquería innecesaria y tanto tinte (rubio), y que terminaba sentada en la final con unos 10 kilos menos (como poco), musculada, la cabeza rapada y habiendo sido líder en pescar en las caribeñas aguas de Honduras.

La selva (aun con cámaras 24 horas y sabiendo que les espera una abundante paga en Madrid) pone a todos en su ‘sitio’: siempre he repetido que la verdadera nobleza se aprecia cuando nos desnudamos. Y en la isla se ha visto quién era mona vestida de seda, y quién ha dejado de ser mona, directamente. Ana María Aldón pasó de mona vestida de seda a ser una mujer que se ha hecho a sí misma.

Lo que ella no sé si sabe es que para ir a comprar sus próximo pareos tendrá que hacer cola. Y es que el martes tuve una cita en el estudio de Agatha Ruiz de la Prada de Madrid (¡que han sacado, por cierto, unas mascarillas divinas que saldrán con Lidl en julio y con donativo para Save The Children!). Decidí evitar coger ningún transporte desde Moncloa hasta Ortega y Gasset; así que di un agradable paseo entre la Calle Princesa, Alberto Aguilera, Génova y Serrano.

Me fijaba en todos los comercios: en cómo unos estaban ya abiertos, otros se preparaban para abrir y unos terceros que se convertían directamente en ‘fantasmas del pasado’ (con carteles de ‘se alquila local’). El reloj marcaba las 9.58 cuando pasé por delante del Zara de Argüelles. ¡Había cola! No llegaba a ser tan alarmante como la de París. Pero la gente esperaba para entrar y comprar, supongo. Y probarse ropa, imagino. ¡Corred, que se acaba! Como el papel higiénico (que, por cierto, he descubierto que el de Foxy es perfumado: zorras teníamos que ser).

Los españoles se vuelven a dividir entre los que siguen exigiendo que nos quedemos en casa (que una segunda ola se avecina en julio y otra en otoño) porque somos todos "unos inconscientes"; y los que piden a gritos que consumamos para que no destruyamos del todo la economía.

Y es que, tras la caída del 90% de las ventas en moda en abril, en mayo tenemos otros datos terroríficos que acabamos de conocer: descenso de un 72,6%, según informa Acotex (Asociación de Comercio Textil, Complementos y Piel), en comparación con mayo de 2019. Evidentemente la cifra es inferior a la abril, porque la desescalada, según en qué comunidad, ha permitido abrir ciertos comercios. Pero lo cierto es que llevamos un 2020 catastrófico: enero y febrero empezó con descensos de 2,6 y 2,1% respecto a los mismos meses del año anterior. Y ya los analistas podíamos intuir que se avecinaba un ligera tendencia al consumo más comedido. Ríanse ahora de esta ridícula bajada: entre enero y mayo, el total del año sitúa a España y sus ventas en el sector textil y de complementos en una caída del 44,7%.

Acotex prevé que el ejercicio anual supondrá una caída del 50%, pero mucho me temo que va a ser más.

Esto, de todos modos, lo va a determinar si nos volverá Pedro Sánchez a encerrar en casa, y el nivel de seguridad emocional para las compras. Con este clima tan incómodo, la gente no tiene las mismas ganas de comprar ropa. Ya lo llevo compartiendo con ustedes durante todo el Estado de Alarma. He jubilado mi pijama de conejos, y lo he sustituido por un camisón de ‘leopardesa’: una extraña mezcla entre el pijama de Belén Esteban y la lencería de Kim Kardashian (dijo Aristóteles que en el término medio está la virtud).

Temas

En Chic

    0
    comentarios