
Los memes, tan visionarios como absurdos, apuntan a qué pijama va a ser el más idóneo para esta Nochevieja. Algo que podría servir de inspiración para el vestido de Cristina Pedroche este año. No habrá San Silvestre que correr (no como se suele hacer, por lo menos), así que podemos confirmar que despediremos 2020 más gordos que nunca, aunque sólo sea de espíritu.
En pocos días es Navidad, y todavía hay quien no sabe qué regalar. No sé ustedes, pero aprecio que los centros comerciales y las principales “avenidas madrileñas de la moda” vuelven a la ‘vieja normalidad’. Más allá de los bozales y los geles que se nos obliga llevar y aplicar en cada entrada a cada establecimiento, el tráfico fluye. ¿Y saben qué les digo? Que me alegra mucho. La ‘vieja normalidad’ late tan fuerte que terminará reinando. Lo cual no quita que debamos seguir siendo prudentes con todo lo que hagamos (y con cómo lo hacemos), pero esa prudencia debe ser la responsabilidad individual y no impuesta por un des-gobierno.
Publicaba en su Instagram Marta Michel, directora de Yo Dona, un post que venía a decir “quizá es el punto de partida para una Navidad distinta, menos materialista y desmesurada. Sin tantos compromisos ni tanto gasto, sin rutinas que cumplimos por inercia y confundimos con tradición”. Parte de razón tiene. Aunque hay matices que quiero debatir.
Yo no sé si una ‘Navidad no-materialista’ procede en un sistema capitalista. Si nos ponemos nihilistas, románticos y sostenibles, no salimos de casa más que para ir al campo a recoger lana para confeccionarnos un jersey. Por alguna razón el “materialismo” se ha ganado una connotación peyorativa. Igual que el “lujo” o palabras como “ambición”. El materialismo no deja de ser, por definición, una corriente basada en lo material (lo tangible) y la adquisición de ello. Asociada a valores (o anti-valores) como la avaricia, el consumo y el gasto, el materialismo hoy día es algo “malo”. Nadie va a presentarse como una persona materialista. Y la semana pasada ya les expliqué la desgracia que vive el término “lujo” en una sociedad tan progre y tan falsamente sostenible.
Más allá de las palabras, el materialismo como tal no es malo, si lo analizamos desde un punto de vista de economía y empresa. Dejar de comprar regalos y comida estas navidades es otra bofetada más para nuestra economía tan dañada; dejar de salir a cenar o a tomarse unas copas, más de lo mismo. Los que estamos en Madrid, afortunados somos ahora de que tengamos un Gobierno regional que esté protegiendo la hostelería casi más que ninguna otra comunidad. No sé si es la ‘inmunidad colectiva’, la brillante gestión de Enrique Ruiz Escudero y que en Madrid tenemos el aire más puro de toda Europa y el mejor fútbol del mundo, (perdónenme las últimas dos frivolidades), pero dejémonos ya de mensajes “bonitos”, y sigamos consumiendo. Para que las marcas vendan, aporten sus impuestos correspondientes, generen beneficios para mantener a sus empleados y hagan frente al alquiler, a la compra de las materias primas o productos necesarios para su negocio… y así sucesivamente. Incentivar la no-compra y el no-gasto es un suicidio. Salvo que queramos hacer de España la ‘nueva Venezuela’ con una ‘nueva normalidad’. Me duele España, pero mi Madrid me late. Me enamora. Me seduce.